Paysandú, Martes 12 de Mayo de 2009
Locales | 10 May Como EL TELEGRAFO ha informado, estos últimos meses han sido sugeridos a la Intendencia Municipal de Paysandú nuevos nombres para las calles de Casa Blanca. Así, el nomenclátor casablanqueño sería enriquecido, entre otras denominaciones, con Rambla 11 de febrero de 1811 (Conspiración de Casa Blanca), Tomás Paredes y Jorge Pacheco (participantes en los hechos históricos de 1811)…
Con sorprendente constancia, desde 1879 a la fecha más de un centenar de autores ha plasmado la Conjura de Casa Blanca en sus investigaciones.
Entre ellos, en 1962 Fernando Arce relata que el 11 de febrero de 1811 el suceso revolucionario fue “ahogado en sangre por Michelena. Allí fueron sorprendidos en reunión insurrecta entre otros, el cura párroco de Paysandú, Silverio Antonio Martínez, Nicolás Delgado, José Arbide, Miguel y Saturnino del Cerro, Francisco Bicudo, Fray Ignacio Maestre y el Entrerriano Francisco Ramírez. Los patriotas se resistieron bravamente y algunos, como Saturnino del Cerro, sintiéndose herido, antes de caer en manos enemigas se arrojó a las aguas del Uruguay, para aparecer ahogado tiñendo con su sangre generosa las aguas del río indígena. Ramírez con otros fue a dar a los calabozos de las Bóvedas de Montevideo, en donde hubo de hacer prodigios para huir y no perecer víctima de una afección pulmonar”. Adjetivo más, palabras menos, las crónicas han discurrido ampliando o minimizando los pormenores. En lo personal en 2003, abrevando en pródigos investigadores sanduceros, bosquejé un pequeño artículo que hacía referencia a la Conjura de la Casa Blanca de 1811. Pero hace un trío de años, grande fue mi sorpresa al comenzar a leer una investigación del profesor Ariosto Fernández (1962), que negaba la existencia de dicha conjura. Analizar hoy si estos sucesos acaecieron o no, no implica un cuestionamiento al proceder de los involucrados. De forma manifiesta para los intereses de la revolución, en esos primeros pasos cada uno prestó un precioso auxilio humano que haría tambalear cualquier reprobación que se pretendiera formular a su conducta. Pero la conjura de Casa Blanca nunca existió. Fue la construcción de un relato histórico, iniciado por Francisco Bauzá en 1897 que entró, desde entonces, en el largo y ancho cauce de la bibliografía nacional.
De haber ocurrido los hechos tal como lo registran numerosas narraciones, seguramente grande habría sido su repercusión en la prensa de la época. Pero ni la Gazeta de Montevideo, ni el Correio Braziliense, ni la Gazeta de Buenos Aires, ni otros medios registraron suceso alguno.
Todos los presuntos involucrados se llamaron a silencio. También sus hijos u otros parientes; en ninguna carta íntima ni parte oficial se recuerda la conjura de Casa Blanca, ni un solo documento he encontrado referido o citado en ciento veinte libros y cientos de artículos, que mencionan este episodio. Tan solo acopio bibliográfico que ha sufrido, a lo largo de estos últimos ciento cuarenta años, un sinnúmero de cambios, entre ellos, la fecha en qué ocurrió, las personas que participaron, quiénes resultaron encarcelados… Nadie aporta una prueba.
¿Se podría informar sobre un hecho inexistente?
La fecha del 11 de febrero de 1811, que Bauzá tomó del libro de Antonio Zinny: es, apenas, --dice Fernández-- la trascripción fragmentada y con agregaturas, que lo afectan sensiblemente, de un antiguo artículo de la Gaceta Mercantil de Buenos Aires (1826), ni el remitido ni su reedición en el periódico El Oriental mencionan, en absoluto, a Casa Blanca y la fecha consignada --11 de febrero de 1811-- no particulariza un determinado y expreso suceso regional, caracteriza todo el movimiento emancipador oriental.
Fue don Francisco Bauzá quien recogió, por primera vez… la referencia cronológica de Zinny para destinarla, indebidamente, a los sucesos de Paysandú y Casa Blanca.
La segunda fuente --Isidoro De María-- no refiere a ninguna conspiración en especial, nos habla del movimiento rebelde a lo largo de varios meses.
Paysandú era, sin duda, uno de los focos revolucionarios. Esta fue la razón por la cual el capitán de navío español Juan Ángel Michelena, a finales de 1810, ancló sus barcos en esta ciudad. El día seis de noviembre le ordenan concentrar sus fuerzas en el Arroyo de la China. En ese punto permaneció hasta el diecinueve de enero de 1811, cuando le mandan replegarse a la Capilla de Mercedes.
El primero de febrero, se traslada a Colonia llegando a su nuevo destino el día cinco. El diez del mismo mes y año --expresa Fernández-- el comandante militar de la plaza don Vicente Muesas, en nota al virrey Elío le dice: [que estaban] reunidas en este Cantón las tropas que mandaba el Capitán de navío Don Juan Ángel Michelena…
Existen documentos que permiten trazar precisas referencias de los movimientos de Michelena en el mes de febrero, en las inmediaciones de Colonia, es decir a ocho días de navegación de las costas sanduceras.
