Paysandú, Lunes 27 de Abril de 2009
Opinion | 23 Abr A casi un año de la entrada en vigencia en Paysandú del uso del casco, basta salir a la calle cualquier día y en cualquier momento para comprobar cómo se burla la ley sino también la total falta de conciencia y responsabilidad de algunas personas –mucho más de lo deseable— sobre la vida propia y ajena.
La columna semanal fotográfica que publica este medio cada domingo sobre infracciones de tránsito bajo el título de “Tránsito seguro, responsabilidad de todos” tiene por finalidad promover la reflexión y la conciencia ciudadana respecto al respeto de las leyes de tránsito y el uso de elementos de seguridad para la protección de la vida.
Llama la atención no solo lo fácil que es encontrar infracciones de tránsito para fotografiar sino también cuántas de ellas se cometen a la salida o entrada de las escuelas. Cada día son muchos los padres que irresponsablemente trasladan a sus hijos en moto sin casco, los que estacionan en doble fila, los que circulan en moto o bicicleta a contramano, los que cruzan la calle en cualquier parte.
Uruguay es un país con uno de los grados de siniestralidad más altos del mundo. Los accidentes de tránsito son la mayor causa de muerte de personas menores de 35 años, por lo que además de la fiscalización, la educación y la ingeniería del tránsito se vuelven medidas clave para salvar a muchos uruguayos que anualmente ingresan a tan nefasta estadística.
Lo cierto es que los números no mienten y en ciudades como Paysandú, que han tendido épocas de uso obligatorio del casco y otras que no, resulta evidente en la estadística el aumento de la mortalidad y la gravedad de los accidentes y sus consecuencias cuando no se usa.
Muchas veces acusamos a los jóvenes pero pocas reflexionamos sobre las conductas y valores que los adultos transmitimos a nuestros niños. En seguridad vial y normas de tránsito el doble discurso es evidente. No se trata solo de tener leyes que obliguen al uso del casco y el cinturón de seguridad, sino de cumplir con esos mandatos entendiendo que no se trata de una imposición porque sí, sino de decisiones fundamentadas en una base empírica. Si todos los que salimos diariamente a la calle nos preguntáramos qué podemos hacer para mejorar el tránsito y, a la vez sentirnos más seguros como conductores o peatones, seguramente que parte importante del problema se encaminaría a la solución. Sin embargo, como eso no ocurre –o escasamente—debemos seguir reclamando como prioridad la existencia de acciones de educación vial sostenidas en el tiempo y con concreción práctica.
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