Paysandú, Jueves 30 de Abril de 2009
Policiales | 26 Abr Desde que alguien utilizó por primera vez el concepto “inseguridad” para referirse al efecto psicológico que ejerce el aumento de la delincuencia en los componentes de una comunidad, muchos sociólogos, políticos e incluso periodistas analizan el tema e intentan, con diferentes motivaciones, establecer los verdaderos alcances y consecuencias de una problemática que ejerce fuerte influencia en la agenda pública.
Pero en definitiva es el ciudadano común, aquel que rara vez accede a los medios masivos para dar su opinión, quien posee suficientes elementos de juicio para efectuar un diagnóstico acertado de cuanto sucede “ahí afuera”, en el “día a día”. Solo aquellos que todos los días salen a trabajar conocen la incertidumbre que entraña dejar la casa sola o saber que en su ausencia una madre saldrá a la calle para hacer sus mandados. Son, en conclusión, quienes siempre se despidieron de sus seres queridos con un “que te vaya bien”, un “nos vemos pronto”, pero ahora, conscientes de la situación, nunca olvidan agregar un “cuidate”.
Cuidarse significa no dar oportunidad a los delincuentes, cruzarse de vereda “a tiempo”, cerrar con dos vueltas de llave; en definitiva, no transformarse en víctima fácil de quienes aguardan la mínima oportunidad para cometer un ilícito. Pero a veces no es suficiente. En ocasiones la realidad “nos sale al cruce”, nos pone a prueba y nos convierte en protagonistas involuntarios de una puja que enfrenta dos mundos antagónicos, divididos por mucho más que valores perdidos y exclusión social.
En cualquier esquina
“La realidad” le salió al cruce a un grupo de amigos que regresaba a casa desde la zona céntrica. Eran más de las diez cuando los cinco adolescentes dejaron atrás las luces de Leandro Gómez y Treinta y Tres Orientales para dirigirse hacia el Sur. Hacía tiempo que no se veían, así que mientras avanzaban por las calles semidesiertas intercambiaban anécdotas y chanzas a viva voz. Llegaron a calle Artigas y desde allí caminaron hacia el Oeste hasta llegar a las cercanías del cruce con Baltasar Brum. Cuando atravesaban la esquina, quienes se habían separado del grupo por escasos metros escucharon los gritos de varias personas que, desde el norte y en medio de la oscuridad, se insultaban entre sí.
Todo sucedió rápidamente. En una fracción de segundo, las voces que maldecían en las tinieblas se materializaron en tres sujetos que rápidamente les cortaron el paso.
Dos mundos diferentes estaban a punto de enfrentarse una vez más. Vestidos con los típicos pantalones anchos y con el rostro semioculto por gorros con visera, los extraños increparon a los adolescentes utilizando en lenguaje de la calle.
“¿Sale esa fuerza?”, preguntó uno de ellos, en lo que podría traducirse como una solicitud de dinero. Los aludidos no se amedrentaron. Trataron de mantenerse unidos y nunca perdieron de vista a sus contrincantes, que ahora se habían transformado en cuatro. Sabían que todo podía solucionarse con unas monedas, pero en esta ocasión no estaban dispuestos a dejarse ganar por el miedo. No conforme con la negativa, uno de los extraños avanzó hacia el grupo e intentó arrebatar una mochila, pero los adolescentes se defendieron. Ambos bandos se fundieron en un furioso intercambio de golpes que duró pocos segundos, ya que los buscapleitos no resultaron tan feroces como parecían. Bastó con que uno de ellos cayera al suelo para que los demás abandonaran rápidamente el “campo de batalla”.
El grupo de adolescentes también se alejó del lugar. Se llevaron un ojo morado y un corte en el cuero cabelludo, pero la satisfacción de no haberse dejado intimidar.
Una esquina fue nuevamente escenario de un viejo enfrentamiento entre dos formas de vivir. Esta vez no hubo víctimas y victimarios, pero quizá lo más importante sea el mensaje que los antisociales se llevaron a casa: la gente común no se resigna a vivir encerrada y cada día está más dispuesta a defenderse.
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