Opinion | 19 May Las infracciones de tránsito son moneda corriente todos los días en las diferentes zonas de la ciudad. Si nos limitamos sólo al espacio urbano, la ausencia de casco por parte de motociclistas de toda edad es quizá la más notoria.
Mientras hace más o menos un año, durante los primeros meses de aplicación de la ley que impone la obligatoriedad del uso de este elemento de seguridad, la infracción se daba fundamentalmente por parte de jóvenes motociclistas a partir de la tardecita y fundamentalmente la noche, ahora el casco brilla por su ausencia a toda hora en la ciudad. Otra de las infracciones más comunes entre los motociclistas es la sobrecarga. Es decir, llevar más pasajeros que lo permitido en un vehículo construido para dos. Y así, vemos familias enteras en una moto, adultos con dos niños atrás o uno atrás y otro sobre el tanque del rodado, muchas veces también sin casco.
Entre las bicicletas la infracción más frecuente es el circular a contramano, generalmente contra los autos estacionados, lo que genera un factor adicional de peligro para el ciclista --puesto que en cualquier momento alguien puede abrir una puerta y golpearlo-- y un factor extra de riesgo para los peatones que difícilmente esperen ser atropellados por una bicicleta que circula a contraflecha cuando están intentando cruzar la calle y permanecen atentos al semáforo o sentido de circulación de la misma.
Los casos antes señalados constituyen verdaderos actos de inconciencia en dos ruedas y son mucho más frecuentes de lo deseable en las calles de la ciudad. ¿Qué tan caro estamos dispuestos a pagar por la falta de cuidado e irresponsabilidad? El uso del casco no debería tomarse como una obligación para no ser multado sino como una medida de protección de la propia vida y la de los integrantes de nuestra familia o amigos que viajan en nuestra moto.
Lamentablemente hay muchos ejemplos de personas --muchas de ellas jóvenes-- que han muerto en las calles sanduceras por la simple razón de no llevar casco. Y realmente, hay muy pocos accidentes con ciclistas, a pesar de cómo uno ve circular a algunos de ellos. Unos y otros están jugándose la vida propia y poniendo en peligro la ajena con su inconciencia e irresponsabilidad. Por otra parte, a juzgar por lo que se ve cada día los controles no sólo son poco efectivos sino que por momentos parecen totalmente inexistentes, a pesar que existen reglas, normas y leyes de tránsito que nos indican qué hacer para circular más seguros por la vía pública.
La seguridad no es accidental sino una construcción en la que debemos participar todos. Hasta que no entendamos eso y lo pongamos en práctica poco cambiarán las cosas.