Paysandú, Miércoles 03 de Junio de 2009
Opinion | 28 May La socialización que promueve en el marco de su “revolución bolivariana” el presidente venezolano Hugo Chávez, que incluye una serie de nacionalizaciones de empresas extranjeras en su país, esta vez ha pisado los callos de su aliado, el gobierno de los Kirchner en la República Argentina, desde que ahora le tocó el turno a Techint, propietaria de tres siderúrgicas que el mandatario caribeño estatizó la semana pasada.
Bueno, en realidad la decisión del presidente venezolano comprendió cinco siderurgias, tres de las cuales son de la empresa argentina, pero este paso --que no es nuevo en la nación caribeña-- tuvo repercusiones que han salpicado las relaciones hacia un país cuyo gobierno hasta ahora había estado en un todo de acuerdo con Chávez, al que le debe muchos favores, por cierto.
Pero esta vez las cosas son demasiado gruesas como para que en el vecino país las dejen pasar así nomás, y en los últimos días han arreciado las críticas contra los Kirchner por aceptar impasiblemente lo que consideran una agresión directa a la Argentina.
Y hasta ahora, pese a las críticas de empresarios y la oposición, las reacciones del gobierno argentino han sido tibias, apenas de trámite, para no poner en peligro las relaciones con su aliado de tantos delirios.
El ministro de Planificación, Julio de Vido, sostuvo que “la Argentina respeta las decisiones soberanas de otros estados, pero protegiendo los intereses nacionales”, en tanto el ministro del Interior, Francisdo Randazzo, manifestó que el gobierno que integra “va a hacer todo lo que esté a su alcance para defender a las empresas argentinas”, pero pese a estas expresiones algunos integrantes de la oposición política especulan que la medida había sido acordada por Chávez y el matrimonio Kirchner.
Incluso van más lejos: sostienen que si Kirchner recibe el espaldarazo en las elecciones legislativas del 28 de junio, su idea es avanzar en las estatizaciones, un extremo que el gobierno ha negado.
El jefe del gobierno porteño, Mauricio Macri, especuló con la reciente presencia del mandatario venezolano Hugo Chávez en la Argentina, en la que oficialmente el tema no estaba en la agenda. Sostuvo que “sorprende que Chávez haya venido en un viaje extrañísimo, desde tan lejos, a estar con nuestra presidenta y no le haya comentado que iba a hacer esto”, y preguntó “¿de qué sirve la amistad de nuestra presidenta con Chávez si esto va a perjudicar aún más a nuestras empresas?” Asociaciones empresariales como las constituidas por los distribuidores, transportistas y generadores de energía eléctrica de Argentina también rechazaron la decisión del presidente venezolano y exigieron al gobierno que haga algo al respecto, y en la misma línea se manifestaron la Unión Industrial Argentina, la Asociación Industrial y varias instituciones financieras.
Pero claro, la política es la política, ámbito en el que la solidaridad tiene su precio, no necesariamente coincidente con los intereses de un país. Chávez no tiene un pelo de tonto, y por cierto Argentina es altamente dependiente de Venezuela como acreedor, más allá de las coincidencias que han tenido en foros internacionales y en los pretendidos liderazgos en el subcontinente, sobre todo en el apoyo a extender la “revolución bolivariana” como la quintaesencia del desarrollo social y defensa de los intereses de la región.
Esta compra compulsiva de Techint no va a resultar barata para los Kirchner en su flanco interno, si es bien explotada por la oposición. Pero el gesto también debería llamar a reflexión respecto hacia donde va el desarrollo de Venezuela, cuando su mandamás, en vez de promover la radicación de inversores y de crear nuevas empresas para generar riqueza, se dedica a expropiar las ya existentes, como si la puesta en manos del Estado vaya a ser una condición mágica para darles un perfil productivo que sirva a los venezolanos.
En realidad Chávez está contribuyendo a estrangular una economía altamente dependiente del petróleo, y su mensaje es precisamente el inverso al que se requiere para alentar la inversión, externa o interna, por lo que sus seguidores --que cada vez son menos, por suerte-- en el continente deberían tomar debida nota para hacer precisamente lo contrario a lo que promueve el revolucionario bolivariano caribeño, si es que de verdad quieren mejorar la calidad de vida y combatir la pobreza en sus respectivos países.
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