Paysandú, Miércoles 17 de Junio de 2009

Maldita inseguridad

Amenazas, presiones y desidia

Policiales | 14 Jun Un hecho sin precedentes vivió Paysandú recientemente. Todo comenzó una tranquila tarde de domingo, cuando un delincuente eligió, vaya a saber uno si al azar, una casa donde ingresar a causar daño. Seleccionó cuidadosamente qué quería robar (porque suelen ser selectivos) y tras aprontar lo que más llamó su atención intentó retirarse olímpicamente del lugar. Pero el plan falló porque llegaron los dueños de casa y le fue imposible salir por la puerta principal. Así que, sabiéndose hábil para trepar, fue al patio y cual “hombre araña” escaló muros y comenzó a pasear por techos y fondos de varias casas. En su escape incluso golpeó en la cabeza a una señora que intentó impedir que entrara a su hogar. Y tras casi dos horas de periplo, el forajido fue detenido por la Policía.
Entonces la calma parecía volver a la vida de casi un centenar de vecinos que se había volcado a las calles para perseguir al malviviente y hasta hubo algunas risas de satisfacción por el resultado del esfuerzo conjunto. Pero poco les duró... Uno de los vecinos llamó a la Policía para preguntar cuál había sido el desenlace del episodio y la decepción fue grande: el delincuente había sido dejado libre tras permanecer dos horas detenido. El juez de la causa no había encontrado elementos que probaran que dicho caballero hubiera infringido la ley al irrumpir en diferentes casas, alterando la privacidad y seguridad de los residentes.
Con tal desazón, los vecinos se agruparon y planificaron una marcha en la que solicitaban que la Justicia les brindara seguridad y no intranquilidad. Marcharon en forma pacífica y creyeron que serían escuchados, que sus pedidos harían que por una vez la Justicia enmendara lo que consideraban un error.
Volvieron las instancias declaratorias y a sentir otra vez que lo que habían expresado no era válido. Volvían a ser tratados como “los malos de la película”. Es que cuando la víctima debe permanecer al lado del acusado en la sede judicial --ha pasado muchas veces, demasiadas-- la sensación de violación a la integridad física y mental es muy fuerte. Cuando uno espera a ser llamado para declarar y permanece en el Juzgado por interminables horas, sintiéndose tratado casi como un delincuente, pasa por la mente el arrepentimiento al pensar “¿para qué me metí en esto?”
Así se sintió la mayoría de los dieciséis declarantes en este caso, y más penoso fue el escenario planteado en la sede judicial: cuando cada testigo abandonaba la sala y pretendía tomar un poco de aire fresco, personas vinculadas al círculo íntimo del malhechor le silbaban, filmaban y tomaban fotos con los cámaras de sus celulares.
Las víctimas sintieron su integridad violada y se instaló en ellos el temor a las represalias, además de persistir en sus mentes la idea de que cuando las cosas se complican, la mejor filosofía es la del “no te metas”.
El culpable fue finalmente procesado por violación de domicilio. Mientras, la sociedad sigue asistiendo a una cada vez mayor pérdida de valores, la violencia crece y la sed de venganza cobra adeptos. La Justicia tiene la palabra.


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