Paysandú, Lunes 27 de Abril de 2009
Opinion | 22 Abr No hace bien a Paraguay ni a la democracia en América Latina la situación incómoda, por decir lo menos, en que se encuentra el presidente Félix Lugo, ex obispo católico que dejó el cargo para volcarse a la arena política integrando el partido opositor, y obtener el respaldo popular que lo llevó a la Presidencia de la República con un gran respaldo popular que terminó con más de medio siglo de dominio del Partido Colorado.
Debe tenerse presente que el arribo del mandatario al poder se sustentó en una prédica populista, que tuvo a la vez su gran basamento en su carácter de hombre religioso, de firmes convicciones éticas y morales, que seguramente ha sido el respaldo que contribuyó al convencimiento ciudadano de que iba a poner en práctica lo qaue había prometido en la contienda electoral, sin otros compromisos que los que había contraído públicamente.
No estamos por tanto ante dos aspectos disociados, sino que su condición de obispo que suspendió sus votos con el consentimiento de la Iglesia nada menos que para conducir los destinos de un país, ha sido un factor positivo adicional para robustecer la imagen de quien en su momento se proclamó candidato y obtuvo amplias mayorías para ser elegido presidente del país hermano.
El presidente Lugo se manifestó ante la ciudadanía como la reserva moral, de transparencia y honestidad que querían los paraguayos, en una imagen que incluso se vio reforzada por sus primeras acciones en el gobierno de un país donde la corrupción --que se arrastra desde hace décadas--, la permisividad y el escaso arraigo democrático están muy extendidos, lo que denota una fragilidad extrema para la institucionalidad. Pero las revelaciones sobre el pasado del mandatario están contribuyendo a minar seriamente su credibilidad, una cualidad fundamental para cualquier gobierno.
La denuncia de una mujer --y el reconocimiento por el mandatario-- de la paternidad de un niño de diez años no debería ser un tema que dañe irreversiblemente la imagen de un presidente en ningún país del mundo, y tal vez hasta pueda ser catalogado benignamente como el reconocimiento demasiado tardío de una responsabilidad que debió haber asumido antes por el bien del niño, de la madre y de su familia, en un mundo en el que lamentablemente se ha llegado a un gran deterioro de la célula familiar tradicional, con todos los elementos negativos que ello conlleva.
Pero ocurre que Lugo estaba en funciones como religioso, ejerciendo nada menos que el cargo de obispo de la Iglesia Católica, sustentada en los votos de celibato sacerdotal y como tal asumido ante sus feligreses y la ciudadanía en general, que naturalmente confiaba en él como respetuoso de sus compromisos ante el credo que le depositó su confianza para actuar como su representante en la comunidad.
Una década después se supo que el religioso violó sus votos mientras ejercía su cargo, cuando mantuvo relaciones con una menor de edad, con la que tuvo un hijo, y además lo mantuvo oculto y siguió ejerciendo como religioso, continuando a la vez con su prédica de recato, ética y moral. Todo el episodio es una hipocresía, por decir lo menos, más allá que se esté o no de acuerdo con la figura del celibato sacerdotal, siempre discutible y polémico dentro y fuera de la iglesia.
También ha surgido una nueva denuncia pública de otra mujer, del mismo tenor que la anterior, y a la vez circulan versiones sobre otros supuestos casos de paternidad no reconocida, que podrán ser reales o no pero revelan que basta que se abra una brecha para que se venga abajo una imagen forjada ante la opinión pública en base a los antecedentes religiosos del mandatario.
El único responsable de esa situación es el propio Lugo, por no haber cumplido con su prédica de transparencia y culto a la honestidad.
Por eso es legítimo que la ciudadanía se pregunte si será la persona adecuada para conductir un país quien al menos una vez no estuvo a la altura de su vocación y decisión de ser sacerdote, ni tuvo la hidalguía de reconocer que se había equivocado en su opción y sincerarse dejando de lado sus votos para hacerse cargo de las consecuencias de su flaqueza. Por ahora lo envuelve la duda de si habrá de actuar en su cargo con la misma hipocresía con que siguió ejerciendo el sacerdocio.
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