Paysandú, Sábado 23 de Mayo de 2009
Opinion | 19 May Pese a la instrumentación de la reforma rotulada como Sistema Nacional Integrado de Salud y al presunto intento de equiparar la calidad de la atención a la población, debemos señalar que de un análisis primario de este ensayo surgen más sombras que luces, desde que en el sistema estatal, dotado de más recursos y supuesto descongestionamiento, estamos ante las mismas falencias de siempre, y en el área mutual es notorio el retroceso en el nivel de la atención.
Seguimos teniendo un sistema que padece las mismas flaquezas de siempre y sometido a un despiadado centralismo, que por supuesto no tiene en cuenta las peculiaridades de cada lugar y adopta decisiones desde un escritorio en Montevideo, y lo que es peor, con hospitales y centros de salud con carencias que reaparecen una y otra vez, cual hidra de siete cabezas, pese a que se proclame que se las está corrigiendo.
Lamentablemente, no se trata solo de aumentar recursos, sino de mejorar la calidad del gasto, y tener presente que hay muchas cosas --demasiadas-- que se dan en perjuicio de los usuarios, que no trascienden y que seguramente no llegan a las jerarquías, porque por lo general quienes sufren estos problemas temen sufrir ulterioridades y no denuncian la mayoría de los hechos, que de esta forma no cobran estado público. Y lo que no trasciende, al fin de cuentas no existe.
El Hospital Escuela del Litoral es sin dudas, la manifestación más clara de un escenario contradictorio y en el que se mantienen falencias históricas en perjuicio de los usuarios. Las grandes dimensiones del nosocomio, su vasta red de dependencias y a la vez corporaciones de profesionales y funcionarios que cubren sus espaldas mutuamente porque quien más quien menos tiene sus propias defecciones y situaciones que ocultar, conllevan entretelones que solo conocen quienes sufren las consecuencias y sus allegados, las más de las veces.
Es que pasa el tiempo, cambian las administraciones, se suceden los anuncios rimbombantes y al final terminamos con la manifestación del viejo dicho de que la montaña parió un ratón. Agravado en esta oportunidad porque estamos en medio de una reforma que fue considerada poco menos que como la solución mágica para los viejos problemas, y nos encontramos con que éstos gozan de buena salud, contrariamente a lo que les pasa a muchos de quienes son atendidos dentro del nuevo sistema, en el que se mantienen las largas colas en la madrugada, con algunas mejoras que no van al fondo de la cosa, porque es inútil tirar de la sábana para tapar la cabeza, si es corta y nos deja los pies afuera.
También son notorias las fundadas quejas sobre la falta puntual de medicamentos, una vieja falencia que ha tenido soluciones parciales y que recrudece de tanto en tanto, mientras los usuarios son sometidos a la tortura de que una y otra vez se les cambien las fechas de consultas sin un mínimo sentido de responsabilidad profesional hacia los pacientes o, como ha ocurrido, que llegan a ventanillas y se encuentran con que su consulta ha sido cancelada porque no la confirmó, cuando el sentido común indica que solo debería avisar si no va a concurrir, solo por mencionar un ejemplo. No existe consideración alguna con el paciente, que muchas veces espera su hora con el especialista por meses, y al presentarse en tiempo y forma (en ayunas o sometido a tratamiento con diarreicos en algunos casos) encuentra que su cita fue cancelada.
Existe algún episodio en el que a la vez se ha extraviado toda la documentación del paciente, sin que nadie sepa responder sobre el destino de los documentos perdidos en las oficinas del Hospital en pocas horas, y por cierto, no son pocos los casos en que los familiares de usuarios deben salir a proveerse de medicamentos específicos en el circuito particular, porque no se los suministra en el nosocomio.
Paralelamente, si se indica que las remuneraciones de los médicos han aumentado un 600 por ciento, y que también los funcionarios han visto mejorar sus salarios, lo menos que cabría esperar es que esta mejora se traduzca en una consecuente mejor atención para los miles y miles de usuarios del sistema público, lo que está lejos de darse.
Y por supuesto, si estas carencias se dan en el hospital, qué podemos esperar del escenario del interior departamental, donde las ambulancias a menudo están fuera de servicio o sin combustible, como lo demuestra el reciente caso de la joven de Morató que resultó accidentada en la Ruta 90 y para la que, según señalan los vecinos, no hubo al principio ambulancia que la trasladara con la urgencia del caso al Hospital de Guichón, al que llegó sin vida.
Estos pocos elementos, de una larga cadena de situaciones en general desconocidas por quienes no las padecen, indican que hay un abismo entre lo que pregonan sus promotores y la realidad de la reforma, y que seguimos estando muy lejos de las soluciones que queremos todos, por más que se nos pretenda dorar la píldora.
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