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Paysandú, Domingo 19 de Julio de 2009

AARON FREMD

“Si volviera a nacer, quisiera que fuera en Uruguay y en Paysandú”

Locales | 17 Jul Su pasado lo marcó profundamente. Su historia desnuda la crudeza en medio de la cual vivieron muchos inmigrantes a comienzos del siglo XX, golpeaba duramente y truncaba los destinos de sus habitantes. La presente es una de esas tantas historias de gente que vivió atormentada y con miedo, con una sola consigna: sobrevivir.
Aaron Fremd nació en Polonia y llegó al Uruguay a los once años, junto con tres de sus cuatro hermanos, Rosa, Jacobo y Aída (Herman, el mayor, ya estaba en el país). Tiene ochenta y tres años y no regresó jamás a su tierra natal, porque no guarda buenos recuerdos de aquel entonces. Casado con Sara Better, tuvieron tres hijos: Freddy (que falleció tras una enfermedad) y los mellizos Richard y Miriam.
Por el año 1914 Europa comenzaba a vivir tiempos turbulentos y Aaron Fremd aceptó el desafío de emigrar. Su intenso relato está plagado de una impresionante carga emotiva y su fluida narración nos introduce en capítulos conmovedores de un inmigrante que se muestra agradecido con estas tierras.
“Si volviera a nacer, quisiera nacer en Uruguay y en Paysandú, porque gracias al Uruguay somos lo que somos. Para muchos de nosotros no había porvenir”, asegura. El primero en pisar tierras uruguayas fue su padre –José Fremd– por el año 1930. El resto de la familia quedó en Polonia y poco tiempo después falleció Regina, su madre. En esa época quien sostenía la casa era Herman, el hermano mayor, que trabajaba en una peletería. Su trabajo quedaba a unos diez kilómetros de la casa donde vivían, en una pequeña ciudad llamada Lubich. Su entorno familiar estaba reducido a unas tías paternas y algunos parientes maternos que vivían en Alemania.
Al quedar desamparados fueron dispersados. Su hermano Jacobo entró en una ferretería en la que trabajó a cambio de vestimenta y de comida. Poco tiempo después, su hermano mayor se casó y se vino a Uruguay.
“Nosotros quedamos con la esperanza de que algún día nuestro padre nos fuera a buscar. Fue una historia larga hasta que cierto día pudimos venir. Por ese entonces yo vivía en la casa de una tía que no tenía ni para ella. Comía en la casa de un hombre al que le decíamos tío, pero que no teníamos ninguna relación familiar. Otro de mis hermanos fue a dar a la casa de otra tía, hermana de mi padre, mientras que mis hermanas fueron a dar a la casa de otro tío. Con mis hermanos nos veíamos solo en vacaciones, porque yo concurría a la escuela religiosa. Recuerdo que Jacobo, cuando los clientes le daban propinas, él las guardaba. Me sacaba a pasear en su bicicleta y para mí era toda una novedad”, explica.
La tierra prometida
“El viaje hacia Uruguay no fue fácil. Había muchos problemas para traernos. Mi padre tenía dificultades para pagarnos el viaje”. Se hizo muy conocido de Genoario Gargano, quien le preguntaba recurrentemente por sus hijos, a lo que “le respondía que no tenía el dinero suficiente para pagarnos los pasajes”. Al tiempo le presentó a su cuñado, Roberto Elizondo, a quien le pidió que le prestara un dinero, que él salía de garantía. Pero, para viajar a Montevideo por el año 1936 se demoraba como dos o tres días. En la capital contactó a don Alfredo Mendibil, quien a su vez lo vinculó a Domingo Mendibil, que tenía un alto cargo militar.
“Mi padre dominaba varios idiomas y eso le generaba ciertas ventajas al momento de entablar contactos con otras personas. Fue una gran ayuda que nosotros no olvidamos jamás”.
El viaje desde Europa demoró diecisiete días y se embarcaron en un navío de origen italiano y de nombre Neptunia. “Recuerdo que estábamos celebrando la fiesta judía, que es el día del perdón. Nos encontrábamos todos en la sinagoga con nuestro tío y llega un telegrama que decía: embarcarse a las doce de la noche. Mi alegría fue tan grande que lo único que me salió fue un ¡aleluya!” Su voz se entrecorta, aprieta los labios y retoma el relato: “tuvimos que pasar por varios controles médicos y siempre surgía algún problema. En el caso de mis hermanas, les querían cortar el pelo. Al momento de salir faltaba una visa, pero por suerte todo se arregló”.
El 10 de octubre de 1937 arribaron al puerto de Montevideo. Cuando estaban a punto de pisar tierra, Jacobo identificó rápidamente a su padre. “Habían pasado seis años que no lo veíamos”, comentó.
“Nos quedamos dos días en una fonda y luego emprendimos el viaje para Paysandú. 18 de Julio y Libertad fue nuestro destino. Todavía eran tiempos difíciles”.
“Seis años más tarde nos mudamos a parada Esperanza. Mi padre ya había abierto una sucursal de su frutería. Compramos una chacra a una familia que vivía pegado al comercio y ya en el campo nos dedicamos a la agricultura y a criar unos animales. Todo fue muy lento”.
Pusieron un bar
“Recibíamos muchos viajeros. Todo era a pulmón y con mucho trabajo. Al tiempo y tras unos años logramos comprar la chacra a don Juan Lomazzi. Con el paso del tiempo vendimos la chacra y nos vinimos para la ciudad. Jacobo se instaló con una tienda, luego se casó y se radicó definitivamente en la ciudad. Yo me fui de viajero y con cuatro mil y algo de pesos de la época me compré un Ford A. Fue duro, porque los caminos eran intransitables”.
Vendió ropa a comercios, visitando muchos pueblos de la campaña. Pero tiempo después tuvo que abandonar esa actividad porque  pasaba muchos días fuera y su padre y sus hermanos vivían muy preocupados por él. “Me instalé con una tienda dedicada originalmente a la talabartería”. Posteriormente –cuando bajó la venta– me dediqué al rubro tienda. El comerció operó por muchos años y llevó el nombre de Casa Rita.


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