Paysandú, Jueves 16 de Abril de 2009
Opinion | 11 Abr Aunque unas pocas décadas son un período muy corto para la edad del planeta, todo indica que efectivamente estamos asistiendo a un cambio climático que contrariamente a lo ocurrido hace millones de años, cuando el mundo ingresó en la era glacial, y luego sucesivamente alternó períodos fríos y cálidos, en esta oportunidad el factor detonante de la situación depende de la mano del hombre, por lo que las consecuencias son impredecibles.
Es cierto, todavía hay quienes tienen discrepancias con el diagnóstico del calentamiento global, debido precisamente al corto período de manifestación, pero hay indicios de que efectivamente el globo va caminando hacia una era de mayor temperatura promedio, y ello no va a ocurrir sin consecuencias, naturalmente.
Uno de los elementos que lo reafirman lo constituye el hecho de que los hielos árticos son cada vez más frágiles, desde que el grosor del casquete polar y su extensión en invierno son los más débiles desde las primeras mediciones satelitales, hace treinta años.
Precisamente el hielo invernal, el más grueso, que sobrevive al menos dos veranos, representa apenas un 10 por ciento lo que da cuenta de una reducción del orden del 30 al 40 por ciento.
En nuestras latitudes, por otro lado, estamos asistiendo a sequías inusitadas por su duración y grado de reducción de los niveles pluviométricos, y a la vez existen ya datos, aunque todavía muy parciales en el tiempo, de que los veranos tienden a prolongarse.
Algunos técnicos consideran que la aparición del mosquito aedes aegypti, transmisor del dengue, por debajo del Paralelo 35, por primera vez en el subcontinente, obedece a una tropicalización del clima, y que habrá otras consecuencias derivadas de estos cambios.
Quiere decir que el efecto invernadero, derivado de la emisión de gases de carbono a la atmósfera como consecuencia de la actividad humana, ya se estaría manifestando, --aunque no hay unanimidad en el mundo científico al respecto--, por lo que deberían extremarse medidas y llamados a responsabilidad para que los grandes contaminantes, que son los países industrializados, adopten medidas realmente efectivas para reducir sus emisiones y a la vez destinen mayores fondos para encarar proyectos de desarrollo sustentables, más allá de las todavía insuficientes acciones comprendidas en el Protocolo de Kyoto.
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