Paysandú, Domingo 26 de Abril de 2009
Opinion | 19 Abr Las urgencias que son consecuencia de la imprevisión conllevan la carga adicional de responsabilidad inherente a no haber hecho lo que había que hacer, aún a sabiendas de que llegaría la hora en que habría que asumir las derivaciones negativas de aquella actitud, en el marco de un razonamiento que es válido en todos los órdenes de la vida.
En el caso de los gobiernos, hemos padecido la pesada carga de sucesivas administraciones que han borrado con el codo lo que habían escrito con la mano, por razones de interés político que han tenido como la manifestación más conocida el denominado “carnaval electoral”, es decir un gasto público exacerbado en el último período de gestión a efectos de captar votos, lo que naturalmente pagamos en la siguiente administración y aún en los años siguientes todos los ciudadanos.
El Frente Amplio no ha sido la excepción, pese a que navegó durante prácticamente todo su período de gobierno con el viento a favor de la bonanza internacional, que se reflejó en excelentes precios para nuestros productos de exportación, bajas tasas internacionales de interés y un crecimiento económico interno como repercusión del ambiente positivo en los mercados.
Incluso cabía la firme posibilidad, hace más de un año, de que el ciclo favorable se extendiera hasta más allá de las próximas elecciones nacionales de octubre, lo que hubiera permitido continuar con medidas procíclicas, como el aumento del gasto público que se ha manifestado en forma ascendente desde 2005.
El gobierno fue imprevisor y confiado y apostó al albur de que la bonanza iba a seguir por lo menos un año y medio más, aunque ya desde principios del año pasado, cuando la debacle inmobiliaria en Estados Unidos, los pronósticos de los operadores ecónomicos advertían que el ciclo estaba llegando a su fin y que se venía de un momento a otro la reversión.
Lamentablemente, el Poder Ejecutivo priorizó otros compromisos y visiones ideológicas que solo podían compatibilizarse con mayor gasto, y así elaboró un presupuesto con ingresos de bonanza que deberán financiarse este año con una recaudación a la baja, y por supuesto, con compromisos de gastos fijos que no serán fáciles de deshacer ni de cumplir.
Pero como sostienen los refranes, la imprevisión no paga y la mentira tiene patas cortas, y la suerte ya había durado demasiado. Pese a los apelaciones de voceros del Poder Ejecutivo, incluido el ex ministro de Economía y Finanzas Danilo Astori, en el sentido de que estábamos blindados ante la crisis internacional, la realidad ha podido mucho más que los deseos e intentos de autoconvencimiento, y ya el equipo económico de gobierno ha revisado a la baja la evolución del Producto Bruto Interno para este año y a la inversa, al alza el déficit fiscal para el período.
Tanto es así, que el Poder Ejecutivo prepara un proyecto de ley que enviará al Parlamento a efectos de contar con el aval parlamentario para contraer más deuda pública, elevando para ello el tope establecido por ley, que de hecho ya fue excedido en 2008.
Y por más que el equipo económico intente minimizar el hecho, subrayando que los compromisos de deuda han sido aliviados en este gobierno y que su peso es mucho menor que el que había cuando asumió, no es menos cierto que podríamos estar mucho mejor si en vez de gastarse todo el aumento de recaudación, el gobierno hubiera seguido simples reglas de sentido común, no expandiendo el gasto sobre ingresos de períodos coyunturales, porque tan pronto el buen momento desapareciera, quedarían firmes los compromisos para financiar con una recaudación a la baja
Hubiera sido mucho mejor para todos que el gobierno hubiera tenido razón, pero no es tan fácil tener siempre en la mano el boleto premiado. La suerte es veleidosa y con el viento ya en la puerta, y peor aún, en año electoral, el Poder Ejecutivo se encuentra con que debe revisar a la baja el crecimiento y al alza el déficit fiscal, por lo que como en cualquier hogar donde los ingresos no dan, va a tener que contraer más deuda o trasladar al gobierno que viene el fardo de un ajuste fiscal que siempre tiene su costo social. Pero en todos los casos es consecuencia de no haber estado a la altura de las circunstancias, cuando este pesado lastre se hubiera podido evitar con un mínimo de previsión.
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