Opinion | 23 May Aunque el “copresidente” argentino Néstor Kirchner proclamó recientemente que el bloqueo de los puentes debe ser levantado, hasta ahora esta apelación ha caído en saco roto y ni siquiera la muerte de un motociclista que se estrelló contra una máquina atravesada por los activistas sobre la ruta ha conmovido a los seudo ambientalistas respecto a la irracionalidad de su movilización contra Botnia.
“No es correcto insistir con los cortes”, señaló el ex mandatario, al tiempo que reafirmó que a su juicio “es una causa justa” porque Uruguay violó el Tratado del Río Uruguay cuando habilitó la construcción de la planta de celulosa, lo que se enmarca en lo expresado otras veces por voceros del gobierno del vecino país respecto a que deberían cesar los bloqueos a los tendidos internacionales, aunque ahora esta medida ha quedado circunscripta al puente General San Martín.
Claro que el problema pasa por la negativa gubernamental a ejercer el principio de autoridad, pero solo en este caso específico, por cuanto en cambio no ha vacilado en desalojar a los piqueteros de otras rutas argentinas.
Consultado el presidente Tabaré Vázquez sobre las manifestaciones de Kirchner, comentó que “lo que cambian son los hechos, y los hechos siguen siendo los mismos, así que no hay cambios. Uruguay ya lo ha dicho y lo ha repetido hasta el cansancio: el gobierno argentino debe levantar el corte sobre el puente San Martín y habilitar el dragado del canal de Martín García. Y eso está todo igual”.
Este es precisamente el punto, desde que la medida de fuerza es llevada adelante desde hace ya dos años en flagrante violación del Tratado del Mercosur, que en su artículo primero asegura el libre tránsito de personas y de bienes por las rutas y puentes internacionales, y este aspecto es ignorado ex profeso por los gobernantes del vecino país. Y pese a las manifestaciones de buenos deseos de algunos gobernantes argentinos, como bien señala Vázquez, hasta ahora nada efectivo se ha hecho para desalojar al grupo de delirantes que sigue proclamando poco menos que el fin de toda señal de vida en la región, por la actividad de una planta que ha dado solventes pruebas de inocuidad.