Paysandú, Miércoles 05 de Agosto de 2009
Locales | 02 Ago “Ser feliz” parece ser una buena propuesta de vida. Alcanzar nuestra felicidad y la de los nuestros, no deja de ser un buen destino para el ómnibus que resolvimos tomar. Sí, ya sé… es mejor proponerse la paz y la justicia mundial; pero a esta altura eso se parece demasiado a un deseo de Miss Piriápolis.
-- Admiro a la madre Teresa de Calcuta, al Papa y quiero la paz mundial”.
“Ser felices, ayudar a nuestros gurises a que encuentren su felicidad y desde ese estado de privilegio sumarse a los deseos de Miss Simpatía. Eso está mejor.
Sin embargo lo raro de esta historia que quiero contar es que me parece que últimamente hemos estado buscando la felicidad con muy poca puntería. Hemos dedicado buena parte de nuestro tiempo a encontrar un lugar donde subirnos para intentar divisar la felicidad desde lejos y no hemos advertido que muchas veces nos paramos justo encima de ella. Por eso no la encontramos. Porque hay que buscar más cerca.
“La vida es eso que pasa mientras hacemos planes”, decía John Lennon hace unos años. “Quien busca la felicidad fuera de sí es como un caracol caminando en busca de su casa”, escribía Constancio Vigil. Entonces las primeras preguntas que se me ocurren son: ¿Estamos siendo felices mientras buscamos la felicidad o estamos reservando ese estado para cuando terminemos con la búsqueda? ¿Estamos promoviendo la felicidad de nuestros hijos mientras buscamos la nuestra? No estoy muy seguro. De lo que estoy seguro es de que los valores que recibíamos en nuestra infancia no son los mismos que reciben en el 2009 nuestros hijos y nuestros nietos. No es una interpretación antojadiza… es una simple observación. Solidaridad, respeto por la palabra dada, tolerancia, respeto a la autoridad, a los ancianos, a la diversidad, a los más débiles, amor a las instituciones que nos cobijaban (escuela, iglesia, partido político, club de fútbol, boliche, etcétera., etc.).
Tengo la sensación que los uruguayitos del 2009 están viendo triunfar un nuevo modelo individualista y narcisista y tengo la sensación que ese cambio empieza a producir consecuencias en ellos. Hoy la competitividad, el éxito y el dinero le están sacando mucha distancia a los viejos valores de nuestros abuelos. Sí, ya sé… a los de Argentina, España y Canadá les pasa lo mismo.
Bueno, los argentinos, los españoles y los canadienses que se manejen. Yo estoy hablando de los niños uruguayos. ¿Qué tantos cambios se están produciendo en el Uruguay? ¿Quién está incidiendo de esa manera sobre nuestros gurises?
Los señores que van a tu casa cuando vos no estás. Don televisor y doña Internet. Y cuando estás… también van. Es que últimamente nuestros hijos son huérfanos part-time.
¡Hemos estado tan ocupados para que no les falte nada, que les está faltando el padre que está ocupado tratando que no les falte nada! Así que se van quedando sin referencias y sin modelos. O peor aún, los referentes están llegando por el coaxil y por wi-fi.
Estamos demasiado ocupados consiguiendo insumos para que sean felices. Y como si eso fuera poco, cuando volvemos al hogar permitimos, dejamos, consentimos, accedemos, cedemos y el límite que lo fije la maestra (que para eso le pagamos el sueldo). Estamos cambiando presencia por presentes. Ya que no podemos estar… traemos.
Recuerdo clarito el beso de la vieja antes de dormirme, papá apagándome la portátil y la voz metálica de “Tomándole el pulso a la república” o del “Reporter Esso” llegando desde el “dormitorio grande”. Recuerdo la charla con cualquiera de ellos sentados en mi cama mientras mis ojos empezaban a cerrarse. Todos los días eran importantes. No hace tanto tiempo, lo recuerdo bien. Hoy la trasmisión de valores plantea otros códigos.
-- “Cuando venga del trabajo estarás dormido, así que te dejo sobre la mesa el plasma que querías, mandame un mensaje de texto cuando te despiertes”.
Y lo jodido es que todos los cambios apuntan hacia el mismo lugar: aislamiento y desvinculación.
Y el modelo se profundiza día tras día. A pasos agigantados. La cultura del esfuerzo, del ahorro, de la responsabilidad comienza a perder feo con el modelo competitivo y narcisista de Tinelli o con el modelo de Rial y sus secuaces exponiendo en la plaza pública las miserias y los dolores más privados.
