Paysandú, Jueves 07 de Mayo de 2009
Opinion | 04 May En el país de los problemas que se eternizan, de los proyectos que se prometen para lo inmediato y que luego se postergan para mejor oportunidad, que deben ser reformulados porque a la hora de ejecutarlos ya han quedado atrasados, no puede extrañar que ya en plena campaña electoral, sobre todo los temas más ríspidos o controvertidos sean dilucidados “salomónicamente”, dejando de lado el pronunciamiento sobre lo esencial para ensayar alternativas y seguir tirando la pelota hacia adelante.
Es un aspecto típico de nuestra idiosincrasia, por cierto, que no muestra mayor apuro por las soluciones de fondo, está en un permanente estado deliberativo, cuestionamientos y medias tintas, hasta que al final llega a una alternativa “lavada” que no conforma a unos ni a otros y deja las cosas en un limbo a cuenta de definiciones que tal vez llegarán algún día, si se cuadra.
Y esta constante, con honrosas excepciones, se agudiza cuando ingresamos en el año electoral, como éste, cuando las más de las veces el gobierno, y sobre todo el Parlamento, colocan el piloto automático para no arriesgar el duro precio de pagar costos políticos por movidas arriesgadas que podrían hacer más adelante.
Así se reafirma la tesis de que el año electoral es en realidad un año perdido de gobierno, como también lo es el siguiente a la elección, cuando se instalan el nuevo Poder Ejecutivo, el Parlamento y se registran los consecuentes cambios en los directorios de empresas públicas y otros organismos del Estado, aún cuando se mantenga el mismo partido en el poder, por lo que entre la quietud de no innovar y los reacomodos posteriores, se pierden por lo menos dos años de los cinco que dura un período gubernamental.
Por lo demás, no debe perderse de vista, como ya se está percibiendo y seguramente se irá intensificando con el paso de los días y semanas, que la enorme mayoría de los legisladores se juegan su reelección o su suerte política en el próximo acto eleccionario, por lo que están embarcados en mayor o menor medida en campaña con sus respectivos precandidatos nacionales o departamentales.
No puede extrañar entonces que poco a poco nos vayamos quedando con plenarios en ambas cámaras legislativas en los que apenas se logra un quórum por encima del mínimo reglamentario, o que en el medio de la sesión ésta deba levantarse porque los pocos que sostenían el número mínimo se perdieron de vista en el momento menos pensado.
Claro, su trabajo no exige marcar tarjeta, aunque esté muy bien remunerado, y tiene vicios que se realimentan. Cada precandidato de todos los partidos, sin excepción, se mueve con su buen séquito de legisladores jugando su propio partido, para no “perder rueda” de sus adversarios, y participan activamente en las cada vez más frecuentes giras por el Interior o barrios capitalinos. Con su actitud, no tienen el menor empacho aún cuando son pagos por el pueblo para legislar, para andar desperdigados sin ocupar su banca en el Parlamento, y menos aún si se trata de participar en las comisiones. Como prácticamente nadie está en condiciones de arrojar la primera piedra, es claro que hay un pacto de silencio implícito para no quedar demasiado en evidencia por las continuadas ausencias.
Y cuando se consiguen los quórum habilitantes, también es frecuente que los legisladores eviten pagar costos políticos o encarar en profundidad los temas, para trasladarle el fardo a quienes les sucedan en el próximo período.
Este escenario se dio por ejemplo en el caso de la ley que condiciona el derecho de propiedad de los colonos que adquirieron sus predios por la ley anterior a la que creó el Instituto Nacional de Colonización, y que en su tratamiento en el Senado tuvo una mejora, pero con el agregado de un plazo hasta el 31 de mayo de 2010 para ver si en el ínterin se logra consenso para una solución. Para no ser menos, en Diputados no hubo quórum para tratarla y se espera lograrlo esta semana.
Mientras tanto, los ministros de gobierno se suman al carnaval preelectoral en su despliegue en apoyo a los candidatos del oficialismo, con su máximo exponente en la ministra del Interior, Daisy Tourné, quien hasta se sube eufóricamente a los estrados y dirige sus diatribas contra la oposición en apoyo al precandidato Danilo Astori, como si no tuviera la menor responsabilidad en su carácter de ministra política del gobierno. Es decir, nada nuevo bajo el Sol en el discurrir político del Uruguay, lo que explica por qué seguimos estando donde estamos, con viejos vicios disfrazados de versos nuevos. Tal vez sea hora de que veamos que los más expuestos y que no renunciaron a sus bancas para hacer campaña, son quienes menos trabajan.
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