Paysandú, Viernes 03 de Julio de 2009
Opinion | 27 Jun Aunque la crisis económica mundial no ha adquirido ribetes de catástrofe como todo parecía indicar de acuerdo al deterioro en las economías de países desarrollados y al efecto dominó en el sistema financiero, las expectativas de recuperación en el mejor de los casos podrían manifestarse una vez avanzado 2010, lo que no es un dato menor, sobre todo para países dependientes como el Uruguay.
Pero no es menos cierto que después de haber sufrido sucesivas crisis a partir de 1999, primero por la devaluación del real en Brasil, la irrupción de la epidemia de fiebre aftosa en 2001 y la hecatombe financiera por arrastre de la Argentina en 2002, lo que hasta ahora hemos experimentado los uruguayos es una crisis benigna.
Es que los latinoamericanos y en especial los uruguayos tenemos vasta experiencia en crisis, porque además de ser muy vulnerables a los avatares de la situación internacional, el país tiene sus propios problemas estructurales y además ha sufrido las consecuencias de políticas económicas que han generado alternativamente ciclos de bonanza y depresión, aunque las primeras resultan cada vez más fugaces y las segundas más profundas y duraderas.
Por lo tanto, quien más quien menos todos en nuestro país hemos pasado por una o más crisis, y lamentablemente, los grupos más vulnerables de la población resultan siempre los más castigados y a quienes en cada coyuntura de este tipo se les suele atender en forma asistencial, pero sin generar instrumentos que permitan revertir realmente las condiciones que son determinantes para que se de este escenario de carencias.
Y como todo es relativo en la vida, cuando los europeos hablan de crisis y señalan las consecuencias sociales dramáticas que está acarreando en algunos países, entre los cuales el más notorio es el de España, lo contrastamos con la constante que se da en América Latina, desde que los efectos de sus crisis en la población no se acercan ni por asomo al deterioro de la calidad de vida que se da en nuestro subcontinente en épocas consideradas hasta como de prosperidad.
Así, tenemos que en España, de acuerdo a lo informado por el organismo Caritas Internacional, se registra un aumento de las personas que piden ayuda básica para subsistir, como comprar alimentos, debido a la situación económica que se da en ese país, en recesión y con alrededor de cuatro millones de desocupados, que son casi el 20% de la fuerza laboral del país, es decir un guarismo que realmente impresiona.
En la madre patria las solicitudes de ayuda para alimentos y artículos básicos creció prácticamente un 90% desde 2007 y los pedidos para hacer frente a hipotecas o alquileres subió un 65%, lo que da una idea de la magnitud del deterioro y de las dificultades que surgen para superar este efecto traumático, debido al carácter degenerativo de la recesión, el desempleo y las expectativas negativas que hacen que se realimenten los componentes del esquema.
América Latina aparece por ahora como menos comprometida por el incendio, pero debemos tener presente que estamos ante la onda expansiva de la explosión, y que ésta no alcanza a todos al mismo tiempo, por lo que en nuestras latitudes estamos ante un desfasaje en el tiempo que solo puede darnos aire para encarar algunas medidas de ocasión, de forma que el azote pueda ser atenuado mientras pasa la cresta de la ola.
Las previsiones de la Organización Internacional de Comercio son de una contracción del 8% para este año en el caso de México, del 0,8% en Brasil y del 1,8% para Chile, que fue precisamente uno de los países que logró generar un “colchón” durante la bonanza para ir dosificando la inyección de recursos en su economía hasta que pase el temporal.
Por supuesto, en Uruguay el gobierno no ha tenido esta actitud previsora y ha gastado y comprometido gastos por encima del crecimiento de la recaudación, lo que nada bueno augura y seguramente, pese a los anuncios oficiales de que este año solo se moderará o se estacionará el crecimiento, todo indica que habrá una contracción significativa de la economía, de magnitud aún difícil de prever.
Es que no tenemos espacio fiscal, aunque sí cierta capacidad de endeudarnos todavía, lo que es pan para hoy y hambre para mañana, solo para no quedar afuera de la constante de tropezar una y otra vez con la misma piedra, cualquiera sea el gobierno, con y sin blindajes.
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