Paysandú, Jueves 04 de Junio de 2009
Locales | 29 May En la tarde templada y con anuncios de una lluvia que finalmente quedaba solo en avisos informativos, emprendimos el viaje. Al llegar al mojón 444 de la Ruta 3 nos encontramos con una particular imagen: unos canastos hechos en mimbre eran exhibidos a un costado de la ruta, como cualquier artesano lo hace en una plaza o espacio público en una ciudad.
Escondido entre los árboles, sentado en un improvisado taburete, se recortaba la figura de un hombre que, armado de tabaco, se aprestaba a disfrutar de un cigarrillo. La sorpresa fue mutua. Nosotros, por la particularidad de la escena; el hombre, porque un periodista lo visitara.
Carlos Porto tiene 49 años y desde los 27 se dedica a la artesanía en mimbre, oficio que aprendió hace años en Salto. Comenzó, como cualquier otro principiante, mirando y copiando. Al preguntarle sobre su lugar de origen, rápidamente dijo “Montevideo”, pero no aportó muchos datos de su vida: apenas un par de comentarios sobre su niñez, en un relato descolgado. Nació en el hospital Pereira Rossell y esa fue la única información –que según cuenta el propio Porto– conserva de su pasado y que sus propios padres le contaron en su infancia.
En cuanto a su filosofía de vida, se limitó a comentar aspectos de su entorno, mientras con particular versatilidad tomó un canasto a medio hacer y continuó con la trama de las varas de mimbre. “Al mimbre lo consigo en los montes, preferentemente en lugares húmedos, cercano a los arroyos, cañadas y bañados, desde donde se extrae la materia prima”, explicó.
Su creatividad le permite fabricar canastos para depositar ropa, mesas ratonas, leñeros, canastos roperos u otras artesanías más pequeñas, tales como costureros, ánforas, floreros y porta-plantas. Tejer cada pieza le insume casi todo un día de trabajo, pero las alterna ejecutando dos piezas a la vez, para que la tarea sea un poco más llevadera y entretenida.
Se define como un viajero permanente. Conoce casi todo el Uruguay, que ha recorrido siempre trabajando a un costado de los caminos o rutas nacionales. Bella Unión, Artigas, Salto, Tacuarembó, Rosario, Tarariras, Colonia del Sacramento, Canelones, Santa Lucía y San José son algunos de los lugares donde ha estado fabricando y vendiendo sus productos. Tras una breve, pero intensa charla, aseguró que en ese lugar –cercanías del arroyo Chapicuy– se quedaría hasta octubre y después marchará en busca de otros caminos.
Asegura que afortunadamente siempre tiene trabajo y los viajeros que cruzan por su improvisado puesto de manufacturación y ventas, asombrados por la propuesta, siempre le compran algo. Los precios de las artesanías que fabrica, varían de acuerdo a sus características, aunque pueden oscilar entre 300 y 700 pesos.
Mientras avanzábamos en la conversación aparecieron su hija María Elizabeth y su yerno, Ángel Fabián Quiroga, quienes cargaban más insumos y algo de leña para el campamento. La tarde se consumía velozmente y, seguramente, una inminente fogata ayudaría a enfrentar las bajas temperaturas de la noche.
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