Paysandú, Sábado 18 de Julio de 2009
Opinion | 13 Jul El proceso que ha llevado a la integración de la fórmula presidencial de la coalición de izquierda ha sido muy controvertido, por ser benignos con el término, pero el fenómeno no puede ser catalogado como nuevo desde que la coexistencia de más de una visión en el conglomerado de gobierno es una constante desde su fundación. La diferencia es que cuando era oposición era mucho más fácil disimularlo, porque había muchos puntos en común para oponerse al gobierno de turno.
Una cosa muy distinta es procesar los disensos, algunos de ellos muy profundos, a la hora de proponer, como debe hacerse cuando se es gobierno y deben llevarse adelante los postulados formulados en la campaña preelectoral, una vez que los recursos son limitados y más de un camino conduce a Roma.
Por lo tanto las dificultades que se han dado para integrar la fórmula con las dos izquierdas --condiciones van, condiciones vienen-- van mucho más allá de las personas que han encarnado su representación y que han sido elegidas en el marco de las elecciones internas previstas por la reforma constitucional, por fuera de los órganos partidarios del Frente Amplio, que hasta hace poco resultaban inconmovibles en un proceso por el que se daba solo formalidad a un tema ya resuelto previamente en el congreso de la coalición.
Lo que ocurre en esta instancia con el Frente Amplio no es un escenario que se dé en exclusividad en el Uruguay, sino que se ha manifestado en todos los lugares del mundo en los que la izquierda ha llegado al poder por la vía democrática, y por lo tanto se ha enfrentado al desafío de hacer realidad lo que tantas veces había pregonado desde el llano, hasta que el electorado le dio la oportunidad.
Ocurre que la izquierda uruguaya tiene otros perfiles propios, porque se formalizó en 1971 a partir de una iniciativa en la que se utilizó el lema del Partido Demócrata Cristiano para que se integraran en sublemas partidos y corrientes tan distintas como el propio PDC y los partidos Comunista, Socialista e incluso sectores radicales de extrema izquierda cuyo proyecto común en realidad se centraba en intentar algo por fuera de los partidos tradicionales.
El factor aglutinante era un mínimo común denominador de postulados que reseñaban todo lo que los movimientos de los años ‘60 encarnaban, de estilo contestatario y con propuestas sustentadas en el ejemplo de países del socialismo real, incluyendo a la antigua Unión Soviética, la propia Cuba y la desaparecida República Democrática Alemana.
El oponerse al establishment hizo las cosas más fáciles y permitió disimular concepciones muy distintas entre la izquierda “de uñas pintadas” como calificaba Mujica a los sectores más moderados, incluyendo a los del actual candidato a vicepresidente Daniel Astori, y la “izquierda de alpargatas”, que él y sus grupos afines integraban.
Ahora este calificativo no es utilizado en las declaraciones públicas, pero solo por razones de mercado e instinto de conservación, para no revolver una espina clavada en la coalición a la hora de proponer. Durante estos años en el gobierno, el presidente Tabaré Vázquez ha actuado como moderador, conciliador y ha oscilado como un péndulo entre las dos izquierdas. En las decisiones de gobierno, en base a su ascendencia personal dentro de la coalición, ha podido alternativamente recoger postulados de los moderados y de los radicales, según el tema de que se tratara y la ocasión, y acallar las protestas de quienes se sentían defraudados, unos por más y otros por menos.
Pero la dicotomía Mujica-Astori ha puesto al desnudo, para aquellos que creían que las cosas eran distintas --sobre todo sectores jóvenes de la militancia a las que estas disonancias les eran ocultadas-- que coexisten las visiones de “uñas pintadas” y de “alpargatas” que se resumen en dos propuestas diferenciadas.
Estas parten desde la extrema izquierda hacia el centro, apuntando a un electorado diverso y que en el Uruguay generalmente se ha inclinado por opciones de centro, al que se intentará llegar con una fórmula de conciliación a la que se pudo integrar con forceps, según un semanario izquierdista.
El desafío para el partido de gobierno, con exposición de las virtudes y defectos de los integrantes de la fórmula, es hasta dónde podrá reivindicar la gestión de su gobierno de luces y sombras con una visión moderada, sobre todo para hacer que el producto resulte creíble para la ciudadanía independiente, que es la que define las elecciones. Y por este eje pasará el resultado de octubre.
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