Opinion | 24 Abr Ayer 23 de abril se celebró el Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor. En tiempos en que las nuevas tecnologías parecen ir ganando terreno entre los espacios de lectura de los ciudadanos del mundo, merece hacer notoria su vigencia como fundamento de la educación y la reflexión crítica.
La fecha, que rige desde 1995, está inspirada en la coincidencia de los fallecimientos de los escritores Miguel de Cervantes, William Shakespeare e Inca Garcilaso de la Vega en 1616 y es una propuesta de la Unión Internacional de Editores a la Unesco, con el objetivo de fomentar la cultura y la protección de la propiedad intelectual por medio del derecho de autor.
En nuestro departamento, el éxito de la reciente Feria del Libro desarrollada por segunda vez en coincidencia con la Semana de la Cerveza, es ejemplo de la firme avidez por acceder a libros y oportunidades de relacionamiento con autores. La defensa de los libros como fuente de conocimiento y el respeto a sus autores merece un esfuerzo sostenido como vehículo de fortalecimiento cultural y promoción del desarrollo de la imaginación. En ese sentido las nuevas tecnologías deben identificarse y aprovecharse como vehículo para potenciar el libro y no como sombra a sus posibilidades de permanencia. Por ejemplo, la adquisición de ejemplares a través de la red ha abierto más posibilidades de acceso a títulos que no llegan adonde viven los amantes de la lectura y también permite la difusión de autores alternativos al estrecho número de los promovidos por las grandes cadenas de distribución.
Así los libros, su lectura y escritura relacionada estrechamente con los derechos de autor nos convocan al desafío de preservarlos como fuente de conocimiento. Sostener su vigencia y revalorizar el reconocimiento de su trascendencia es el desafío colectivo que tenemos la responsabilidad de legar y brindar a las generaciones que nos suceden.