Paysandú, Jueves 09 de Julio de 2009
Opinion | 08 Jul Aunque con una proyección y en el marco de procesos muy diferenciados en cuanto a la inmediatez y emotividad de su desenlace, han quedado definidas las fórmulas presidenciales del Partido Nacional y el Frente Amplio, es decir las colectividades cívicas que según las encuestas son las que polarizan las preferencias de la población y las que seguramente definirán la Presidencia en la convocatoria popular de octubre y eventualmente noviembre próximos.
Desentrañar las causas por las que Luis Alberto Lacalle y José Mujica han ganado las internas partidarias, cuando son precisamente los extremos en las posturas de los precandidatos que comparecieron en esta convocatoria, ha sido una tarea muy difícil aún para los politólogos, pero sí es cierto que son personas que han tenido más llegada al “núcleo duro” de sus respectivos partidos. Precisamente quienes han resultado los derrotados en esta instancia y se han sumado a las respectivas fórmulas presidenciales, implican un corrimiento hacia el centro del electorado, cuya adhesión es indispensable para tener chance de ganar.
Cuando recién se está por ingresar en la largada de la campaña, corresponde esperar que la madurez y el sentido común primen sobre las pasiones que suelen aflorar sobre todo del entorno de los protagonistas, que arrastran a la vez a los adversarios y muchas veces significan presión sobre el candidato para que siga ese perfil.
Claro, una cosa es la pasión bien entendida, cuando constituye un diferencial de fortaleza para trabajar ahincadamente por lo que cada uno cree, y una muy distinta es cuando nubla el pensamiento, crece en irracionalidad y se canaliza en la descalificación del adversario político.
La experiencia indica que en las campañas políticas hay de todo, y que nunca faltan necios e inadaptados que escapan al control de los comandos de campaña de los respectivos candidatos.
El punto es que si no se actúa con firmeza desde un primer momento, para no ingresar en la bola de nieve de los agravios, los descalificativos, las verdades a medias y los eslóganes fáciles, se corre el riesgo de ingresar en una escalada que divida al país entre buenos y malos, según el color del cristal con que se mire, y las propuestas queden en un segundo plano, como ya ha ocurrido. Y como para muestra alcanza un botón: bastó un comentario poco feliz del candidato nacionalista Luis Alberto Lacalle, en cuanto a que si fuera inversor esperaría a diciembre para decidir si venir o no al Urugay, en alusión a que un Mujica presidente no brindaría condiciones para captar capitales, para que el ex guerrillero tupamaro le tirara con “carne podrida” a través de la prensa, según dijo, trayendo a colación hechos de corrupción de colaboradores del ex presidente durante su gestión. Es un arranque nada halagüeño, cuando por lo menos en público ambos candidatos habían formulado un compromiso de no apelar al pasado del rival como elemento de apoyo en las respectivas campañas, y en cambio, apostar a la propuesta constructiva para el futuro.
Claro, una cosa es la intención y otra el devenir de los acontecimientos, porque una cosa trae la otra y hay grupos radicalizados que se apoyan en la confrontación y en la descalificación de los adversarios como forma de mantenerse vivos, y es precisamente de estos grupos de exaltados que siempre puede partir la primera piedra.
Pero hay ciertas acciones para los que ya ha pasado el tiempo, porque una campaña electoral no es el momento más aconsejable, cuando hay tantas cosas en juego: el de acordar políticas de Estado en dos o tres áreas fundamentales, para asegurar reglas de juego a mediano y largo plazo para los inversores, una de las cuales podría ser la política energética.
La experiencia indica que el clima político electoral no es el más propicio para acordar acciones en estas definiciones, que deben formularse lejos del fragor de la contienda por las preferencias del electorado, cuando cada iniciativa que se lanza se mide con riesgos o ventajas electorales que terminan distorsionando o relativizando todo acuerdo.
Por tanto el próximo gobierno, sea del partido que sea, salvo que se abra a otros aportes una vez instalado, seguirá sus propios rumbos en temas estratégicos que deberían trascender a los gobiernos, un factor diferencial que distingue a los países en serio de aquellos que viven de improvisación en improvisación, como el nuestro.
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