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Paysandú, Miércoles 29 de Abril de 2009

MARIO SARABÍ

El arte de escribir y pintar

Locales | 24 Abr Nació en Algorta, tiene 37 años y escribe desde los catorce. Pero la primera vez que tuvo contacto con un escritor fue a los veintiuno.
Todo le ocurrió muy lentamente. Asegura que “no hay día que no pague el haber publicado ciertos trabajos”, aunque publicar su primer libro le aceleró el proceso de aprendizaje. Su marca está en los muros y paredes de Arroyo Negro y Algorta, y su poesía se encuentra en varios trabajos literarios. Publicó cuatro libros con ediciones de autor: Súplicas en 2003, Ventanas de Piel en 2004, posteriormente La Maga y otros Manifiestos, que tiene dos partes, y el último trabajo fue Desde el Jardín de Anubis.
Mario Luis Sarabí Santos sostiene que “debió pasar mucho tiempo para que alguien me pusiera un libro en la mano y me dijera: ‘esto es buena literatura’. Antes no tenía referentes. Podía recibir cualquier libro, pero no tenía cómo analizarlo”. Está absolutamente convencido de que va a llegar, aunque se siente muy seguro del trabajo que hace hoy.
“Escribía muy mal, pero escribía. Hay que tener en cuenta que yo comencé a interesarme por la literatura en un lugar donde nunca había escuchado hablar de ella, por lo tanto no podía tomar como ejemplo a nadie. Comencé a escribir y seguramente lo hacía mucho más de lo que leía. Los problemas familiares me obligaron a plantearme cuestionamientos morales y filosóficos. Y eso probablemente me hizo vivir etapas complejas en la escuela. De hecho, abandoné en varias oportunidades los estudios”.
En su etapa escolar ya tenía ciertas diferencias de gustos con el resto de los niños. Seguramente por tener una enseñanza diferente o una diferente percepción de las cosas. En ese aspecto cree que fue bastante complejo. “Las diferencias estaban marcadas en los juegos y en la lectura. Más allá que también me gustaba practicar deportes”.
Tenía problemas de integración y sus verdaderos amigos eran mayores que él, aunque no necesariamente tuvieran los mismos gustos. Cree que la propia vivencia familiar, problemática desde los seis años, que lo hizo madurar muy rápidamente, tiene mucho que ver con su creatividad artística.
“Comencé a escribir poesía y era una manera de sacar una acumulación de sensaciones. No era solo lo que veía, sino también lo que sentía. Comencé a escribir con regularidad a los catorce, pero recuerdo con mucho placer que mi primer cuento lo hice en tercer año escolar, en uno de esos deberes en que la maestra pedía que relatáramos un cuento. Lo tengo marcado a fuego en la memoria.
En el caso de la pintura fue mucho más complejo. En la escuela nadie menciona el camino de la plástica, entonces resulta mucho más complicado. La plástica es como el Violín de Ingrid, que terminaba de pintar  y comenzaba a tocar el instrumento. Cuando yo dejo de escribir, me pongo a pintar. Saber dibujar era simplemente como saber pegarle bien a la pelota en el campito. Era como una cualidad inútil. Lo divertido era hacerle los dibujos a todos los compañeritos de la clase. Recién en el liceo comencé a obtener información sobre plástica, entonces descubró que había algo mucho más importante que simplemente trazar una línea sobre el papel.
Cierto día convocaron a un grupo de artistas plásticos a participar de un duelo en el interior del interior.
Así fue que unos treinta artistas plásticos de Ecuador, Argentina y Uruguay participaron, en 2008, de esta actividad en Piedras Coloradas. También lo hizo Sarabí.
Hoy trabaja en un nuevo proyecto, del que participarán unos veinte escritores, entre ellos de la talla de Lauro Morado, Gustavo Esmoris, Javier Etchemendi, Jorge Palma, Lilián Irigoyen. “Solo sé que soy un perfecto desconocido; pero sé que voy a llegar. Es más, me alienta el solo pensar ai que hay un muchacho en Algorta que se interese por el arte va a tener, por lo pronto, un primer escalón que puedo ser yo”.


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