Paysandú, Domingo 31 de Mayo de 2009
Opinion | 24 May Durante el acto inaugural de los cursos de tecnólogo informático en Paysandú, el rector de la Universidad de la República, doctor Rodrigo Arocena --con quien hemos discrepado en varias oportunidades-- expresó conceptos muy compartibles en referencia a la importancia que ha adquirido la capacitación técnica en ciertas áreas que resultan vitales para la dinámica de la economía nacional, sin pasar necesariamente por las carreras tradicionales que dicta la Universidad, en su enorme mayoría centralizadas en Montevideo.
También sus reflexiones implicaron una autocrítica, desde el momento en que proclamó: “veamos también en las horas de satisfacción nuestros errores del pasado”, sobre lo que explicó que “hay un error que viene de lejos en la historia, y es la subvaloración de la técnica, y ello tuvo mucho que ver con la visión de una Universidad que relegaba, menospreciaba la formación técnica y tenía una relación distinta con la UTU”.
Aseguró que su idea sobre esa temática pasa por otros parámetros y que hay hechos que refrendan sus palabras, al asegurar que “hemos venido trabajando para que cada vez más la Universidad de la República y la Universidad del Trabajo del Uruguay sean dos grandes apuestas conjuntas al desarrollo del país”.
Consideró que una de las mayores satisfacciones de los últimos años ha sido precisamente “haber llevado adelante un trabajo cada vez más estrecho entre la Universidad y UTU, instituciones que debieron ser siempre hermanas y que ahora lo están siendo”.
Es cierto, el rector ha manifestado una visión idealista de la cosa, desde que más allá de los enunciados de buenos deseos, los pasos que se han dado en esta materia son todavía tímidos e incompletos, y falta mucho de análisis y coordinación para no terminar en formaciones improvisadas, sobre una base teórica muy atendible pero que a menudo no tiene mucho que ver con las necesidades de empresas y hasta del campo de trabajo para cuentapropistas, que deben revalorar y reformular su capacitación para integrarse a una realidad que dista de lo que se imparte por lo general en los cursos.
Tiene razón Arocena cuando evalúa que un tecnólogo “está pensado para una incorporación rápida, eficiente y pronta para el mundo del trabajo, pero no para terminar la formación a los tres años. Quienes están terminando los tecnólogos nos dicen que ya tienen prevista o concretada una integración al trabajo. Bienvenido sea, era lo que esperábamos, pero van a tener que seguir yendo y viniendo del trabajo a la educación”.
También es compartible que señale que uno de los errores grandes del país ha sido “certificar a su gente en unos para la Universidad, que seguiría estudiando siempre, y gente para la UTU, que tendría techo educativo. Y ese techo hay que romperlo desde abajo, y asegurar las vías para que todos, sigan las trayectorias que sean, puedan seguir estudiando siempre”.
Pero le faltó decir al rector que más allá de las buenas intenciones y los voluntarismos, falta todavía una visión integral de la educación que permita conciliar capacitación, cursos y especializaciones que entre la escuela técnica y la Universidad permitan formar técnicos con conocimientos aplicables a la realidad y necesidades del país, y que para ello entre otros aspectos se necesita mejorar la calidad del gasto de la Universidad, dirigiendo los recursos a estas áreas en vez de seguir formando gratuitamente tantos escribanos, abogados y médicos, entre otras profesiones, para un mercado laboral que se ha estrechado en estos sectores de la misma forma en que se ha ensanchado en otros que no pueden satisfacer la demanda.
Es decir que hace rato es tiempo de cobrar la matrícula a los estudiantes de familias pudientes, a limitar el ingreso a los cursos de la Universidad, que se nutre de los recursos que aportamos todos, para que aquel que quiera formarse en determinada disciplina acceda si califica para ello, y si está en condiciones de pagar, que lo haga.
Pero no corresponde seguir aceptando a todo aquel que ingrese para ver qué pasa, solo porque vive en Montevideo y tiene una posición acomodada que le permite concurrir de vez en cuando, cuantos años quiera, a la Universidad, en tanto el estudiante del Interior debe hacer uno y mil sacrificios para poder trasladarse hasta allá para estudiar, y no pocas veces, ya egresado, radicarse en Montevideo por falta de campo laboral en su lugar natal.
Es decir que la reestructura del sistema educativo técnico debe ser evaluada profundamente, dejando de lado los tabúes y los conceptos ideologizados, para adaptarla a las necesidades del país, por encima de los discursos.
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