Paysandú, Miércoles 17 de Junio de 2009
Opinion | 13 Jun Aunque ha pasado prácticamente inadvertido para el ciudadano común, inmerso en sus problemas cotidianos, no deja de ser un hecho fuera de lugar y cuestionable la decisión del Consejo de Educación Primaria de reducir los requisitos de idoneidad en la docencia de Educación Física, para posibilitar una cobertura del cien por ciento de las escuelas urbanas de todo el país.
Es decir que estaríamos ante una flagrante renuncia a la calidad para poder llegar a la cantidad, lo que es indeseable en todos los órdenes, pero mucho más cuando se trata de niños, aunque se trate de una disciplina que tradicionalmente ha sido tenida en menos en nuestra educación, y no solo en Primaria.
La medida comprende que se contrate a 88 entrenadores o “recreadores”, teniendo en cuenta que casi el 9% de los cargos en las escuelas públicas están vacantes, en tanto en el ámbito rural se ha capacitado a unos 700 maestros en Educación Física para que ellos sean los encargados de dictar las clases de Educación Física, para llegar a un millar en un período próximo.
El problema, como tantas cosas en nuestro país, comienza a partir de leyes voluntaristas que se ocupan del qué pero no del cómo, y es así que la 18.213 estableció la obligatoriedad de la Educación Física en las escuelas públicas y privadas desde este año, aún teniendo en cuenta que no había la disponibilidad suficiente de profesores para cumplir en tiempo y forma con ese desafío.
Las consecuencias eran de prever: el Consejo formuló un llamado a interesados en dictar estos cursos, dirigido a estudiantes avanzados de Profesorado de Educación Física, pero naturalmente los que se presentaron no cubrieron ni por asomo este cupo, por lo que la alternativa manejada por el convocante es reducir las exigencias y, como suele hacerse en el Uruguay, improvisar profesores de Educación Física para “ir tirando” hasta contar con suficientes docentes recibidos. La solución supuestamente temporal ha sido contratar a entrenadores deportivos o “recreadores con experiencia en instituciones educativas”, como podría ser el caso de entrenadores de fútbol --por supuesto no de primera línea-- que algo deberían saber del tema, aunque naturalmente ni por asomo aplicable al ámbito escolar.
Este parche para cumplir con la ley voluntarista --como bien sostiene el dicho, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones-- tiene como conejillos de Indias a los niños, nada menos, que son los destinatarios de una medida que aparece notoriamente desvirtuada en su instrumentación.
Es cierto, los niños serán las víctimas directas de la improvisación, desde que serán “entrenados” por personas que podrán tener la mejor voluntad del mundo pero que no han sido capacitados como profesores de Educación Física, y por lo tanto no están en condiciones de transmitirles lo que no saben.
Y se trata nada menos que de la integridad física de los niños en edad escolar, los que efectivamente necesitan hacer ejercicios controlados desde temprana edad en beneficio de su salud, pero precisamente enmarcados en condiciones específicas de esfuerzo y características que son muy distintas de acuerdo a la edad.
Porque una cosa es entrenar a un equipo de fútbol, aunque sea infantil --que no son todos los casos-- y otra muy distinta orientar actividades físicas de escolares que requieren otro tipo de exigencias y para los que no basta con presentar cierta “idoneidad”, que es algo así como que da lo mismo ser tratado del corazón por un dermatólogo que por un cardiólogo, salvando las distancias.
Salta a la vista que no corresponde llegar a este grado de improvisación, porque educar quiere decir precisamente eso y no hacer cualquer cosa por el estilo para salvar las apariencias, aunque esté en juego la salud e integridad física de los niños. Y menos aún que se siente el precedente de que cualquiera puede hacer las veces de profesor de Educación Física, justo cuando con bombos y platillos se ha avanzado en jerarquizar esta disciplina como de categoría terciaria.
Una incongruencia más en el reino del más o menos, de la mediocridad y en el del “luego se verá”, que explica en gran medida por qué estamos como estamos.
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