Paysandú, Miércoles 03 de Junio de 2009
Locales | 29 May Da vuelta tierra y hace quinta. Planta cebollas, repollos, lechugas, acelgas, habas y arvejas. Su hermano la ayuda con las herramientas más pesadas, porque algunos accidentes y su edad --el próximo siete de agosto cumplirá ochenta y un años-- le impiden hacer demasiada fuerza.
Afirma que no se cuida en nada. Prueba cualquier tipo de comida y toma cualquier clase de bebida alcohólica. Cerveza, whisky y un vinito en las comidas le resultan lo más natural. Todo ello forma parte de su dieta diaria. Doña Lea Wolf es la protagonista del presente relato. Tal como personajes de otras tantas historias que en esta sección hemos publicado, doña Lea es uno de esos casos de inmigrantes escapados de los conflictos bélicos de la Europa de mediados del siglo veinte. Llegó junto a sus padres desde Alemania, cuando tenía apenas tres años, procedentes de Brasil y después de tres meses de viaje en vapor: “Solo veíamos cielo y agua”, dice. Afirma que se vinieron disparándole a la Segunda Guerra Mundial, que ya se presentía. “Yo vine de contrabando, porque ni siquiera tenía partida de nacimiento”. Ni doña Lea, ni sus padres volvieron jamás a su tierra natal. Es más, no tienen ningún tipo de contacto con familiares de Alemania, ni con ninguna otra persona. Solo un hermano alcanzó a viajar en una oportunidad, nada más.
Tras una breve estadía en Montevideo, buscaron nuevos destinos en el interior rural uruguayo. “Nos vinimos para Colonia 19 de Abril cuando yo tenía unos cinco años. Por aquel tiempo ya había otros inmigrantes en la zona. Había que verlos: todos vivían en grandes galpones, unos con hijos y otros sin ellos. Todo era traumático y lo suficientemente complicado. Luego nos fuimos a Piedras Coloradas, donde cursé los estudios primarios”.
“Allí mis padres consiguieron tierras y pudieron trabajar: plantaron lino, trigo, cebada y avena”. Recuerda que se crió pobre, por eso tuvo que trabajar en la chacra desde muy temprana edad. Y lo hacía duramente a los catorce o quince años, a la par de los hombres y junto a sus hermanos, en cosechas y trillas. “Trabajé mucho en la chacra. Por suerte después me casé y no me dediqué nunca más a esas tareas. Por aquel entonces mi novio me dijo, ‘el día que nos casemos yo te voy a sacar de acá’. Y la verdad es que el hombre cumplió y pude dejar todo aquello”.
Su familia estaba compuesta por sus padres, sus abuelos y tres hermanos. Casada con Juan Rieger, de origen argentino, tuvo seis hijos: cinco varones y una mujer. Pero, “tuve la desgracia, hace ya un año y medio, de perder al mayor”.
Doña Lea tiene una capacidad asombrosa para hilar pequeños relatos y pasar de los tristes y dolorosos recuerdos a su particular presente, que la tiene lo suficientemente activa. Se luce en la cocina con una interesante oferta culinaria, con comidas típicas alemanas que son requeridas por comensales que elogian su buena mano en los platos más variados.
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