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Paysandú, Sábado 02 de Mayo de 2009

PASIVIDADES
HABLAN NUESTROS MAYORES

HABLAN NUESTROS MAYORES Miguel Segui, otro de los valiosos integrantes de la “familia del ferrocarril”

Locales | 29 Abr Seguramente que uno de los trabajos que más huellas han dejado en quienes lo realizaron es el ferroviario. Ello quedó demostrado con la larga permanencia de la gente, así como por la añoranza con que suelen recordarlo quienes han pasado a gozar del beneficio de la jubilación. Nuestro entrevistado, que se jubiló hace 29 años, se siente un integrante de la gran “familia del ferrocarril”, adonde llegó a los 21 años --luego de haber trabajado desde niño como mandadero y repartidor de comercio-- para quedarse allí todo el resto de su vida laboral.
Miguel Duval Segui Peppo nació el 30 de enero de 1928, en el hogar constituido por Pascual Segui y María Dolores Peppo. Está casado desde el 15 de octubre de 1953 con María Rosa Borsoni: “nos casamos en la Parroquia de Constancia, de donde es oriunda mi esposa. El fotógrafo fue don Héctor Graniero quien llegó tarde --para nuestro nerviosismo-- por un grave accidente que hubo aquel día en la balsa del arroyo Negro y cuyas fotos fue a sacar para EL TELEGRAFO”. El matrimonio tiene cuatro hijas: Alicia, Teresa, Raquel y Lilián Segui Borsoni, quienes les han dado siete nietos.
Nos cuenta que “la casa paterna estaba en calle antiguamente llamada Europa (Dr.Felippone), entre Oriente (Pbro.Larrañaga) y Bolívar. Por cercanía, de primero a sexto año, fui a la Escuela 4 que estaba en Queguay (Dr.De Herrera) casi Oriente, la que se conoció como la ‘escuela de Guidali’ por la panadería que estaba en la esquina. Una semana a cada uno nos tocaba ir con el canasto a buscar bollos y, controlados por las maestras, les vendíamos a los compañeros en el recreo. Recuerdo a muchos compañeros con los que siempre andábamos juntos y a las maestras tan buenas, Barneche, Fernández, Zabaleta y otras muy queridas”.
Empezó a los nueve años
En cuanto a la actividad laboral confiesa que la inició de niño: “empecé a los nueve años en una ferretería, la de Salvador Tortorella, que estaba en Cerrito y Florida. Estuve cuatro años como mensajero y ganaba 3 pesos por mes --recuerda con una sonrisa-- que entonces servían. De mañana iba a la escuela y de tarde hacía cuatro horas en esa ferretería. También llevaba viandas luego de salir de la escuela. Me acuerdo que dos las llevaba al comercio de Estefanell en Leandro Gómez entre Queguay y Zorrilla de San Martín. Una era para el maestro panadero y otra para un empleado de apellido Volpe, cuyos padres tenían gomería en Avenida España”.
Nos explica que “las viandas eran tres platos de metal, con manija que los unían, que iban desde la casa de estas personas a su lugar de trabajo y la comida llegaba calentita. Iba de lunes a viernes sin faltar un mediodía”.
Experiencia de repartidor
Segui añade que “a los trece años entré al comercio de ‘ramos generales’ de Juan B. Laurino que estaba en Pastor (Lucas Píriz) y Juncal. Había de todo lo que se buscara y muchas veces le compraba a los chacreros --empleando el trueque-- que traían papa, zapallos y boniatos u otros productos, llevándose mercadería de almacén que necesitaban. Era repartidor, aunque también me tocaba algo del mostrador. Lo que disponía para llevar los pedidos era un ‘sidecar’ con la caja para la mercadería adelante y uno en la bicicleta dando pedal a más no poder. Se ha dejado de usar, lógicamente, al extremo que el último que yo vi fue en la recordada Casa Coll en la calle Leandro Gómez y Montevideo. La verdad era que uno tenía que hacer mucha fuerza en los ‘cuesta arriba’ pero la mercadería se entregaba siempre en forma y en hora a los clientes; eso era fundamental”.
Al trasiego del ferrocarril
“Cuando tenía veintiún años cumplidos entré al ferrocarril un día feriado: el 19 de abril de 1949, cuando ya era del Estado, era AFE, aunque hacía muy poco tiempo que se habían marchado los ingleses. Fui enseguida con las máquinas, en la sección que se llamaba ‘Trasiego’. Arranqué de limpiador y fui avanzando, con etapas fundamentales como foguista y finalmente maquinista. Ibamos hasta Artigas; le hablo de 1949 cuando el año de las ‘vacas flacas’ por una sequía, eramos nuevitos y teníamos que palear el carbón para la máquina. ¡Pero gracias a Dios anduvimos bien!”
“Después vinieron las máquinas petroleras, que eran más fáciles de atender que las a carbón. Años después sí llegaron las locomotoras diesel que se usan hasta ahora. Como maquinista me tocó andar por Paso de los Toros, Piedra Sola, Fray Bentos, Mercedes, Salto también”, agrega.
“Puedo decir que mi trabajo fue normal y que solo tuvimos un descarrilamiento en Fray Bentos; también casi hubo otro en Piñera pero --no tengo vanidad al decirlo-- lo evité yo al poder parar la máquina, que se sacudió y ya estaba para caerse de la vía. En este caso lo que llevábamos era carga”.
Aún con un dejo de tristeza recuerda que “siendo foguista, todavía estuve en el tren que en Salto agarró un viejito. Salimos de esa estación con veinte vagones y una máquina a carbón y en un paso a nivel vi a un anciano que estaba en la vía”.
“El cabezal de la máquina lo tiró, una cosa tremenda, yo me ‘tiré’ enseguida para ver qué podía hacer pero ya estaba sin vida. Lamentablemente es cierto aquello de que el tren ‘no tiene frenos’ y que en la vía no puede haber nada. Estaban los timbres (alarmas) pero era en la entrada y salida de las ciudades donde, como usted sabe, también ha habido accidentes serios”.
La vida del campo
Al entrañable amor de quienes trabajaron en el ferrocarril se suman las mil y una anécdotas acuñadas en los viajes por las vías, muy especialmente en el contacto con la gente que empleaba ese medio de transporte, tanto para ir de un pueblo a otro, como para ir en viaje de bodas o por cualquier otro motivo personal, a Montevideo, en el recordado coche-cama. De ahí que, con mucho énfasis, nuestro entrevistado exprese: “el ferrocarril era la vida del campo, había que ver aquellas estaciones. Se atendían y transportaban los pasajeros, estaban los trenes de carga y en todas las estaciones habían galpones donde se recibía el trigo y otros productos del campo, todo era actividad. Ahora, en los tiempos modernos, no hay nada de eso, paró todo. ¡Ni las locomotoras se sienten!”
De su actividad laboral en la Administración de Ferrocarriles del Estado se jubiló “en 1980, tras treinta y dos años en el ferrocarril. Extrañé mucho al comienzo, eso sí, pero ya hace veintinueve años, por lo que todo va pasando como ocurre en la vida”.


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