Paysandú, Miércoles 08 de Julio de 2009
Opinion | 03 Jul Aunque siempre está de por medio la inclinación de muchos observadores, incluyendo politólogos y sobre todo los dirigentes políticos, a considerar como triunfos o derrotas la mayor o menor concurrencia de los ciudadanos a las urnas para elegir a los candidatos en las elecciones internas, la realidad indica que en política no hay leyes inmutables, y que deben relativizarse los éxitos o los fracasos de las convocatorias, según el contexto.Por ejemplo, en la reciente elección interna se han tejido varias hipótesis sobre el por qué de la alta votación nacionalista y la deprimida --por lo menos relativamente-- presencia de simpatizantes del Frente Amplio, y de acuerdo a reflexiones primarias este escenario podría repetirse en la elección nacional de octubre, cuando en verdad sería un profundo error extrapolar situaciones.
Ni tanto ni tan poco: por algo la movilización nacionalista convocó a casi 500.000 personas y la del Partido Colorado no llegó a la tercera parte, dando una pauta del potencial de la adhesión de la ciudadanía a los partidos tradicionales, pero debe tenerse presente que en el caso del Frente Amplio estamos ante el desencanto de buena parte de la militancia al tener que dirimir candidaturas en elecciones internas, en vez de la búsqueda de consensos a través de las cúpulas. Las críticas entre los candidatos tampoco fueron un plato fácil de digerir, cuando tantas veces se ha proclamado y hecho caudal de la solidaridad, de las presuntas unanimidades y de la confraternidad entre los compañeros.
Ello explica en parte el por qué de la caída en la concurrencia de adherentes del partido de gobierno para dirimir un pleito que hasta esta oportunidad había sido de puro trámite y solo para cumplir con las formalidades de la normativa electoral establecida en la reforma constitucional de 1996.
Esta elección primaria en realidad ha puesto de relieve la tradicionalización de la coalición de izquierdas, que había nacido en 1971 como algo distinto a las colectividades históricas, para lo cual se integró un conglomerado de partidos muy distintos entre sí y hasta basados en ideologías y fundamentos que estaban en las antípodas, como el Partido Demócrata Cristiano, de esencia democristiana, y los grupos marxistas que todavía siguen creyendo en la colectivización, en los regímenes de partido único, en la lucha de clases, en las dictaduras populares sin canales de expresión para la oposición.Esta mística pudo mantenerse durante más de treinta años, porque siempre ha sido más fácil unirse para oponerse a todo que para proponer, que es cuando suelen aflorar los distintos puntos de vista. La cultura de gobierno, producto de haber tenido que asumir la realidad por encima de los eslóganes y los voluntarismos, ha sido de gran desencanto para muchas personas que increíblemente todavía creían a pie juntillas que, como decían dirigentes de la coalición --no todos, debe reconocerse-- era posible al mismo tiempo bajar impuestos o por lo menos cobrárselos solo a los ricos, aumentar jubilaciones y salarios, construir miles y miles de viviendas, asistir a los sectores de menores ingresos, mejorar la atención en salud, reformar la educación, bajar los combustibles, hacer el gran país productivo y muchos etcéteras más que han quedado colgados por imperio de la realidad, que impide que los recursos se generen por arte de magia y que indica que siempre hay alguien a quien sacarle plata.
Pero una cosa es el desencanto del votante tradicional del Frente Amplio en cuanto a hacerle el vacío a la consulta interna y otra muy distinta que deje de votar a la coalición, porque entre la disyuntiva de apoyar a los partidos tradicionales y a la izquierda, este votante no dudará de seguir el trillo, aunque tal vez sin el entusiasmo de cuando vivía de ilusiones.
La gran diferencia en esta elección seguramente va a estar en el electorado de centro, que seguramente tampoco participó en estas internas, y al que tratarán de seducir los binomios Lacalle -Larrañaga y Mujica - Astori, aunque esta última fórmula no esté oficializada.
Y quien resulte más creíble para este electorado no cautivo será seguramente el triunfador, porque felizmente en nuestro país todavía hay electorado independiente, que es reflexivo.
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