Paysandú, Domingo 21 de Junio de 2009
Opinion | 21 Jun Quién sabe por qué motivo ni cómo sucedió, los uruguayos y particularmente los sanduceros nos hemos vuelto cada vez más quejosos y menos ejecutivos. Vivimos reclamando al Estado o a la Intendencia hasta la más mínima tarea, desconociendo que --aunque muchas veces tengamos razón-- bien lo podríamos hacer nosotros como forma de lograr una mejor calidad de vida.
Ya prácticamente no se ve aquel vecino que todos los días temprano en la mañana lavaba su vereda con manguera y jabón, y que se preocupaba porque las baldosas de su acera estuvieran firmes y niveladas, cementando las que se aflojaban debido al tránsito peatonal. E incluso llegaba a reprocharle a los jóvenes que se atrevían a circular por ella en moto o bicicleta porque podían desprender o provocar hundimientos. Además, todos los días le echaba un balde de agua a “su” arbolito, al que defendía con uñas y dientes del ataque de los vándalos. Con honrosas excepciones, este vecino es ahora un rara avis, porque la actitud generalizada es que esperemos que alguna cuadrilla de trabajadores sociales limpie la tierra suelta y las hojas caídas de los árboles mientras vemos cómo nuestra vereda se vuelve cada vez más intransitable.
Hay infinidad de pequeños aportes que podemos hacer con poco esfuerzo y que podrían cambiarle el aspecto a Paysandú, haciéndola más atractiva y disfrutable para nosotros mismos. Paradójicamente, en el llamado primer mundo, donde todo parece perfecto y reluciente, es común que sean los propios vecinos quienes se unen para mantener así las cosas, con trabajo voluntario coordinado y hasta poniendo dinero de sus bolsillos para solventar gastos de mantenimiento y embellecimiento de espacios públicos de su barrio. Si bien es cierto que se trata de economías diferentes, de esta forma sustentan la pintura de las columnas de alumbrado, carteles del nomenclátor, lámparas y jardines de las calles internas, y en casos extremos sostienen policlínicas, escuelas y hasta destacamentos propios de bomberos.
En nuestra ciudad existen ejemplos de este tipo que silenciosamente trabajan así en pequeña escala con excelentes resultados, pero son la excepción. El común denominador es exigir que el Presupuesto Participativo nos construya una vereda, repare o limpie cordones y cunetas o nos arregle la cancha de fútbol, para con el mínimo esfuerzo individual salir a disfrutar lo regalado.
¿No sería mejor comenzar por el trabajo participativo en el que todos ponemos un poco de nosotros para el bien de la comunidad? Además de hacer más amigable el espacio en que vivimos, tendríamos más derecho a reclamar a la Intendencia por las tareas que por su complejidad o escala escapan a nuestras posibilidades o competencias.
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