Paysandú, Sábado 23 de Mayo de 2009
Opinion | 17 May La centralización es una de las falencias con un alto grado de incidencia en la problemática de la salud en el Interior, que se va agravando a medida que crece la lejanía con Montevideo, y que adquiere ribetes dramáticos cuando se trata del interior profundo, de los poblados, caseríos y establecimientos rurales.
Por supuesto, no estamos sacando a luz nada que en mayor o menor grado no esté en conocimiento del ciudadano común, desde que no es escenario que haya surgido en los últimos años y ni siquiera en el actual gobierno, sino que forma parte de un ordenamiento político, territorial y socioeconómico histórico del país que tiene manifestaciones en todos los órdenes. La salud, lejos de ser una excepción, es parte de la regla, en abierto desmedro de más de la mitad de los habitantes del país.
Claro, una cosa es residir en Montevideo o en su área directa de influencia, con los servicios a escasa distancia, donde los centros de alta tecnología están al alcance de la mano, y otra muy distinta vivir en Rivera, en Artigas, en Durazno, donde la lejanía es un elemento que conspira contra la posibilidad de recibir atención en tiempo y forma, lo que plantea desafíos para buscar alternativas o compensar ese déficit.
Uno de los aspectos en los que se debería enfatizar para suplir las falencias a las que aludíamos es generar una red de detección precoz de factores de riesgo y de patologías, con marcado trabajo en la prevención en policlínicas rurales, giras de médicos, centros de salud y hospitales, lo que requiere una afectación adecuada de recursos humanos y materiales pero también una planificación a tono con las exigencias del medio rural.
Y cuando se ha proclamado urbi et orbi que está en ejecución una reforma nacional integrada de la salud, que es uno de los buques insignia de este gobierno, surge claramente que se ha intentado una serie de medidas al estilo montevideano, que se ha extendido al Interior extrapolando acciones pensadas como si el país terminara en el Santa Lucía, y por lo tanto se ha orillado la real problemática del Interior.
Lo que es peor, en una pretendida búsqueda de la igualdad, el resultado ha sido un descenso de la calidad del servicio en el sector privado, con los socios de las mutualistas pagando y aportando como si nada hubiera cambiado, cuando es evidente que la incorporación de usuarios del área estatal por efectos de la reforma ha significado una mayor demanda que no ha sido acompasada con la contrapartida de mejoras en la capacidad de atención. Por otro lado, tampoco se aprecia que en el sector público el servicio haya mejorado como consecuencia de la descongestión que se pretendía.
Es decir que en este esquema de reforma hay luces y sombras, sobre el cual hay opiniones diversas, que justifican el dicho de que cada uno habla según cómo le va en la feria, por lo que estamos ante una amplia gama que va del blanco al negro, con toda su escala de grises, como ocurre en tantos órdenes. Es que del dicho al hecho hay un largo trecho, como sostiene el refrán, y los voluntarismos suelen ser muy compartibles en los enunciados, como en este caso, pero necesitan la contrapartida de recursos, de objetivos claros y de la planificación y estrategia para llevarlos a cabo, que precisamente no se perciben en esta reforma.
Y el gran huérfano sigue siendo el Interior, donde las carencias señaladas se mantienen pese al paso de las décadas, porque los institutos de medicina altamente especializada siguen concentrados en Montevideo y la manida regionalización no existe en los hechos, salvo la incorporación del centro neurológico en Tacuarembó, que en gran medida se ha logrado en desmedro de la infraestructura parcialmente desmantelada en nuestra ciudad. La regionalización es la gran materia pendiente para al menos revertir parcialmente la asimetría que perjudica al Interior, y en el caso de Paysandú, a la vez de haber perdido significación en el área de la neurocirugía, nos encontramos con que en este gobierno el Ministerio de Salud Pública se llevó el litotriptor a Montevideo con la promesa incumplida de devolverlo o instalar otro de última generación, y tampoco se lo ha tenido en cuenta para instalar un Hospital de Ojos y menos aún para un centro pediátrico de diálisis. Los salteños no han tenido mucho mejor suerte en los últimos años, y con el apoyo de la región esperan que se haga realidad el centro cardiovascular de alta tecnología que reclama el Norte del río Negro, para por lo menos recibir una migaja del gobierno nacional, que sigue asimilando el país a la capital, solo para demostrar que por más reformas que se anuncien, nada cambia cuando de los privilegios de Montevideo se trata.
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