Paysandú, Domingo 05 de Julio de 2009
Opinion | 28 Jun Los uruguayos hemos sido convocados para hoy a las urnas, en un ejercicio democrático que debe valorarse como el primer paso de un proceso electoral que desembocará en las elecciones del 25 de octubre, cuando el soberano decidirá a quién conferirá la responsabilidad de conducir el país por los siguientes cinco años.
No es poca cosa ni una mera formalidad, sino el deber cívico que conlleva participar y no solo convalidar situaciones de hecho, como corresponde a un régimen de democracia representativa en el que el elector delega su derecho en quien lo representará en el Parlamento y aunque su partido no resulte ganador, sí podrá hacer escuchar su voz y ejercer el control que corresponde a las minorías.
Esta primera convocatoria de un proceso electoral que comienza en junio, sigue en octubre y eventualmente en noviembre, para continuar en mayo con las elecciones departamentales, puede parecer exagerado en cuanto a la continuidad de los llamados a las urnas, pero no debe perderse de vista que consultar la opinión del ciudadano implica una reafirmación democrática que debe cultivarse como premisa. Es que esta es la forma en que la que se genera conciencia ciudadana, que nos pone a cubierto de ser víctimas de los mensajes fáciles y extremismos que, cual canto de sirena, son el caldo de cultivo para visiones mesiánicas y de iluminados que terminan arrasando las instituciones.
Y aunque siempre perfectible, la democracia es el único régimen de gobierno que ofrece garantías para todos, para las mayorías y las minorías y aún para aquellos que no creen en el sistema, aunque se sirvan de él para ganar espacios y estar al acecho.
Hoy el ciudadano no elegirá gobernantes, pero sí a sus representantes en las respectivas convenciones nacionales y departamentales, que a través de los mecanismos incorporados a la Constitución determinan los respaldos mínimos que deberán tener quienes serán postulados como candidatos a la Presidencia y a intendente, una forma concebida para evitar situaciones anteriores en las que proliferaban los candidatos a estos cargos y podían surgir sorpresas ya inevitables --desde que no había segunda vuelta-- por imperio de la “ley de lemas” y el doble voto simultáneo.
La convocatoria de hoy es por lo tanto a elecciones internas y primarias: se eligen los integrantes de las convenciones nacionales y departamentales de cada partido y primarias, porque definirán su candidato a la Presidencia, mientras que los órganos deliberativos designarán al candidato a vicepresidente y a quienes se postularán a la Intendencia.
El mecanismo constitucional establece que el candidato a presidente surgirá si obtiene la mayoría absoluta de los votos emitidos dentro de su partido --es decir más del 50 por ciento-- o si supera el 40 por ciento de los votos válidos y además obtiene una ventaja de al menos el 10 por ciento sobre el segundo candidato más votado de su interna, lo que se constituye a la vez en respectivos respaldos de convencionales.
Pero aún teniendo en cuenta estos requisitos, los candidatos a la Presidencia en esta oportunidad han simplificado la opción, al haber anunciado que “el que gana, gana”, en pacto de caballeros que significa que aún quien salga primero en la interna por la ventaja que sea, será ungido candidato único por ese partido, en decisión política que seguramente trata de evitar conflictos internos y eventuales acuerdos de votos de convencionales por fuera del mandato específico.
Y aunque descalificada por algunos actores políticos que especulan defendiendo sus intereses, la instancia de balotaje que se plantea por la reforma constitucional de 1996 es una garantía más que tiene el ciudadano de que llegado el momento pueda decidir a quien prefiere y a quien no en el sillón presidencial, en caso de que un partido no obtenga la mayoría absoluta en las elecciones nacionales. Y la democracia, a secas, aún con sus problemas que responden más a la naturaleza humana que a errores del sistema, es el ordenamiento institucional que nos rige a todos los ciudadanos en deberes y derechos. Y fundamentalmente, por encima de coincidencias y discrepancias, nos otorga el formidable instrumento del voto y consagra el gobierno de las mayorías sin avasallar a las minorías, para que nadie quede ajeno al desafío de construir entre todos las bases del país que queremos.
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