Paysandú, Miércoles 24 de Junio de 2009
Opinion | 22 Jun Todo indica que el Uruguay tiene prácticamente todos sus problemas solucionados, y que bastaría seguir en piloto automático para que el país consolide un derrotero de felicidad y abundancia, si evaluamos que el presidente Tabaré Vázquez y varios de sus asesores han estado ocupando gran parte de su tiempo en elaborar un proyecto que tiene como eje central el traslado de los restos del general José Artigas desde el mausoleo de plaza Independencia a la antigua Casa de Gobierno, donde se instalará un museo en homenaje al prócer.
Al parecer el mandatario quiere dejar inscripto su nombre en la historia como quien “rescató” los restos del héroe del mausoleo que erigió la dictadura en 1977, aunque ello implique seguir paseando los despojos mortales del libertador.
Esta actitud fundacional de la fuerza política que orienta el mandatario, en el sentido de que a partir de 2005 se reescribe la historia y que todo lo que había antes no servía para nada, es una actitud mesiánica que se inscribe en posturas que le acarrearon mucho dolor al país, con intolerantes y dueños de la verdad de uno y otro lado. Pero sobre todo revela un corte radical y contradictorio con su iniciativa de recordar el “Día del Nunca Más” el 19 de Junio, para que uruguayos de todas las ideologías, cualquiera fuera el lugar donde hayan estado en los trágicos episodios que llevaron a la dictadura y durante su vigencia, depusieran revanchismos y espíritu de confrontación, para mirar hacia adelante y construir el futuro entre todos.
Ese espíritu fue saboteado desde el propio partido del presidente, donde sectores que participaron activamente en acciones terroristas, junto a organizaciones de desaparecidos, organizaciones sociales y el propio PIT - CNT, rechazaron todo paso hacia la reconciliación, y es así que el presidente ha quedado prácticamente solo con el Día de Nunca Más, que suponemos conlleva el rechazo tanto al terrorismo de Estado como a la sedición que se alzó en armas en plena democracia.
Pero el mandatario se equivoca rotundamente por su percepción sesgada de la realidad, que se encuadra en un encasillamiento ideológico y eminentemente montevideano del país, donde se sigue considerando además como lo más natural del mundo que el gobierno nacional destine una y otra vez recursos para hacer obras faraónicas en Montevideo. Porque el proyecto conlleva no solo retirar los restos hacia el edificio de la ex sede de gobierno, sino que también se haría una gran reforma --que algunos suponen incluye utilizar el mausoleo como un lugar de estacionamiento vehicular-- incluida en una obra mucho mayor para remodelar plaza Independencia.
No contento con volcar cuantiosos recursos en terminar el Palacio de Justicia para la sede de gobierno, agrega ahora la propuesta de afectar recursos de todos los uruguayos para una obra eminentemente municipal, que solo aporta para el urbanismo de la capital y para hacer Montevideo “más linda y más querida”. Los uruguayos ya pagamos una vez por este monumento al centralismo y ahora pretenden volver a meternos la mano en los bolsillos para distraer al ciudadano de los temas importantes y, de paso, embellecer un paseo montevideano.
El argumento de que el mausoleo fue construido durante la dictadura, como justificación de este proyecto, es insostenible por donde se lo mire. Y de ser consistente con este criterio, el gobierno ya debería pensar en clausurar los puentes sobre el río Uruguay, construidos durante la década de 1970, y además desprenderse de la represa de Salto Grande, que también fue un proyecto que se hizo realidad durante el gobierno de facto, de la misma forma que la de Palmar sobre el río Negro. Estos ejemplos son tan delirantes como la postura de nuestro mandatario, que considera que el mausoleo es malo solo por el hecho de haber sido erigido por la dictadura.
Por supuesto, no lo va a hacer, porque esta iniciativa desencajada de la realidad e irracional por donde se la mire, tiene el agregado de la oportunidad en que es formulada, ya que estamos precisamente ingresando en la recta final de tiempos electorales, cuando la susceptibilidad de todos los actores y del ciudadano están a flor de piel.
Pero claro, es asimismo una instancia particularmente especial para encolumnar incautos detrás de “bolazos” revestidos de presunto contenido patriótico, y de paso tratar de dejar en posición incómoda como “defensores de la dictadura” a quienes con toda lógica cuestionan este manoseo oportunista al que son sometidos los restos del prócer, al son de reivindicaciones sacadas de contexto y que no resisten el menor análisis.
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