Paysandú, Lunes 08 de Junio de 2009
Opinion | 04 Jun Hoy se cumplen veinte años de la masacre de la plaza de Tiananmen, cuando las protestas estudiantiles y de amplios sectores de la población china en reclamo de libertades y democracia, fueron reprimidas violentamente por el Ejército del régimen comunista, a la vez de quedar sepultada toda información al respecto en el silencio oficial, como es característico en las tiranías.
Este episodio tuvo generación espontánea, ante el sentimiento popular contra los tiranos, pero fue a la vez consecuencia de acontecimientos políticos que se dieron en el mundo comunista en 1989, y fueron el principio del fin para los países del entonces denominado socialismo real.
En China comunista, la muerte de Mao ZeDong generó profunda crisis política que finalmente concluyó en 1980 con el ascenso al poder de Deng Xiaoping. Con la nueva dirección el país inició una apertura a Occidente, en cuyo contexto Deng viajó a Washington, se firmó un acuerdo comercial chino - japonés y se llegó a un arreglo amistoso con el Reino Unido para el retorno de Hong Kong a la soberanía china. Paralelamente se emprendió una profunda reforma económica que incorporó elementos netamente capitalistas, como la limitación del control estatal, los incentivos a la producción y al consumo y la apertura a las inversiones extranjeras. El éxito económico fue inmediato, tras la parálisis por el régimen comunista, con un crecimiento espectacular del Producto Bruto Interno, pero no se aplicaron reformas de tipo político y continuaron ausentes las libertades civiles y políticas, con el Partido Comunista manteniendo férreamente el control político del país.
Pero ya en la Unión Soviética había llegado el momento de la denominada “perestroika” cuyos ecos llegaron hasta China y en 1989 una oleada de protestas, principalmente protagonizadas por estudiantes, recorrió el país. La “Primavera de Pekín”, como en su momento se dio la “Primavera de Praga” se extendió y el 20 de mayo de 1989 la situación estaba fuera del control de las autoridades comunistas, cuando más de un millón de manifestantes llenaron las calles. El 29 de mayo, los estudiantes demócratas erigieron una estatua en la plaza de Tiananmen a la “Diosa de la Democracia”.
Mientras esto ocurría, se jugaba una disputa por el poder en la cúspide comunista entre partidarios de la negociación y quienes querían seguir jugando a la represión para mantener la cuota parte del poder. La pulseada interna la ganaron estos últimos y el 3 de junio de 1989 unidades militares del Ejército Popular Chino aplastaron la revuelta a sangre y fuego.
Aunque el régimen se ha ocupado de mantener en absoluto secreto el saldo en vidas de la represión, se calcula en centenares de muertos y miles de detenidos el costo social de la represión desatada por el régimen comunista, el que en los veinte años transcurridos desde aquellos aciagos episodios en cambio ha profundizado reformas que han avanzado por la senda del capitalismo y la promoción de las inversiones como factor de desarrollo y de mejora de la calidad de vida de los pueblos.
Pero al mismo tiempo los espacios de democratización no han seguido esta tendencia, y ello explica que se mantiene una cerrada conculcación de libertades y que la glastnost (transparencia) que se dio como parte de las profundas reformas en la antigua URSS y de la caída del comunismo, dista mucho de ser una realidad en el gigante asiático, por lo que estamos ante un engendro que al éxito económico logrado gracias a las políticas del más puro capitalismo le contrapone falencias propias de las tiranías.
Según el periodista internacional Andrés Oppenheimer, en los contactos mantenidos en China, y por los escasos datos reales obtenidos, menos del 30% de la economía está en manos del Estado, y el 60% del producto Bruto Interno surge del empuje privado, a lo que agrega un 10% de origen colectivo, pero con la intención manifestada por los dirigentes del partido único chino de que decenas de miles de empresas estatales serán privatizadas en los próximos años, porque de acuerdo a estos dirigentes constituye “el mayor motor del desarrollo económico”.
Pero claro, lo que los dirigentes chinos todavía no admiten es el fracaso del comunismo, aunque todo indique que intentan dejarlo atrás a pasos agigantados, como bien sostiene el autor del libro “Cuentos chinos”, y que la propia dinámica de los hechos, pese al férreo control comunista, hará que la libertad y la democracia puedan ir ganando espacios y que hasta algún día el mundo pueda saber la verdad sobre los hechos de la plaza de Tiananmen, los que seguramente distan mucho de la versión oficial distorsionada, como hacen todas las dictaduras para salvar su parte.
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