Paysandú, Jueves 30 de Julio de 2009
Opinion | 25 Jul Tardíamente, a través del ministro de Economía y Finanzas, Alvaro García, el gobierno ha ido ajustando sus previsiones en cuanto al comportamiento de los parámetros económicos para este año y en esta última instancia ha terminado reconociendo que el Uruguay va a tener un crecimiento “no menor” al 0 por ciento, es decir que no habrá crecimiento, y aunque en esta oportunidad todavía no se diga abiertamente, todo indica que habrá un retroceso en la economía.
Cuando todos los datos daban cuenta de que ya en el último trimestre de 2008 hubo un agudo descenso en las exportaciones, que se fue proyectando sucesivamente sobre el primer semestre del presente año, el Poder Ejecutivo seguía manteniendo sus previsiones y anuncios optimistas, dando cuenta de proyecciones de crecimiento y déficit fiscal abiertamente desacompasados de la realidad que todos los operadores veían y sufrían, por supuesto.
Así, al cabo de cada período en evaluación, el ministro de Economía debió reconocer que sus proyecciones no se habían cumplido, y que invariablemente el crecimiento de la economía había sido menor al estimado y que a la vez el déficit fiscal había crecido por encima de lo anunciado.
Este desfasaje se ha dado invariablemente en estos términos, hasta que hace pocas horas el contador Alvaro García eufemísticamente subrayó que el crecimiento de 2009 no va a ser inferior al 0 por ciento, cuando además nada garantiza que este guarismo volverá a corregirse a la baja una vez se conozca la evolución de los parámetros en los meses sucesivos.
De todas formas se ha pasado sucesivamente a reconocer un porcentaje de déficit fiscal que primero se dijo no iba a superar el uno por ciento, luego se evaluó que podía llegar al 1,5 o al 2, y que ahora puede llegar al 3 por ciento, es decir el doble de como se entregó el país al gobierno del Frente Amplio por la administración del doctor Jorge Batlle, al cabo de la mayor crisis del país de los últimos cincuenta años.
A la inversa, la Administración Vázquez no solo recibió tendencia al equilibrio en los números, sino que tuvo a su favor el formidable impulso de la bonanza económica internacional, lo que permitió sustanciales mejoras en la recaudación por efectos de un crecimiento en exportaciones y precios, así como por una mayor actividad interna producto del consumo y el reciclaje de recursos.
En esta administración se pecó de un exceso de optimismo y voluntarismo, al aumentar el gasto público en la misma medida en que creció la recaudación, y a la vez se adquirieron compromisos de gastos fijos sobre la base de una recaudación por bonanza, que ha desaparecido, como lo indican los números.
La coyuntura internacional se dio vuelta antes de lo que pensaba el gobierno, lamentablemente para todos los que vivimos en el Uruguay, y ese es un componente inevitable que escapa a cualquier gobierno. Pero lo que sí pudo y debió hacerse fue tener en cuenta que las cosas podían darse de otra manera en cualquier momento, y tener prudencia y sentido común para no seguir gastando como si la bonanza fuera a ser eterna.
Así y todo, el período en que se ha dado esta reversión permite que el gobierno pueda maquillar números entre previsiones y los datos del comportamiento de la economía, por lo menos hasta después de las elecciones, de forma no pagar todavía el costo político de la imprevisión, lo que en todo caso será transferido a la próxima administración a través de un déficit fiscal no menor al 3 por ciento.
Por supuesto, no es el mayor déficit que ha tenido el país ni mucho menos, pero es una omisión imperdonable que se llegue a este desnivel luego que el país gozara de una coyuntura internacional favorable como pocas veces se recuerde.
También es tardía la respuesta que ha adoptado en las últimas horas el Poder Ejecutivo, en el marco de un conjunto de medidas para sectores afectados por la crisis económica, elevando fundamentalmente del 2 al 4 por ciento la devolución de impuestos, y reorientar los fondos a otras ramas en dificultades.
Pero como en el caso anterior, se tardó demasiado en reconocer que se había ingresado en la etapa de desaceleración del crecimiento, por decir lo menos, y se perdió un tiempo precioso sin poner las barbas en remojo, mientras se veía a otras arder.
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