Paysandú, Viernes 24 de Abril de 2009

Opiniones

La Voz del Público

Locales | 22 Abr ¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE LIBERTAD?
En su libro La Revolución Francesa y Sudamérica, el doctor Luis Alberto de Herrera expone magistralmente la fascinación americana por la Revolución Francesa y expresa: “América del Sur es una copia, sin alteración, de aquel ruidoso modelo”. A lo cual agrega: “De ahí que, con profunda sinceridad creyente, se repita en América la conocida frase de que todo hombre libre tiene dos patrias: la propia y Francia”. El triunfo de la Revolución Francesa implica, en el plano de las ideas, el triunfo del liberalismo y su concepción de la libertad. La fascinación americana con el fenómeno revolucionario ha implicado la instauración de la concepción liberal de la libertad en nuestro país, fundamentalmente en las aulas. Al respecto, expresa Herrera: “Los rumbos de la educación sufrieron un vuelco y las páginas extraordinarias del Emilio indicaron las rutas prácticas del flamante credo, contradictorio con todo lo existente”.
En nota anterior hacíamos referencia a la importancia de la recuperación de los valores, como aspecto fundamental para el resurgimiento de la Nación. Uno de estos valores, es sin dudas la Libertad. Al respecto, no diremos que en el Uruguay hace falta recuperar la libertad. Diremos, sí, que hace falta recuperar la concepción verdadera de la misma.
En este sentido hay, desde nuestro punto de vista, dos concepciones de la libertad, una falsa y otra verdadera: la concepción liberal y la concepción cristiana. Lo importante, entonces, es no confundir. Como muy bien ha aclarado René Groos, “El liberalismo tiene por principio un respeto igual para todas las opiniones”, a lo cual H. Collín agrega: “Prácticamente el liberalismo hace de la libertad exterior el fin último del hombre en la tierra y reivindica esta libertad para todo y para todos, incluso para el mal y el error”. “Incluso para el mal y el error” dice Collín, advirtiendo prematuramente sobre el meollo de la cuestión. Concebida la libertad esencialmente como “un rechazo, una repulsa de todo lo que, desde el exterior, puede ordenar la acción del hombre; de todo lo que, no siendo el mismo hombre, le amenaza con imponérsele o actuar en la determinación de su comportamiento”; solamente soy libre en la medida en que yo pueda hacer “lo que me plazca”, tomando aquí la palabra “placer” en su sentido más próximo a “capricho”. Consecuentemente, con esta teoría el liberalismo concibe a la autoridad y la libertad como dos cosas que se excluyen, dos cosas inconciliables. De ahí su desconocimiento, su repulsa a la autoridad. Frente a esta concepción liberal de la autoridad y la libertad, es que San Pío X expresa en su carta Notre charge apostolique: “Además --escribió-- ¿se puede afirmar con alguna sombra de razón que haya incompatibilidad entre la autoridad y la libertad, a menos que uno se engañe groseramente sobre el concepto de libertad?” “...Que uno se engañe groseramente...”, llegó a decir el Santo Padre para subrayar lo burdo del error indicado. No se trata, pues, de una inexactitud de detalle, que hasta los mejores espíritus pueden cometer, sino de un error grave. El error del liberalismo no se halla principalmente en su desconocimiento, en su repulsa a la autoridad. Radica en que los liberales se equivocan en principio, sobre “el concepto de la libertad”. Y, porque empiezan a errar sobre la libertad, están tan avocados a equivocarse no menos “groseramente” sobre la autoridad. Todo error en esta materia conduce a una falsa concepción del orden humano. Y es porque la revolución, porque el liberalismo se han equivocado “tan groseramente” sobre este punto, por lo que se ha extendido el desorden sobre el planeta entero, al generalizarse su falsa concepción de la libertad. Concepción errónea de la libertad, que ha conducido al extremo de que la educación, las instituciones, el clima social, sean entendidos como influencias externas que pueden ordenar la acción del hombre, no siendo el mismo hombre; considerándoselas entonces apremios que resultan en presiones inadmisibles y odiosas, que amenazan con destruir esta exclusiva disposición de uno mismo, que los liberales denominan libertad. ¡Muera, pues, el orden social! ¡Abajo el cuadro modelador e “influyente”, si se puede llamar así, de las instituciones! ¡Abajo todo orden objetivo, todo orden no específicamente nacido de uno mismo! ¡Abajo toda autoridad! ¡Abajo lo que se llama prejuicios, rutina, el “qué dirán”, el espíritu burgués! ¡Muera toda moral! Es lo mismo que decir: ¡Muerte a todo ..., excepto a uno mismo! ¡Y aun más! ¡Muerte a esta parte de nosotros mismos que es la razón, la inteligencia, que deja de ser plenamente nosotros mismos en la medida que son en nosotros la voz del orden natural y divino! En la concepción liberal de la libertad, la razón y la inteligencia tienen un carácter demasiado objetivo, demasiado distinto del “sujeto”, demasiado universal. Tienden demasiado a arrancarnos, a hacernos salir de nosotros mismos, para que no sean sospechosas a los ojos de aquellos para quienes la libertad significa rechazar toda influencia exterior a uno mismo. ¡Mueran, pues, la razón y la inteligencia que tienden a dirigirnos según normas que no surgen del propio “yo”, en lo que ese “yo” tiene de más cerrado, de más hurañamente replegado! Dicho de otra manera: ¡Muera todo aquello que no me sea exclusivamente propio! Prácticamente, “puesto que no queda ya otra cosa”, ¡abajo todo lo que no sea el ímpetu brutal de nuestros sentidos, oscuro movimiento de nuestras pasiones! ¡He aquí el abismo! Sea cual fuere el nombre con que el romanticismo decore un final tan deplorable, está claro que nos encontramos aquí en los confines de la animalidad.
Y esto no es solamente la conclusión, ciertamente lógica, de un razonamiento. Esta referencia al animal, propuesto como modelo de libertad, se encuentra explícitamente formulada en muchos pasajes de autores revolucionarios. He aquí algunas líneas muy significativas de Voltaire, extraídas de sus Estudios sobre el derecho de propiedad y el robo: “Los animales --leemos--, inferiores por naturaleza, tienen sobre nosotros la ventaja de la independencia ... En este estado natural de que disfrutan los cuadrúpedos indomados, los pájaros y los reptiles, el hombre sería tan feliz como ellos.” ¡Ideal del bípedo indómito! He aquí, ciertamente, una cima de perfección que solo la Revolución podía imaginar, ya que está perfectamente en la lógica de su sistema. Sí, lo que hay que tener es el cinismo de enseñar esto, cuando se admite la concepción liberal de la libertad. Lamentablemente, coexisten con nosotros cínicos ciudadanos que así lo hacen. Resulta entonces un deber moral de quienes procuramos devolver la Nación a su cauce, reivindicar el concepto verdadero de la libertad. Inequívocamente, en eso estamos. Lic. Martín Appratto Mathisson


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