Paysandú, Viernes 24 de Abril de 2009
Opinion | 21 Abr La reciente Cumbre de las Américas que tuvo lugar en Trinidad y Tobago presentó en esta oportunidad el hecho novedoso de la participación del novel presidente de Estados Unidos Barack Obama, y como es tradicional, ha tenido el saldo de una declaración de compromiso entre los países participantes, en la que expresamente se ha dejado afuera temas en los que no hubo puntos de coincidencia y en otros quedó lo suficientemente “lavada” como para no establecer posiciones ni metas que no pudieran ser obviadas llegado el momento y las circunstancias.
Lo que sí abundaron fueron los gestos, que naturalmente tuvieron como eje al carismático mandatario norteamericano, incluyendo el estrechón de manos con su par venezolano Hugo Chávez, quien le obsequió a la vez el libro “Las venas abiertas de América Latina” con mensaje incluido, pero no sin haber despotricado contra Estados Unidos pocos días antes en el foro del ALBA, asociación que integra con países centroamericanos afines a su postura de confrontación con el “eje del mal”.
La conducta bipolar de Chávez no es ninguna novedad, por supuesto, solo que a veces se toma cierto tiempo para borrar con el codo lo que escribe con la mano o lo que expresa muy suelto de cuerpo en cada micrófono que le quede a tiro, pero en este caso solo pasaron unas pocas horas para pasar de la metralleta a las flores, como para dejar conformes a tirios y troyanos.
En el caso de Obama, las políticas hacia América Latina no parecen ser parte de sus prioridades, tal como surgió de sus primeros actos de gobierno, pero por lo menos han quedado comprendidas en los escalones siguientes y su búsqueda de interlocutores o referentes para la región --como Brasil y México-- forma parte de la tradicional visión estadounidense de no reparar en detalles y características de cada país latinoamericano, salvo que afecte directamente sus intereses de cualquier tipo.
Pero la vida diplomática también está hecha de gestos y de enunciados de buenas intenciones, como la reciente cumbre, donde Obama departió con un foro muy heterogéneo en el que se conjugan posturas extremistas como las de Evo Morales, Hugo Chávez y Rafael Correa, y las más moderadas como de Luiz Inácio Lula Da Silva y Michelle Bachelet, sin olvidar al mandatario colombiano Alvaro Uribe, por lo que es impensable lograr acuerdos sobre temas más o menos complejos con alguna posibilidad cierta de llevarlos a cabo.
Igualmente, el mérito de Obama es el de haber dejado flotando la impresión de que ha comenzado una nueva era en las relaciones entre el subcontinente y Washington, sobre todo en el aspecto diplomático, en el que tradicionalmente las administraciones demócratas han estado más en sintonía con el sentir de las naciones latinoamericanas, aunque en el plano del intercambio comercial las cosas han ido por otros carriles.
Claro que siempre puede haber sorpresas, y Obama no se ha caracterizado hasta ahora por su ortodoxia, al punto de que en línea opuesta a la de su antecesor, antes de hacerse presente en la cumbre puso en marcha las primeras medidas de apertura hacia Cuba, al dejar sin efecto las restricciones en los viajes a la isla y en el envío de remesas por cubanos a su país de origen.
Por supuesto, de entrada recibió el pasaje de facturas de los presidentes más radicales, como el nicaragüense Daniel Ortega y Evo Morales, acusándolo de que su país contribuye a la pobreza en América Latina. Pero Obama, que no llegó a la Presidencia por tonto, los dejó sin argumentos cuando les señaló que “no vine aquí a debatir el pasado, vine a hablar del futuro”, y ofreció “un nuevo capítulo” de cooperación y diálogo para enfrentar las grandes amenazas actuales. Es cierto, las palabras deben ser refrendadas por hechos, y por lo tanto se abre a partir de ahora una razonable cuota de crédito para dar lugar a que las expectativas resulten justificadas por las acciones, sin olvidar aspectos pendientes como el levantamiento del embargo económico a Cuba, como gesto unilateral de Washington que debería tener de una buena vez la contrapartida de La Habana en cuanto a la postergada democratización de su régimen y la liberación de presos políticos, solo para empezar a salir de la tiranía de medio siglo.
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