Paysandú, Miércoles 08 de Julio de 2009
Opinion | 06 Jul La economía mundial, sacudida por efectos de la crisis financiera internacional, todavía no termina de recomponerse del impacto que ha significado caer de buenas a primeras en un período recesivo tras una bonanza de varios años que se apoyó en valores y supuestos que se vinieron abajo estrepitosamente con un efecto dominó que todavía se extiende a más países.
Claro, en un mundo globalizado y cada vez más interrelacionado era impensable que un fuerte sacudón en la primera potencia económica mundial no se transmitiera al mundo desarrollado primero y a todo el globo luego, con diferente grado de impacto pero siempre con repercusiones adversas para el intercambio comercial y la economía interna de cada país.
Y como difícilmente pueda lograrse una reversión o por lo menos una estabilización del escenario hasta bien entrado 2010, los países desarrollados --muchos de los cuales intentan mitigar las crisis con recetas que les tenían prohibidas a las naciones en vías de desarrollo-- están buscando fórmulas que den lugar a acuerdos para lograr que este proceso no siga en deterioro y sobre todo alimentar expectativas positivas que obren como regenerador de la confianza que han perdido los actores económicos.
Esta semana en una localidad de Italia se reunirán los líderes de Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, Canadá y Rusia, en procura de sentar las bases de lo que podría definirse como una recomposición del orden económico mundial sobre una serie de premisas y condiciones que permitan reducir sensiblemente los elementos de riesgo que hicieron estallar la crisis a mediados del año pasado.
La canciller alemana Angela Merkel adelantó que planteará a sus colegas la necesidad de romper el ciclo de sucesivas burbujas y crisis mediante políticas que suavicen el crecimiento económico y domestiquen a los mercados financieros, para agregar que “todos debemos crecer sosteniblemente, a diferencia de como era en el pasado”.
Justificando su planteo recordó que “en los últimos años hemos tenido la crisis asiática, la crisis de la nueva economía y ahora esta gran crisis internacional financiera y económica”, para advertir que “no podemos entrar en crisis cada cinco o siete años”, y a la vez advirtió que en esta oportunidad tampoco debería anunciar que se ha superado la crisis porque de lo contrario se pondría en marcha inmediamente la siguiente “al tomar demasiados riesgos”. Este enunciado de sentido común, empero, conlleva el dejar comprometida una serie de responsabilidades que difícilmente acaten así nomás los agentes económicos, en un mundo de competencia donde los riesgos forman parte de la libre empresa, y donde el éxito suele acompañar a quien da el golpe contundente en el momento oportuno, al instalarse en mercados ávidos por recuperar viejos esplendores.
Se necesita un compromiso fuerte, cuya llave puede estar en el grado de control al que puedan llegar los gobiernos de los países desarrollados sobre las entidades financieras, que fueron parte clave para que se originara el deterioro de la economía mundial y a la vez demandaron un impresionante flujo de recursos públicos para recapitalizarse e impedir que la debacle fuera mayor.
Es de recibo, además, la observación de la canciller germana respecto a la necesidad de tender a establecer una meseta mínima que tienda a nivelar los ciclos de bonanza y de crisis, que en sus respectivas fases han tenido diferentes detonantes, multiplicadas a la vez por las expectativas cambiantes de los mercados. Pero no será fácil si no se logra un acuerdo internacional bien aceitado que permita actuar de inmediato para evitar la tentación de las especulaciones, sobre todo cuando las naciones más influyentes tengan a su frente a gobernantes con compromisos electorales en el corto plazo, que suelen distorsionar las decisiones para no pagar costos políticos.
Y la propia canciller formuló esta propuesta cuando tiene ya próxima una campaña para su posible reelección, por lo que también debería evaluarse que esta iniciativa podría tener un inevitable componente electoral, a fin de ser vista por su electorado como una estadista de gran proyección internacional.
Ello da la pauta de las dificultades que deben superarse para que de esta crisis emerja un escenario mundial con lecciones bien aprendidas, y sobre todo, con compromisos que no sean letra muerta, que no dejen resquicios para un cambio en las reglas de juego y concesiones a los más poderosos, porque así no pasará mucho tiempo antes de que el mundo vuelva a tropezar con la misma piedra.
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