Paysandú, Viernes 08 de Mayo de 2009
Opinion | 05 May El comienzo de las obras de remodelación y refuerzo del muelle del puerto de Paysandú con vistas a la operativa con contenedores, conlleva la reversión de un largo proceso de deterioro de la infraestructura de la terminal portuaria sanducera, que se ha dado durante décadas. Pero es sobre todo un acontecimiento que entraña un simbolismo muy especial para el departamento, el país y la región en esta coyuntura adversa, como apuesta al futuro que es valedera por erigirse en instrumento de apoyo para el desarrollo sustentable.
Debe tenerse presente que la Administración Nacional de Puertos (ANP), se fijó como meta la reactivación de los puertos del Litoral a partir de la presente administración y está respaldando los enunciados con inversiones que trascienden un período de gobierno, pese a que ha quedado atrás por ahora el escenario favorable que el país ha tenido en los últimos cuatro años y el momento aconseja especial cuidado en las cuentas públicas.
Pero precisamente una cosa es el gasto público en determinadas áreas en las que es posible e incluso preciso recortar erogaciones en un momento particularmente difícil para la economía, sobre todo cuando no se han instrumentado políticas anticíclicas, y otra es la inversión en infraestructura que contribuirá al desarrollo y a generar la sinergia de los sectores productivos, como es el contar con puertos operativos para la exportación de gran volumen de mercadería, en la que la incidencia del costo del flete resulta fundamental para lograr rentabilidad y la posibilidad de competir en el exterior.
De ahí la doble significación de reafirmar en momentos de crisis los proyectos de largo plazo que necesita imperiosamente el país, desde que si bien en un contexto de coyuntura favorable estas erogaciones suelen justificarse por la tendencia que adquiere la economía, tienen mucho más valor cuando se hacen en una situación complicada como la actual, por cuanto se inscribe justamente en la actitud que nos va a permitir en el futuro estar más o menos a cubierto del acontecer internacional mediante instrumentos logísticos adecuados a nuestras necesidades, y que lamentablemente se han ido postergando o desvirtuando con el paso de las décadas.
Tenemos el ejemplo claro de la empresa Azucarlito, que tras el cese de la producción de remolacha azucarera se ha reconvertido al refinado del crudo importado desde la región, y que ante las dificultades para el transporte en barcazas por la hidrovía Paraguay - Paraná - Uruguay debió apelar al transporte marítimo para abastecerse de materia prima.
Pero claro, ante problemas de infraestructura en el puerto de Fray Bentos y de calado para llegar hasta el puerto de Paysandú, ha debido transportar el azúcar crudo por vía terrestre desde Nueva Palmira, en un recorrido de casi 300 kilómetros que ha encarecido sustancialmente el costo de la materia prima y por ende comprometido la rentabilidad de la empresa. Ello resulta fundamental para una empresa privada, naturalmente, como es también el caso de los emprendimientos forestales y agroindustriales en una diversidad de áreas, pero no para proyectos como el de ALUR en Bella Unión, que puede apelar a cualquier logística porque cuenta atrás con los recursos de Ancap para operar a pérdida cuanto tiempo sea necesario, aunque el costo lo deba pagar toda la sociedad a través de impuestos y sobreprecios en los combustibles.
Es decir que la inversión en logística, como en los puertos del Litoral y sobre todo los ubicados en el norte del río Negro, así como la infraestructura que apunte a contar con un puerto seco en Rivera mediante enlaces carreteros y ferroviarios que permitan un transporte seguro y fluido de mercaderías, los acuerdos para financiar inversiones mínimas en el corredor bioceánico por encima de coyunturas y de gobiernos, aún en el contexto de un Mercosur contradictorio y errático, constituyen una hoja de ruta para la región en cualquier circunstancia. Por lo tanto estamos ante un elemento diferencial y factor multiplicador del potencial de la región, cuya concreción no debe desdibujarse pese a la incertidumbre que surge de los ciclos económicos adversos y que tiene el valor fundamental de lo permanente.
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