Paysandú, Martes 28 de Julio de 2009
Opinion | 24 Jul Aunque algunos senadores oficialistas dijeron que lo hacían por “disciplina partidaria”, lo que significa que la idea les merece reparos, recibió media sanción del Senado el proyecto de ley impulsado por el presidente Tabaré Vázquez por el que se faculta al Poder Ejecutivo a trasladar los restos del general José Artigas desde el mausoleo de plaza Independencia, pocos metros más allá, hacia la ex Casa de Gobierno, según señalara el presidente en la exposición de motivos del controvertido proyecto.
Por supuesto, la iniciativa no tiene el menor sustento ni otra génesis que el hecho de que al mandatario una mañana se le ocurrió que tenía que pasar a la posteridad por algo más o menos majestuoso, en su concepto, y creyó del caso que podría ser una gran cosa rescatar los restos del prócer de su actual emplazamiento, simplemente porque el mausoleo fue construido durante la dictadura y el héroe no merecía seguir allí una vez en democracia.
Claro, se trata lisa y llanamente de hacer su voluntad y para ello ha contado con las manos de yeso de la mayoría parlamentaria de la fuerza de gobierno, que tuvo disciplina y nada más que eso, sin el menor sentido crítico ni siquiera de oportunidad, en una pretendida unanimidad que es lisa y llanamente sometimiento al talante del presidente y por ende refrendar los caudillismos que tanto criticó la izquierda a los partidos tradicionales.
Un mausoleo, en cualquier lugar del mundo, es precisamente una tumba en la que se depositan los restos mortales de personalidades, en tanto un museo es el sitio físico en el que se incorporan piezas de contenido histórico para ser exhibidas como tales, lejos del recogimiento, solemnidad y respeto que debe guardarse en un mausoleo. Sin embargo, en una argumentación que se cae por su propio peso, se apela a problemas de anegamientos y detalles de la construcción que pueden solucionarse perfectamente con obras relativamente simples, como así también la colocación de pensamientos del prócer que la dictadura desestimó por su esencia democrática, precisamente.
Tal apelación es simplemente un barniz que a esta altura solo puede explicarse por un deseo de trascender como abanderado de la democracia que saca los restos de la tumba de granito donde se encuentran, en su tesis de que todo lo que se hizo durante la dictadura está mal, y que sin embargo no reniega de utilizar la energía de las represas de Salto Grande y Palmar, y como así también los puentes internacionales, construidos durante el período de facto, que han pasado a ser patrimonio del país, como también lo son el mausoleo y otras obras que trascienden su origen para incorporarse al acervo nacional.
La tendencia del presidente y de la fuerza de gobierno de actuar cual fundadores es una demostración inequívoca de soberbia, que como tal denota además desprecio por la opinión de la ciudadanía, a la que no consulta para nada, cuando en otros tiempos era tan afecta a promover plebiscitos de cualquier tipo para oponerse a todo lo que surgiera del gobierno de turno.
Ni siquiera se le pasó por la cabeza al mandatario, en su visión montevideana de la realidad, ya que no le complacía el mausoleo, que un lugar natural para el descanso de los restos del prócer sería la Meseta de Artigas, o el parque de Purificación al que ni siquiera reconocen en su real dimensión desde que durante este gobierno no se ha hecho absolutamente nada para concretarlo. Pero hay que recordar, que por supuesto, en la óptica de la dirigencia capitalina lo que no está en Montevideo no existe o no reviste la menor importancia.
Es decir, el gobierno del Frente Amplio, con una excusa u otra, se sitúa en este episodio en la misma línea de pensamiento que sus antecesores, cuando decidieron llevar adelante contra viento y marea el proyecto ultra centralista de la torre de las telecomunicaciones de Antel, -- junto con el plan Fénix-- o promover la construcción del puente Colonia - Buenos Aires, que sin embargo, con sentido común ha sido descartado por la Administración Vázquez, por su carácter faraónico y centralista.
Y precisamente este antecedente positivo nos lleva a alentar alguna expectativa --¿seremos demasiado ilusos?-- de que tal vez, dedicando un honesto segundo pensamiento al asunto, el mandatario no aplique la facultad de trasladar los restos de Artigas, o al menos consulte realmente el sentir de la ciudadanía en un plebiscito, en vez de disponerlo en forma mesiánica, como lo hicieron en su momento los dictadores.
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