Paysandú, Viernes 03 de Julio de 2009
Opinion | 01 Jul Finalizada la Segunda Guerra Mundial, allá por 1945, Europa estaba devastada y su economía había colapsado. Las fábricas que sobrevivieron a los bombardeos no tenían mercado para vender sus productos, y la población estaba más preocupada por subsistir que por comprar artículos suntuarios. En ese marco, una de las industrias más comprometidas fue la automotriz, en especial de las que producían marcas de lujo, que vieron la imperiosa necesidad de adecuarse a la situación del mercado o desaparecer.
Fue así que surgieron alternativas económicas para satisfacer las necesidades de los trabajadores, con vehículos versátiles de bajo costo que daban cierta comodidad al obrero para trasladarse a su trabajo, y a la familia para el paseo, y fueron estas opciones las que en definitiva movieron a Europa durante las primeras décadas posguerra. Renombradas marcas como Fiat, Volkswagen y BMW comenzaron a fabricar autos que para los norteamericanos, los socios ricachones de los aliados, no eran más que divertidos juguetes para adultos, como el Fiat 500 con motor “de motocicleta”, el Escarabajo de la Volkswagen, los Austin California y los Isetta 300 y 600 que fabricó a la BMW. Italia apostó a las motocicletas familiares e inventó las motonetas, antecesoras de las modernas scooters, que hasta traían rueda de auxilio.
En Uruguay la visión del transporte siempre estuvo en las antípodas del la postura europea, considerando al automóvil un artículo de lujo al que hay que castigar con impuestos hasta hacerlo inaccesible. Desde siempre la carga impositiva incluso superó los valores del automóvil en origen, por lo que el precio de venta al público termina duplicando su costo en fábrica. Como contrapartida India, una de las potencias emergentes más grandes del mundo, apuesta ahora al concepto original de la Europa posguerra, y la gigante asiática Tata decidió construir un automóvil muy barato para el pueblo que vale tanto como una moto: el Nano, de menos de 2.000 dólares.
Nuestro país podría, con un cambio en la mentalidad fiscal, beneficiar a miles de compatriotas de bajos recursos exonerando de impuestos a este mismo vehículo, lo que en definitiva solucionaría muchos problemas de nuestra sociedad. Primero, el trabajador podría acceder a un transporte personal seguro y económico, que además le sirve para transportar a la familia, con lo que se podría erradicar la peligrosa costumbre de viajar de hasta 5 personas en una moto. Asimismo, muchos de los que hoy compran motos para sus hijos adolescentes, podrían darles un vehículo que ofrece mayor protección en caso de accidentes.
Pero claro, para eso habría que vencer poderosos intereses económicos y al mismo tiempo cambiar el concepto de que los automóviles son objetivos de tributos y solo para los ricos.
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