Paysandú, Domingo 02 de Agosto de 2009
Locales | 26 Jul (Por Enrique Julio Sánchez, desde Estados Unidos)
Emigrar es, como siempre lo ha sido a lo largo de la historia del ser
humano, una cuestión de gran importancia, que debe ser considerada muy seriamente. Por siglos, emigrar fue cortar definitivamente con los lazos con familiares, los amigos y con el lugar adonde cada uno pertenecía. Los viajes eran largos, generalmente en barco y las comunicaciones muy difíciles, por lo que quien emigraba comenzaba una nueva vida, lejos de los suyos, debiendo adaptarse a un medio ambiente que desconocía, frecuentemente a un idioma que no era el propio y siempre a costumbres y paisajes ajenos.
En aquellos tiempos del Uruguay “niño”, los emigrantes europeos formaron una parte fundamental de la sociedad, pero no dejaron de ser los “gringos”, los emigrados, los que un día abandonaron su tierra para viajar a América, a un sub continente que conocían solo por lo que otros decían, que en buena medida soñaban y al que elevaban por sus propias ilusiones.
La realidad, como siempre, en muchos casos fue otra bien diferente. Así terminaron tratando de sacarle provecho a pequeñas chacras, al frente de almacenes o recorriendo la campaña encaramados en carros, tratando de vender muy diversos artículos. Muchos llegaron con sus familias, pero tantos otros se establecieron aquí, se enamoraron de criollos e hicieron camino al andar, dejando sus recuerdos en un lugar del corazón, pero viviendo con la certeza que nunca más podrían volver a ver a los suyos.
El tiempo fue pasando, las ilusiones de un mejor porvenir se fueron trasladando de una a otra parte del mundo. Hoy, aquellos países que en un tiempo fueron receptores de emigrantes hoy son los principales “exportadores” de su propia gente, que sale a buscar un sitio en el mundo donde vivir valga la pena.
Pero las comunicaciones “achicaron” el planeta, y hoy es posible viajar de una parte a la otra en un par de días a lo sumo; hoy es sencillo comunicarse con el otro extremo en solamente un instante; hoy es normal mantener lo mejor que se pueda los lazos familiares.
Quienes residimos en países con una economía pobre o menos desarrollada somos quienes hacemos las valijas y partimos hacia alguna parte del hoy llamado Primer Mundo. De todas formas, el emigrante siempre lleva consigo la nostalgia y siempre extraña su lugar, sus costumbres, su idioma, la forma de ser de su sociedad.
Más allá que una llamada telefónica es simple, no es tan sencillo escuchar esas voces queridas tan lejanas. Y no es sencillo terminar la comunicación y comprender que uno sigue estando solo, lejos. Porque así se ha decidido, sin dudas, pero también porque para buscar la vida que lo es realmente, fue necesario aceptar el reto que ha jalonado la
historia del ser humano, hacer camino al andar allá adonde se pueda. Lo bueno de la tecnología es que permite que los lazos con la tierra a la que pertenecemos se mantengan. Al mismo tiempo, eso ha transformado las intenciones de emigrar. Ya no solamente se emigra para un futuro mejor para quienes se van de su tierra, sino también para quienes allá se quedan, gracias a las remesas de dinero que los emigrantes realizan.
Eso, por otra parte, ha impulsado las economías de los países “exportadores” de emigrantes, pues millones de dólares se mueven en su mercado sin que los gobiernos hayan tenido que hacer nada (salvo mantener su inoperancia para darle una vida a todos sus habitantes), ni inversiones, ni proyectos.
Muchos emigrantes lo hacen para no volver, pero otros pensando en lo contrario, en el reencuentro con su tierra y su gente, con algo de dinero en el bolsillo para establecer emprendimientos comerciales.
No obstante, claramente el emigrante no es del lugar adonde se muda, pero deja de pertenecer a su propio “mundo” también. Eso lleva a que
muchas veces quienes regresan no encuentran “su” lugar, al menos el que tenían en su alma, celosamente guardado.
Hay experiencias de algunos uruguayos que retornaron al país en los últimos meses que así lo indican. Está el caso de, digamos, “Pablo”. Estuvo viviendo en Estados Unidos durante varios años, con su familia. Había obtenido un crédito para comprar una casa, tenía un buen empleo y vivía con cierta holgura. Pero en pocos meses decidió volver. Pero en lugar de recoger sus cosas y retornar, cometió algunos errores. Por ejemplo, aquí es posible alquilar muebles y equipo electrónico para el hogar. Así lo hizo, solo que vendió todo en lugar de retornarlo a sus dueños. Asimismo, obtuvo un crédito en efectivo en una institución bancaria y usó al máximo sus tarjetas de crédito. Con esos movimientos fraudalentos, reunió un dinero extra y retornó a Uruguay. Pero se encontró con que no se adaptaba, con que las ideas que llevaba para instalar negocios no eran tan redituables como había pensado en un momento. En pocos meses el dinero se fue y el buen negocio que quiso poner no se concretó. Ahora planea retornar. No puede hacerlo ingresando por una frontera establecida, desde que abandono el país como indocumentado. Planea hacerlo como “mojado”, enfrentando los peligros que eso implica.
Pero se enfrentara a otros problemas, si retorna. Los equipos electrónicos que vendió -como televisores- tienen un chip que determinan su posición, por lo que la empresa que los alquila puede recuperarlos cuando pasan casos como estos. Por tanto, se ha convertido en un requerido por la Policía. Volver podría enfrentarlo a cargos criminales.
Esto deja en claro la responsabilidad del emigrante. Es lícito buscar un mejor destino en cualquier parte del mundo. Pero no es apropiado pensar que la “viveza criolla” es una cualidad. Porque es olvidarse de la “viveza gringa”. Que existe, no vaya a creer. Por algo venimos a este país. ¿No?
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