Paysandú, Miércoles 27 de Mayo de 2009
Locales | 22 May Los comentarios de algunos personajes que habitan la campaña oriental muchas veces se remiten a repetir casi de memoria sobre un pasado que, según ellos, el presente no ha podido superar. Esta es una de esas historias cargadas de melancolías y nostalgias, de gente que casi no sueña con el mañana, porque aseguran que hubo un tiempo intenso, cargado de extraordinarias vivencias muy difíciles de olvidar y que seguramente marcaron profundamente a quienes hoy peinan canas.
La tarde, luminosa y de sol radiante, hizo más placentera la recorrida por los centros poblados del departamento de Río Negro. Mientras el poeta asegura que “...era por mayo cuando hace la calor..., y están los campor en flor”, nosotros, enfrentados al paisaje, recordamos que por estas latitudes el otoño ya camina casi por la mitad de su vida, los verdes ya han perdido fuerza y los marrones se repiten en casi toda la vegetación, confirmando que nos encaminamos hacia el invierno.
Durante la recorrida por Paso de la Cruz encontramos a Delmo Francisco Nelci, un paisano de cincuenta y cuatro años que, como otros tantos hombres de tierra adentro, eligió no dejar a su querido terruño. Cuando lo encontramos aquella tarde, estaba haciendo pastar un par de caballos en un predio contiguo a la capilla Nuestra Señora del Carmen. Como casi siempre ocurre en estos casos, el hombre se mostró algo curioso por nuestra visita. De hecho, sus “buenas tardes” fue mucho más que un saludo de rigor. Alambrado de por medio, se acercó con la intención de saber de qué se trataba nuestra presencia y en pocos minutos se disparó una breve, pero intensa, charla que nos permitió rescatar un instante en la vida de otro vecino rural.
Oriundo de la zona, Nelci dedicó su vida a todas las tareas del campo: alambrar, tropear, ordeñar... El trabajo rural lo marcó desde muy temprana edad, en una familia de seis hermanos, dos mujeres y cuatro varones, aunque hoy vive junto a su padre de ochenta años. La nostalgia alcanza a despeinar sus sentimientos y el paisano no oculta cierto dolor, al recordar brevemente tiempos de floreciente producción. Sus ojos brillan y mientras recorre con la mirada las parcelas, repasa parte de lo que se generaba en la zona. “Trigo, cebada y girasol eran parte de los cultivos que se plantaban por estos campos, hace ya unos cuantos años”. Ganado ovino y vacuno completaban la producción.
“De los sesenta o setenta puestos y estancias buenas que había por aquellos tiempos no queda nada y se han transformado en taperas. Las estancias empezaron a quedar dentro de las forestales y hoy solo son ruinas. Les quitaban los techos y el resto de las estructuras se fueron desmoronando. La única estancia que ha sobrevivido es La Candela, de Irrazábal, pero el resto ya no existe más”, agregó.
Orgulloso de su padre, que a los ochenta años camina y anda con la energía de cualquier gurí, comenta que “a veces yo ando loco de la vida de la columna y él a las cinco de la mañana ya hace un buen rato que anda tomando mate”.
Churrasquear junto a su padre y encarar los quehaceres de las actividades diarias son parte de su rutina. Sin sobresaltos, claro está, porque en estos pagos el reloj parece marchar a otra velocidad.
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