Paysandú, Domingo 19 de Abril de 2009
Opinion | 12 Abr Recientemente dábamos cuenta del reclamo de los obreros portuarios de Concepción del Uruguay respecto a la necesidad de concretar las obras de dragado que permitan reactivar esa terminal fluvial, que por ahora está limitada al movimiento de contenedores por la firma uruguaya Nobleza Naviera, que a la vez aspira a extender la operativa al puerto de Paysandú, tan pronto se cuente con la profundidad suficiente en el paso Almirón y las obras de refuerzo del muelle sanducero.
Naturalmente, el planteo de los trabajadores portuarios se centra en su inquietud por preservar la fuente de trabajo, amenazada por la decadencia de la actividad portuaria en el otrora activo vecino puerto uruguayense, que pese a contar con una muy buena infraestructura no ha podido participar activamente en la salida de la producción agrícola durante el boom productivo regional, desde que las cargas fueron captadas por los puertos del Paraná.
El sindicato portuario denuncia la inacción de las autoridades del vecino país y de la propia provincia, que pese a reiterados anuncios han postergado sucesivamente el inicio de las obras de dragado de los pasos que permitan el arribo de buques de ultramar a Concepción del Uruguay, y a la vez enfrenta la presión de los activistas de Gualeguaychú que se oponen a estos trabajos por considerar que con ellos se estaría favoreciendo a la empresa Botnia.
Por supuesto, este es un planteo delirante que se inscribe en la irracionalidad que desde un primer momento han manifestado los seudo ambientalistas, desde que Botnia sigue operando sin problemas con barcazas para transportar la celulosa, en tanto el que ha quedado herido de muerte es el puerto de Concepción.
Y si bien los sindicalistas sostienen que han recibido de los integrantes de la Asamblea Ambiental la seguridad de que no son ellos quienes se oponen al dragado, un simple repaso de informaciones y declaraciones del grupo, incluso en reuniones con el gobernador de Entre Ríos y autoridades de la propia ciudad uruguayense, revela inequívocamente que los activistas se han opuesto con tenacidad al dragado desde un primer momento y que se han ocupado una y otra vez de trabar el proceso. Ocurre que el desarrollo regional, en el que está comprendido Concepción del Uruguay y naturalmente también Paysandú, como toda la región litoraleña, debe estar por encima de lo coyuntural, y es impensable que este proceso pueda resultar exitoso si no se cuenta con el formidable instrumento de los puertos.
Y ello se logrará con la complementariedad, con el mejor uso posible del recurso compartido, donde no encajan los fundamentalismos de grupos como los activistas de Gualeguaychú, que en defensa de lo que consideran sus intereses no han vacilado en atropellar los derechos de sus conciudadanos de Concepción y del litoral uruguayo - argentino. Siguen en su tesitura extrema de un escenario de contaminación que solo existe en su imaginación, por no reconocer que han estado equivocados desde un principio y que solo han causado profundo daño a la integración regional, a la zona y a su propia localidad.
A esta altura no tienen posibilidad de una salida elegante, desde que han perdido el apoyo que podían tener tanto del gobierno nacional como del provincial y de su propia comunidad, y en su delirio y extremismo solo les queda redoblar la apuesta con acciones de protesta cada vez más vacías de contenido y a contramano del sentido común.
Y aunque los sindicalistas del puerto de Concepción dicen creerles, en su fuero íntimo seguramente saben muy bien que los activistas no comulgan en absoluto con su reclamo por el dragado, y que además a la asamblea no le interesa si siguen perdiendo puestos de trabajo, por cuanto en la colisión de intereses siempre han priorizado sus fundamentalismos por encima del interés general. Este es precisamente el meollo de la cuestión, y el desafío que tienen por delante nuestros hermanos de allende el río Uruguay es si están dispuestos a seguir sacrificando el trabajo de sus compatriotas y el desarrollo regional por seguirles el juego a quienes nunca van a aceptar otra cosa que su particular modo de ver las cosas, sin medir daños ni que les importen las consecuencias de sus mesianismos.
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