La presencia de Michelena al norte del Río Negro, entre los meses de octubre y enero, evitó todo tipo de pronunciamiento por parte de los sediciosos, llegando a procesar a veintidós revolucionarios, entre los que se encontraba Jorge Pacheco.
Este último se había radicado en 1809 en el poblado de Casa Blanca, pero sus acciones revolucionarias posteriores al 25 de mayo de de 1810 motivaron su arresto y posterior presidio en Montevideo. Liberado y nuevamente arrestado en Arroyo de la China (Concepción del Uruguay), recupera una vez más su libertad. En noviembre de 1810, Miguel del Cerro atestigua haberlo encontrado en Rincón de Vera (cerca de Casa Blanca). Nunca más pisó un presidio, su nombre no figura en los Pie de lista de los presos existentes en la Real Ciudadela de 1811.
Otro tanto puede decirse sobre el Padre Silverio Antonio Martínez, otro de los supuestos conjuros. En el archivo Juan José Castelli se encuentra una misiva del primero de marzo de 1811, enviada por el Padre Martínez desde Paysandú en la que informa a un amigo sobre la insurrección en Mercedes y Soriano. ¿Cómo se explica la existencia de este documento si la conjura se sitúa temporalmente el 11 de febrero, afirmándose que los revolucionarios fueron conducidos a Montevideo?
El cura párroco recuerda en una declaración firmada en el año de 1825, que luego del ataque a Paysandú en agosto de 1811, los españoles saciaron sus resentimientos, persiguiendo, ultrajando y prendiendo a los que defendían la causa de la libertad, y sin reparar en clase ni condición, atropellaron mi casa, y a don José Arbide y a mi nos prendieron y embarcaron para Montevideo…
Es decir, que la captura de ambos sucedió varios meses después de la supuesta conjura, recobrando su libertad con el armisticio de octubre de 1811. Tampoco cayeron prisioneros en manos del ejército español comandado por Michelena. Fueron detenidos por las fuerzas luso brasileñas, bajo el mando de Bento Manuel Ribeiro.
Siguiendo los mismos preceptos de los dos últimos implicados, el revolucionario Nicolás Delgado, sindicado como uno de los conspiradores de Casa Blanca, tendría que haber estado preso en las Bóvedas a partir del 11 de febrero. Pero en el juicio que se le lleva a cabo a otro supuesto coligado, Tomás Paredes, el testigo Antonio de Rivera declara que el día tres de marzo de 1811 Delgado estaba en una estancia de Paysandú.
Nicolás Delgado nunca fue encarcelado. Los primeros días de marzo asumió la Comandancia Militar de Paysandú hasta los primeros días de agosto. Cuando llegó el ejército portugués a las costas sanduceras, Delgado se integró al Éxodo del pueblo oriental. Los demás componentes de la conjura no acompañaron a Artigas.
Los datos bibliográficos de Saturnino del Cerro son casi inexistentes; en la bibliografía citada en esta investigación, algunos autores lo señalan como hermano de Miguel, sin aportar prueba alguna. En 1826, la Gaceta Mercantil menciona que Saturnino del Cerro fue herido y murió ahogado en el Salto. Curiosamente todas las crónicas históricas omiten el lugar del fallecimiento (de forma expresa indicado en la fuente originaria) y que contiene una ubicación geográfica que coloca a este patriota, al momento de su muerte, a 150 km de los sucesos de Casa Blanca. Fray Ignacio Maestre no aparece en la nómina de Isidoro de María, pero se encuentra presente en la gran mayoría de las listas que relacionan a los revolucionarios con Casa Blanca.
En 1951, Raúl Montero Bustamante advierte por primera vez que Maestre degustó las mazmorras de la ciudadela de Montevideo. Esto sin aportar prueba alguna o fuente documental.
Estrecho amigo de Ignacio Martínez, --nos dice Schulkin-- desde que Maestre asumió en 1807 como el primer teniente, cura de la novel parroquia [sanducera], permaneció en el solar hasta mediados del año 1811. Luego se trasladó a Buenos Aires y en noviembre se instaló en Paraguay. Nada hace pensar en su presencia en Montevideo en condición de reo.
La supuesta participación del caudillo entrerriano Francisco Ramírez es la más paradójica, se integra al memorándum de la mano del historiador argentino Benigno T. Martínez, quien en 1881 consigna un detalle poco conocido: Francisco Ramírez, permaneció por algún tiempo… en las mazmorras del Gobernador Vigodet…
Cuatro años más tarde, las referencias a Ramírez --nos dice Fernández-- adquieren más extensa y ampulosa forma literaria en las páginas de una nueva publicación del mismo autor.
