Paysandú, Jueves 16 de Abril de 2009
Opinion | 16 Abr En un gesto que había sido preanunciado en los primeros días de su gobierno, el presidente de Estados Unidos Barack Obama dispuso levantar la prohibición de sus compatriotas de viajar a Cuba y las restriccciones para que los residentes cubanos en la nación norteamericana envíen remesas a su país a la vez de suspender impedimentos a las empresas de telecomunicación de invertir en la isla.
Aunque pueda parecer un tema menor en el marco de una problemática que desde un primer momento estuvo teñida de elementos ideológicos, no lo es si se tiene en cuenta el grado de deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y el régimen cubano, con altibajos que llegaron a momentos críticos durante buena parte de la guerra fría de las décadas de 1960 y 70, y que se fueron estabilizando pero sin llegar nunca a superar sus profundas divergencias.
Teniendo en cuenta la crisis por la que siempre atravesó el régimen de Castro, apenas disimulada cuando la antigua Unión Soviética le enviaba ríos de dinero por propaganda ideológica y a cambio de montar bases de misiles y otros armamentos que apuntaban a Estados Unidos, es un buen paliativo para las esmirriadas arcas del gobierno cubano este gesto de buena voluntad, que cuesta poco y nada a la nación norteña pero que para la empobrecida isla significará un buen apoyo a través de las remesas que envían sus conciudadanos de allende el Caribe.
No debe olvidarse además que el Estado cubano es el convidado de piedra en este operativo de envío de recursos, por cuanto el régimen se queda en carácter de impuesto con el 20% de las remesas, a lo que debe agregarse la inyección de dinero en su economía en eterna crisis y el consecuente reciclaje en actividades que mucho necesita la isla.
Es que quedaron muy atrás aquellos tiempos en los que la URSS le compraba a Cuba todo el azúcar que producía, a precios muy por encima de los valores internacionales del producto, y a la vez le vendía petróleo por debajo de su cotización, lo que permitió al régimen de Castro sostener más o menos sin sobresaltos una economía con la que montó una vidriera sobre las bondades del régimen comunista. Ello permitió incluso exportar la revolución armada a una isla sobrearmada por Moscú, y con entrenamiento militar por asesores soviéticos, además de suministrarle tecnología.
Cuando por su inviabilidad se desplomaron la URSS y los países de detrás de la Cortina de Hierro, Cuba no solo quedó aislada de sus antiguos socios ideológicos, sino lo que es mucho peor, sin poder hacer la calesita del manejo de recursos en su economía.
El embargo dispuesto por Estados Unidos agravó su debilitada economía y fue consecuencia de una medida que Washington estimó podía hacer caer más rápido al régimen de Castro, y si bien lo ha afectado, tuvo la contrapartida de ser la excusa perfecta de su dictadura para justificar penurias y aislamiento.
El embargo no tiene ninguna razón de ser, va a contramano de elementales reglas de convivencia y relación internacional, y tiene razón el ex presidente - dictador Fidel Castro cuando desde el órgano oficial del partido único Granma señala que las recientes medidas dispuestas por Obama son insuficientes, y que a ello debe seguirle el levantamiento del bloqueo, como reclama además en forma prácticamente unánime la comunidad internacional.
Pero lo que Castro no deber perder de vista, como también reclama la comunidad internacional, salvo sus aliados ideológicos más radicalizados, es que no puede postergarse ni un día más la democratización de la isla que ha gobernado durante más de medio siglo con mano de hierro, en la que existe solo el Partido Comunista y en la que se ha coartado la libertad de prensa y de la expresión de las ideas, así como encarcelado opositores por el simple hecho de disentir, además de prohibir a sus ciudadanos la salida de la isla.
Es decir que más que un gesto menor se requiere que Castro desmantele de una vez por todas la gran cárcel en la que mantiene prisioneros a millones de cubanos, y les deje ser dueños de su destino sin pretender imponerles su voluntad y tutoría, como ha hecho sistemáticamente desde que se hizo del poder y dueño absoluto de la verdad.
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