Paysandú, Lunes 27 de Julio de 2009
Locales | 24 Jul Extraña una época que dejó en él profundas huellas y prefiere no cruzarse con nadie de aquellos años porque la charla puede llegar a no tener fin. Hoy está retirado de sus actividades rurales y hace un año y medio que vive en la ciudad, pero a veces –cuando participa en alguna actividad en la Exposición Rural– observa las mangas y los animales y vienen a su mente buenos recuerdos.
Luis Benito González se crió en la zona de Constancia, en tiempos en los que el trazado de la Ruta 3 era apenas un sendero de balastro y tierra. En 1937 concurrió a la Escuela 35, cuando todavía funcionaba en el viejo establecimiento, a unos 150 metros del actual local, en un terreno contiguo a la comisaría.
Según cuenta don González, “por aquellos años la maestra directora era doña Rosita De Andrey Cartabbia, que estuvo cinco meses en el cargo y luego asumió Ángela Barbato. A la escuela concurrían 83 alumnos y ella sola atendía a todos los gurises, porque no tenía ayudante. Ya en el nuevo local, estábamos en el salón de la planta alta. Eran cuatro filas de bancos a razón de una clase por banco”.
Don González es uno de esos tantos pobladores rurales que recuerda con orgullo sus años vividos en el campo. A sus 79 años, se lo ve jovial y enérgico. Su familia está integrada por su esposa, Liliana Castellanos, dos hijos varones –Wilson (34) y Diego (31). Asegura que es un abuelo joven, porque apenas tiene tres nietos.
“Mire, por aquellos tiempos el 80 por ciento de los gurises íbamos a la escuela a caballo. En mi caso estaba a ocho kilómetros del establecimiento escolar, para el lado de la Constancia vieja. Resultaba una verdadera alegría ir a clases”, comenta.
Su familia estuvo siempre dedicada a las actividades agropecuarias. Sus padres tenían una fracción de unas 340 hectáreas de campo. “Era toda una zona de ranchos, pero no ranchos que se estaban cayendo, eran ranchos de terrón y techo de paja bien hechos”.
Agrega que “por aquellos años a la Constancia vieja –tal como la llamaban los lugareños– la dividieron en fracciones. Eran campos de unas 20.000 hectáreas. La escuela, como en otros tantos centros poblados del interior rural, era el punto de encuentro para una importante cantidad de actividades sociales. El día que inauguraron el nuevo local escolar participó mucha gente del lugar y de zonas vecinas”.
Don González rescata una anécdota de ese día: “lástima que en la foto no quedó registrado el gran marco de gente que concurrió para esa oportunidad y la foto se sacó por casualidad, porque ya casi no había luz solar. El único fotógrafo que recuerdo era Graniero, pero la verdad es que desconozco si había algún otro. Alguien de la Comisión Fomento había quedado en avisarle y se ve que le dijeron que viniera de tarde aprovechando la luz natural, pero el hombre se apareció a las nueve y media de la noche, casi la diez. Yo tenía unos diez años y lo recuerdo tal como si hubiera ocurrido ayer. No había luz artificial, apenas una bujía y un avisador un poco más allá con una batería y las luces que iluminaban dentro del local. Solo se que después se armó un bailongo tremendo”.
González afirma que “la zona siempre se destacó porque todos los vecinos plantaban algo. Lino, avena y trigo eran los cultivos de mayor presencia. Todos éramos chacareros y mi padre criaba algunas ovejas, en tiempos en los que se esquilaba a mano con tijeras. La enseñanza con relación a la formación actual era algo atrasada. Pero la maestra enseñaba que era un lujo. Yo fui cinco años a esa escuela. Por decirle algo, los gurises de ahora me llevan ventaja solo con el tema de la computadora. Usted hoy le pide que saquen mentalmente una cuenta y le contestan que espere, que van a buscar la calculadora. Éramos rápidos para las tablas y las divisiones hasta cinco cifras”, concluyó.
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