Ninguna de estas páginas explica cómo hizo Francisco Ramírez para proclamar, el día 12 de febrero de 1811, la libertad e independencia entrerriana, si el día anterior había sido capturado por Michelena en la Banda Oriental y enviado a las bóvedas de Montevideo…
Curiosamente el propio Martínez, cuando abordó el tema de Casa Blanca por tercera vez en Historia de Entre Ríos (1900), omite su presencia entre los coligados.
Por último, se tendrá que esperar hasta la segunda mitad del siglo XX, para conocer la última incorporación bibliográfica de los conjurados. Hasta donde sabemos, fue Agustín Beraza quien en 1951 agregó a la lista a Tomás Paredes.
En 1804, nos dice Miguel Ángel Pías, El jurisconsulto español Juan Almagro había adquirido la estancia de Paso Vera… don Tomás Paredes accedió al cargo de capataz de la gran estancia y se radicó definitivamente en su casco.
Promotor de diversas gestiones de carácter independentista, fue uno de los más importantes asistentes a la reunión de Casa Blanca, celebrada “en su casa” el 11 de febrero de 1811…
¿Qué sabemos de
Tomás Paredes?
Que es el único de todos los supuestos coaligados de Casa Blanca que figura en el Pie de Lista de Presos existente en la Real Ciudadela de Montevideo, en febrero de 1811.
Que mientras se encontraba detenido se le inició, el 11 de marzo de 1811, un juicio sumarial a bordo de la lanche La Victoria en las Barranqueras de Fray Bentos. En dicha causa declararon cinco testigos, aportando información que posicionaba a Paredes como adepto a la causa de Buenos Aires y lo vinculaban a otros nombres (Pacheco, Martínez, Maestre, entre otros) implicados por la bibliografía en la supuesta conjura de Casa Blanca. Pero no se hace referencia alguna en las mencionadas deposiciones a esta conspiración. Es curioso que los cinco testigos, vecinos de Paredes, no observaran ninguna acción bélica donde hubo muertos, heridos y prisioneros. Ni siquiera mencionan haber sabido, de oídas, sobre alguna operación en Casa Blanca. Particularmente, el último testigo, Antonio de Rivera, afirmaba conocerlo muy bien de tres años a esa parte, por su vecindad con el establecimiento del enjuiciado. Al igual que los declarantes que lo precedieron, no vinculó ni a Tomás Paredes, ni a la Casa Blanca, con alguna insurrección. Pero de sus afirmaciones se desprenden tres cosas llamativas.
Que el declarante refiera a una chacra y no a una estancia. Son dos cosas bien distintas y resultan por tanto inconfundibles para alguien inserto en ese ambiente, en esa época.
Que localice a una legua de distancia dicha chacra, cuando el poblado de Casa Blanca se encuentra a casi tres leguas de Paysandú y la llamada Casa Blanca, casco de la estancia de Almagro, todavía más al sur.
Que señale que se prendían fogatas para avisar a Díaz Vélez, en Concepción del Uruguay, el arribo de Michelena. Adviértase que un observador situado en el casco de la estancia de Almagro detectaría con diferencia de escasos minutos, en relación a los entrerrianos, cualquier navío procedente de Paysandú --por el reviro del Río Uruguay y por la isla de Almirón-- y haría baladí cualquier aviso como el descrito.
La respuesta a todos estos desajustes es que desde fines de 1809 o principios de 1810, Tomás Paredes residía en una chacra, ubicada a una legua de Paysandú, a la vera del arroyo La Curtiembre, luego de haber estado cinco años en la casa de Paso de Vera (Casa Blanca). Atestigua esa permanencia --nos dice Schulkin-- el archivo de Almagro con noticias fehacientes sobre la entrega de ambas estancias al señor Paredes…
Los datos del propietario del establecimiento de Casa Blanca, relativos a la presencia de Paredes en su estancia, coinciden con la inscripción y posterior bautismo de una de las hijas de Tomás Paredes, María Leonarda, que nació en Casa Blanca el 6 de noviembre de 1806. Mientras que su hermano, Clemente María, fue anotado en Paysandú el 23 de noviembre de 1810, al haber ya dejado en esa fecha la estancia para radicarse en la chacra de la Curtiembre.
El testigo Antonio de Rivera se ajusta a la realidad de los hechos, las fogatas fueron dispuestas desde las alturas de su nueva finca de Paysandú, desde donde sí podía alertar con anticipación la partida del capitán Michelena hacia Concepción del Uruguay, lo que ocurrió en el mes de noviembre…
Concluyendo, mientras no se ostenten elementales pruebas, sustentaré que la participación de Tomás Paredes y Jorge Pacheco en la Conjura de Casa Blanca es un inmenso desglose de inexactitudes históricas. Y que la conjura de Casa Blanca es un acopio de errónea interpretación bibliográfica.
Edward Carr, en su libro “¿Qué es la Historia?” termina diciendo: el Profesor Morison aboga por una historia escrita con sano espíritu conservador, yo vuelvo la mirada a la calle, sobre un mundo en tumulto y un mundo a la obra, y contesto con las manidas palabras de un gran científico: Y sin embargo, se mueve. Yo agregaría: solo la mano que borra puede escribir la verdad.
Javier Ricca
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