Paysandú, Domingo 19 de Julio de 2009
Opinion | 12 Jul Los foros internacionales suelen culminar con una declaración plagada de enunciados generales en los que se diluyen los conceptos para no herir susceptibilidades, desde que resulta harto difícil conciliar intereses a menudo contrapuestos. Ello no solo se da en ámbitos muy amplios y diversos a los que concurren países desarrollados, los del tercer mundo y los denominados “emergentes”, sino hasta en los que participan solo quienes tienen intereses comunes y que en teoría deberían coincidir plenamente.
La crisis financiera mundial ha tenido entre sus consecuencias la proliferación de reuniones y congresos en lo que se analiza el origen, la evolución y eventuales salidas a este escenario, lo que plantea demasiadas hipótesis juntas si tenemos en cuenta que hay diferentes puntos de vista respecto al diagnóstico, por lo que mal puede llegarse a conclusiones que los reflejen todos. El último foro de este tenor se realizó esta semana en Italia, con participación de los países desarrollados nucleados en el denominado G8 y los países emergentes reunidos en el G5, con ausencia de los “sumergidos” que están tratando de emerger, entre los cuales se cuenta Uruguay.
Entre los enunciados que derivaron de las deliberaciones surgió como común denominador el acuerdo para evitar la adopción de medidas proteccionistas, en medio del reclamo de que las naciones ricas asuman su responsabilidad en la crisis económica así como por el calentamiento global que provocan sus industrias por aumento del efecto invernadero.
China, India, Brasil, México y Sudáfrica, integrantes del grupo de los emergentes, igualmente no se manifestaron satisfechos respecto a la postura de Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Italia, Canadá, Gran Bretaña y Rusia, por no haber generado suficientes avances en sus compromisos anteriores, pero en cambio dieron el “sí” al enunciado de que “confirmamos nuestro compromiso de mantener y promover mercados abiertos y de rechazar toda medida proteccionista”. A la vez expresaron su voluntad de “buscar una conclusión ambiciosa y equilibrada de la Ronda de Doha” en 2010, lo que aparece como complicado ante los reclamos cruzados de apertura de los mercados entre los países agrícolas del sur y los industrializados del norte.
Otra “coincidencia” ha sido la de manifestarse “decididos a proseguir las reformas en materia de regulación y control del sistema financiero”, teniendo en cuenta los factores que han generado la crisis que aún se está procesando y que ha generado recesión de diferente grado en todas las naciones industrializadas.
Pero la distorsión está demasiado avanzada como para poder ponerle coto a través de compromisos de este tipo, muy fáciles simpáticos y agradables en la letra por las declaraciones de buenas intenciones, que a la vez dan paso al sálvese quien pueda cuando las papas queman. Las naciones desarrolladas son una buena prueba de ello cuando en medio de la crisis optaron por acciones exactamente inversas a las medidas que promovían como receta universal para los países en desarrollo.
De ahí que deban tomarse con pinzas los pronunciamientos de ambos grupos que coincidieron en la ciudad italiana de L’Aquila, porque en poco tiempo ignoraron lo que habían acordado. Las naciones desarrolladas reaccionaron automáticamente con medidas de autoprotección respecto al comercio exterior tan pronto estalló la crisis, y salieron a rescatar bancos y a inyectar fondos estatales en sus economías, a la vez de aplicar subsidios y tratar de mitigar en lo inmediato los efectos internos de la crisis.
Cuando este tratamiento se generalizó y se advirtió que el remedio iba a resultar peor que la enfermedad, se ha pasado del pánico a la búsqueda de alternativas basadas en las viejas leyes de la economía, que precisamente no pasan por encerrarse y capear el temporal a costa de echar por la borda todo lo que se predicó durante tantos años.
Pero una cosa es asumir por donde se debe transitar en forma abstracta y otra es practicarlo, cuando hay urgencias que atender y costos políticos a pagar. Lo que sí es cierto es que sería altamente beneficioso para la economía global que los compromisos se cumplan, por lo menos esta vez, para entre todos, tanto los causantes de la crisis como los que la sufren sin tener relación alguna con sus orígenes, contribuyan a revitalizar el intercambio comercial que prohíja el desarrollo y mejora la calidad de vida de los pueblos.
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