Paysandú, Viernes 12 de Junio de 2009
Opinion | 08 Jun La serie de episodios de carácter político que aceleró la destitución de la ministra del Interior Daisy Tourné y la consecuente conmoción tras sus agravios y expresiones soeces que tomaron estado público sembraron un manto de olvido sobre el significado de los datos estadísticos dados a conocer días atrás por esta secretaría de estado respecto a los índices de criminalidad en el país (que solo comprenden Montevideo, en realidad), luego de haberse mantenido en silencio por largo tiempo este tipo de comunicación que en su momento se dijo iba a “transparentar” la tarea de este ministerio. En rueda de prensa, la ex secretaria de Estado, junto a otras jerarquías de su cartera, formuló una particular interpretación de los datos estadísticos, a los que siempre se puede manejar y presentar desde diferentes ángulos, para disimular lo negativo que pueda surgir de su análisis, y a la vez presentar determinados perfiles como si fueran elementos positivos.
Pues este ha sido el caso, al proclamar triunfalmente las autoridades ministeriales que se ha logrado abatir los índices de criminalidad o por lo menos logrado un congelamiento de los niveles de delincuencia, como resultado de medidas adoptadas en el seno de esta cartera.
Por supuesto, la conclusión ministerial no tiene nada que ver con el sentir ciudadano, cualquiera sea el tipo de delito de que se trate, y decir otra cosa es tratar de tapar el cielo con un harnero, aunque siempre se puede intentarlo, por supuesto. La ex ministra y el sociólogo Rafael Paternain, que dirige el Observatorio Nacional de Violencia y Criminalidad, presentaron información actualizada acerca de los resultados del denominado Plan Integral de Seguridad que se incorporara el año pasado, y que solo se ha aplicado en Montevideo. Entre otros aspectos positivos, mencionaron que en 2008 se cerraron 510 bocas de venta de pasta base contra 95 en 2005, que era el año de mejor registro hasta ahora, lo que aún evaluándose como un avance respecto a la situación anterior, todavía dista de incidir significativamente en el consumo, si se tiene en cuenta que, cual hidra de siete cabezas, cuando se cierra una se abre otra casi al mismo tiempo o entre las que quedan se dividen el mercado.
También destacaron Tourné y Paternain que entre octubre del año pasado y marzo de 2009 se llegó a un procesamiento récord de 900 delincuentes, en tanto paralelamente hubo una reducción de un 4 por ciento en las violaciones consumadas, un 23,7 por ciento menos de copamientos y un 13 por ciento en las denuncias de hurtos, en lo que se basan para señalar que se ha logrado abatir la criminalidad.
Pero paralelamente a estos datos encontramos que en el primer trimestre de este año los asesinatos aumentaron un 15 por ciento sobre el mismo período del año anterior, crecieron un 6,2 por ciento los delitos contra las personas y se mantuvieron iguales las denuncias por rapiña, lo que en buen romance indica que lejos de reducirse, la criminalidad se ha acentuado en sus manifestaciones más graves, que es la que atenta contra la integridad física de las personas, y donde precisamente se expresa con mayor intensidad la sensación de inseguridad de la población.
Pero a la vez, hay algunos aspectos que se manejan ingenuamente, con excesivo optimismo o directamente haciendo gala de un manejo revertido de la realidad, cuando se festeja que se han presentado menos denuncias de robos. ¿Es eso realmente lo que ocurre en Paysandú, en Artigas, en cada localidad a lo largo y ancho del país? Pues no, mucha gente se ha hartado de ir a denunciar lo que sabe nunca habrá de recuperar por la vía de la denuncia, y mucho menos cuando se trata de delitos cometidos por menores sobreprotegidos por una legislación absurda.
El resultado es que el afectado termina por rendirse ante la realidad y no se toma la molestia de denunciar, y muchas veces se resigna a perder los efectos o pasa directamente a negociar con los rateros, porque “todo el mundo” sabe donde están pero saben que es inútil someterlos a la justicia, porque encuentran mil y una formas de eludirla.
Tampoco tiene en cuenta la estadística el grado de temor de la sociedad, del ciudadano que no se atreve a salir a la calle de noche, que no pasa por determinadas zonas ni de día, que va constantemente mirando para atrás cuando siente pasos, o elude los tramos oscuros, evita llevar dinero o valores encima o algún portafolios, paquete o bolso que pueda llamar la atención de los malvivientes.
Aún así, igualmente es sometido a arrebatos, rapiñas, robos y agresiones de todo tipo, aún encerrado en su hogar o en el comercio, lo que da la pauta de que el “mirador” sobre la criminalidad se interpreta solo a la luz de la autocomplacencia oficial ante un panorama que dista un abismo de la realidad que vive a diario el ciudadano.
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