Paysandú, Lunes 27 de Julio de 2009
Locales | 26 Jul CARTA ABIERTA Al
Sr. PRESIDENTE DE
LA REPÚBLICA
Por la presente y en uso del derecho que me otorga el ser ciudadana de este país, vengo a decirle públicamente que desde el fondo de mi conciencia y de mi espíritu nace un grito de impotencia y rabia ante la imposibilidad real de no poder enfrentar con la fuerza suficiente su soberbia actitud, ante la decisión, en principio unilateral, de trasladar los restos de Artigas desde su Mausoleo al edificio hoy llamado Independencia.
Usted nos había acostumbrado durante éstos, sus tiempos de presidente, supuestamente de todos los uruguayos, a realizar anuncios de fuerte impacto, casi siempre fuera de las fronteras de la patria. Ejemplos sobran.
Pero a éste, seguramente, y es de desear que así sea, su último anuncio presidencial, decidió hacerlo desde el propio suelo, en tiempos bastante turbulentos para la República.
Si autoritaria e inconsulta fue la decisión de construir el Mausoleo que guarda los restos del Héroe en época de dictadura, autoritaria e inconsulta ha sido la suya, señor presidente, decidiendo por sola voluntad volver a trasladar esos restos y al lugar que usted decide.
Por más que quiera encontrarla, no hay causa que lo justifique. Indague en qué lugares están depositados los restos de los distintos héroes americanos.
¿Que al Mausoleo lo hicieron los militares? Sí señor. Pero por más que usted lo quiera, no se puede borrar la historia. Ni ésta ni ninguna. Ella se muestra implacable en la memoria. Esa memoria que a muchos les sirve para mantener la turbulencia de las aguas, y a otros porque acuden a ella cuando conviene a sus intereses.
Como ciudadana, quería pedirle que revea su decisión. Quería decirle que Artigas y nuestro pabellón han sido siempre, motivo de unión y encuentro de todos los uruguayos. Que nadie puede usarlo para provocar más divisiones. Pero siento dolor ante la certeza de que ya es tarde, y de que nada logrará conmoverlo. De alguna manera hay que pasar a la historia…
Y así “como te digo una cosa, te digo la otra”. Porque mientras usted públicamente no descartaba una consulta popular ante este tema tan removedor, y a la vez decidía la conformación de una comisión integrada por todas las fuerzas políticas para determinar qué frases reveladoras del pensamiento artiguista esculpirían en el Mausoleo, simultáneamente apuraba a través de sus senadores la aprobación de una ley que lo faculta a trasladar los restos del Protector de los Pueblos Libres. Y por si fuera poco, desafecta de su custodia a los Blandengues de Artigas, iniciativa que por supuesto en esa Cámara ya fue aprobada. Mientras, usted manifestaba a los medios de comunicación: “El gobierno se va a atener a la ley. Si se aprueba la ley, actuaremos en consecuencia”.
Dice la historia que ya declarada nuestra independencia, un hijo de Artigas fue a buscarlo a tierras paraguayas, para que volviera a su Patria, y la respuesta fue: “Yo ya no tengo Patria”. Qué frase cargada de dolor, o tal vez resentimiento. “Yo ya no tengo Patria”. Si tendría razón Artigas, porque con todo lo que los uruguayos amamos a este país, al fin tendríamos que preguntamos si ésta es la patria que quería el Héroe y la que hoy queremos nosotros. Tan dividida como siempre. Tan sacudida de pasiones e ideas contradictorias, donde con el único poder que da el poder, y amparado en este caso por un halo de hipocresía republicana, se actúa contra el deseo y la pública manifestación de la mayoría del pueblo que se dice representar, y aún en contra de la voluntad de los propios descendientes del Héroe, quienes han pedido y reclamado que al Padre de la Patria hay que dejarlo donde está.
Y yo agrego, con o sin ideario esculpido en sus paredes, ya que las ideas solo viven y perduran a través de los tiempos, cuando logran trascender el frío mármol y se hacen realidad en cada acto de nuestras vidas.
José Artigas nos pertenece a todos señor presidente, con sus virtudes y sus defectos, y mal que les pese a muchos, en él resumimos los uruguayos la identidad nacional.
Su personal decisión y la mano de yeso levantada (¿alguien podía dudarlo?) de aquellos que conforman su circunstancial mayoría parlamentaria, no alcanzan ni alcanzarán jamás para acallar la voz hecha grito, de quienes sentimos junto al poeta de la Patria, Zorrilla de San Martín, que “pisan tumbas de Héroes, ¡ay del que las profane!”
Pero no importa, señor presidente. Ya pasará la tormenta que abona tantas pasiones, y soplará la suave brisa que nos alimente el alma. Al final de cuentas Artigas ya no oye, ya no siente, ni el frío mármol de su Mausoleo ni la calidez del corazón de su pueblo, aunque usted lo exponga en un museo. Ya al morir el 23 de setiembre de 1850 sólo recibió de su Patria un hondo silencio. Al decir de Pedro Lamy, “Sobre la tumba no hubo una flor, ni una palabra, sólo corrieron las silenciosas lágrimas de un moreno que fue su único y fiel compañero…”.
Ayiyú Baptista Buidid
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