Paysandú, Lunes 18 de Mayo de 2009
Opinion | 18 May De acuerdo a los últimos datos conocidos de las mediciones del instituto privado Ceres, la actividad de la economía uruguaya cayó en marzo respecto al mes anterior, lo que indica que se acumulan seis meses de descenso consecutivo luego de casi seis años de crecimiento.
No es un dato menor, y naturalmente, no se trata de un problema exclusivo del Uruguay, sino que estamos sufriendo las consecuencias de la crisis económica internacional que se instaló a partir del año pasado con la debacle inmobiliaria en Estados Unidos y viene golpeando en cascada a las principales economías mundiales y por derivación a países como Uruguay, que depende de lo que vende a esos mercados.
Pero a fuer de sinceros, el ciudadano medio por lo general no percibe todavía en nuestro país las consecuencias de este retroceso en la actividad, por lo menos en la medida en que repercute por ejemplo en Estados Unidos y España, así como en otros países europeos, donde el desempleo ha crecido sustancialmente a niveles inesperados. Tal es el caso de la Madre Patria, donde está orillando el 20 por ciento y su crisis se asemeja ya a lo que vivimos en América Latina aún en épocas de bonanza, lo que no es poco decir teniendo en cuenta el desfasaje abismal entre la calidad de vida del primer mundo y la de las naciones en desarrollo.
Pero lo cierto es que en mayor o menor medida nadie escapa de la crisis y se trata de intentar sortearla lo mejor que se pueda, y sobre todo, lograr que dure lo menos posible para embarcarnos en la ola favorable tan pronto cambie el viento.
No obstante, no es posible soslayar que los indicadores macroeconómicos dan cuenta que la economía ha dejado atrás la excepcional bonanza de que gozamos como consecuencia del favorable contexto internacional en el período 2003-2008, y que es preciso adaptarnos a la nueva realidad en base a nuestras posibilidades y perspectivas, que en el mediano y largo plazo no son tan malas, teniendo en cuenta nuestro perfil de país agroexportador para un mundo necesitado de alimentos y en el que los recursos naturales están sobreexplotados.
Así, tras una abrupta caída de las materias primas y esencialmente los granos, en los últimos meses se han recompuesto parcialmente los precios en los mercados internacionales, lo que indica que los problemas están mayormente centrados en los productos prescindibles y no en los demandados en toda época, como los alimentos, desde que incluso la energía y materias primas de tipo industrial, como el hierro y otros metales, además de la madera, registran una menor demanda como consecuencia de una caída de actividad en los grandes centros fabriles.
Pero mientras hemos comenzado a sufrir las consecuencias en forma desfasada, al punto que salvo fechas puntuales, la constante es una caída del consumo interno. Según la encuesta divulgada recientemente por la Cámara Nacional de Comercio y Servicios, en el primer trimestre de este año se enlentecieron las compras en una diversidad de áreas, como es el caso de autos, camiones, electrodomésticos, mercadería de barracas o cosméticos, en tanto se estancaron las ventas en los supermercados tras una tendencia de sostenido crecimiento.
Hasta ahora el índice Ceres, de origen privado, ha anticipado rigurosamente los ciclos de la economía mucho antes que lo que expresan los indicadores oficiales, y evidentemente estamos ante un ciclo recién iniciado pero que se irá consolidando, teniendo en cuenta el efecto dominó en la economía y el delicado equilibrio que caracteriza al tejido socioeconómico.
Menos consumo significa menos demanda de empleo y problemas para la supervivencia de las empresas, que deben hacer frente a costos exacerbados por la presión tributaria, aumentos salariales y cargas sociales, además de los elevados costos de la energía y los servicios, en tanto debe financiarse un gasto público que ha crecido en paralelo a los ingresos durante la época de bonanza, y que ha quedado como presente griego para la época de contracción económica que empezamos a atravesar.
El escenario próximo aparece por ahora como imprevisible, desde que todo va a depender de cuánto dure la crisis internacional y cuánto tarde en recomponerse nuestro sector exportador, que con toda razón está reclamando medidas específicas que le permitan competir en un mundo cada vez más problemático y en el que hay rebrotes de proteccionismo.
Todo lo positivo que se haga ahora, sobre todo en el aspecto preventivo, permitirá que el país enfrente el futuro inmediato con otras posibilidades. Es de esperar entones que el gobierno deje de lado clisés y antinomias históricas para atender el motor de la economía, que son los exportadores y la actividad privada en su conjunto.
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