Paysandú, Viernes 15 de Mayo de 2009
Locales | 08 May Construir un proyecto de vida al formar una familia es un desafío que por estos tiempos parece no resultar tarea fácil. Perdurar en el tiempo a través de la comunión del matrimonio, criando, educando y formando a los hijos resulta un duro trabajo que exhiben con absoluto orgullo todos aquellos que lo han logrado. En nuestro interior rural perduran ciertas costumbres en los entornos familiares, que con el paso de los años se han transformado en verdaderos ejemplos de vida. Es el caso del matrimonio formado por Raúl Florentino Barale (87) y María Helena Señoriña (76), residentes en Orgoroso, que festejaron sus bodas de diamante el 23 de abril. Sesenta años es una vida y es que se conocieron en la escuela del pueblo, en una quermese bailable. Fue cuando el edificio tenía techos en chapa y pisos de tierra. La maestra directora, por aquellos tiempos, era Angelina Marazzano de Luaces.
La mañana que visité a este simpático matrimonio estaba luminosa y radiante, presagio de un grato encuentro con los entrevistados de turno. No hacía muchos días que había hablado con Pedro Barale, uno de sus hijos, para coordinar el encuentro. Al llegar al portón de entrada de la casa, una sonriente señora salió a recibirme y, con la calidez que solo tienen los buenos vecinos de barrio, me invitó a pasar. Como suele ocurrir con gente de su edad, la charla se polarizó casi de inmediato y doña María disparó un interesante relato, interrumpido en ocasionales oportunidades por breves preguntas. Es que la intensidad de su narración, transformaron a la entrevista en un inquietante monólogo. Cómo se conocieron fue el disparador de la charla. El resto, un grato relato cargado de nostalgias. “A veces yo lo veía en los almacenes, de cruce, pero él no me miraba. Con el tiempo no sé lo que pasó, porque empezó a escribirme y después del baile en la escuela comenzamos a vernos”.
Son padres de once hijos, seis varones y cinco mujeres que viven con sus respectivas familias en Orgoroso. Barale, ahora jubilado, trabajó en las trillas, fue peón de campo, dedicó años a las plantaciones de girasol y maíz. Su esposa, pensionista, fue ama de casa y se dedicó casi por entero a criar a sus hijos.
“Eran tiempos en los que teníamos que acarrear el agua desde un pozo, caminando unos cuantos metros. Después que los gurises fueron grandes empezaron a trabajar todos y desde entonces se comenzó a pasar mejor. Ahora estamos mejor que antes y por lo menos para vivir nos alcanza”, sostiene doña María. Propietarios de una vivienda de Mevir, la señora comenta que “ahora contamos con agua potable y podemos darnos un baño con agua caliente. Antes no era así”.
Como familia numerosa, siempre tienen un motivo de reunión. “Siempre alguno de los gurises viene a compartir un almuerzo. Uno trae las cosas, el otro cocina y se pasan gratos momentos. Para el aniversario de casados vinieron los once hijos y solamente faltaron dos nueras. Compartimos un gran asado en el patio de la casa. Entre todos organizaron el encuentro”.
Don Barale es oriundo de la Agraciada, departamento de Soriano, y llegó a Orgoroso cuando tenía diecisiete años, mientras que doña María llegó al pueblo al año de haber nacido.
“Acá la vida es tranquila. Tenemos todo y estamos bien”. María dice que su esposo, “como viejo futbolero, se muestra simpatizante de Nacional y los domingos pasa las tardes mirando los partidos por televisión. Y yo lo acompaño, aunque de eso no entiendo nada”, concluyó.
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