Ayer vi un programa español en el que un matrimonio aplaudía porque había ganado 1.000 euros. Emocionados, reían y aplaudían porque la respuesta había sido correcta: “Sí, mi esposo me pega seguido”.
El cálculo es sencillo: cuatro horas de escuela por día, te da --más o menos-- 700 horas por año. ¡Pero los niños uruguayos del 2009 miran más de 1.000 horas de televisión por año!
Para complicarla un poquito más, las familias empiezan a trasladarse al exterior o a otras ciudades y van dejando a los gurises sin abuelos, sin tíos, sin primos y sin padrinos. ¿Divorcios? ¿Nuevas parejas? ¿Hermanos mayores ausentes? ¿Abuelos en geriátricos? ¿Madres solteras? Todo ayuda, todo ayuda.
--”No mi amor, con mamá no te podemos atender ahora porque estamos trabajando para que seas mejor”.
--”Acá te traje un celular para que me llames si tenés algo urgente. Y si no es urgente, lo buscás en Internet”.
-- “Mire señorita, nosotros trabajamos los dos y por eso no estamos muy al tanto de las notas, pero le prometo que esta vez nuestra hija hará un buen segundo año y con las mejores notas. ¿Cuarto? Eh… sí, cuarto año y con las mejores notas”.
-- “Bueno hermano, ¿qué te pasa? No te sirve nada. Entonces lo mandamos doble horario y de esa manera no queda en banda. Entra a las ocho de la mañana y sale a las cinco de la tarde. ¿Tampoco te sirve?”
-- “Que empiece el colegio antes de cumplir dos años”.
Cuando ni siquiera sabe pedir auxilio ya ha sido aband… ya ha sido anotado en un colegio de doble horario.
Y con seis o siete años, al salir del colegio se va a la casa de un amigo, porque en casa a esa hora todavía no hay nadie.
Y se turnan para ir a casa de distintos amigos buscando olor a sopa o plantas recién regadas.
Yo me sentaba a la derecha de papá, mis hermanos enfrente, papá en una cabecera y mamá en la otra. Todos los mediodías. Y charlábamos de la escuela y del barrio y de la quinta y de los trenes y de las estrellas y del Comisario de Cerro Mocho. Y nos retaban y nos felicitaban y nos preguntaban y nos contestaban. Fue por el 60, o por el 40, o por el 50 o por el 70.
Los niños del 2009 chiquitos aún, almuerzan solos en el colegio. No tienen idea de pucheros compartidos, del “pasame el queso”, del “me saqué un sote primero” o del “¿por qué estás triste?” Pobrecitos, comen comida hecha y hasta hamburguesas de MacDonald’s frías o recalentadas en el microondas del colegio. ¡Y muchas veces también cenan solos! ¡Qué pena tan grande me da escribirlo! ¡Cenan solitos comida congelada! ¿Con quién compartir lo que pasó en la escuela? ¿A quién contarle quién le pegó y a quién quieren darle un beso? Como si fuera poco llegan a hacer deberes y a ordenar sus cosas.
Entonces la culpa de no estar nunca nos lleva a compensar comprando cosas materiales, desde un chupa-chupa a una note-book última generación. Y las cosas empiezan a llegarles sin costos y sin sacrificios. Y lo que se consigue sin dificultad pierde enseguida la etiqueta con el valor de la compra. El valor sacrificio, el valor esfuerzo, el valor ahorro, el valor trabajo se desmoronan en una sola noche de lavado de culpas.
-- Bueno, mi amor, pero después desenchufa, apaga todo y se acuesta, yo me voy al dormitorio que mañana arranco temprano. Y el chat, el messenger, el facebook y las páginas porno quedan a disposición de gurises que hasta buenos resultan a la hora de frenarse ante ellas. Y se nos esfumó el desayuno compartido de los 50, la merienda colectiva de los 70, mamá leyendo el Cuento y Canto de los 60. Ya no está la abuela revisando el portafolio para que no falte el papel secante, ni el padrino tomándonos la tabla del siete, ni el viejo preguntándonos los números primos.
-- “¡Vamos chiquilines, vamos que tienen que prepararse para ir a la universidad!” Necesitamos ese curriculum. Nos están pidiendo inglés y computación. No tenemos tiempo para sentir, no tenemos tiempo para disfrutar, no pueden ser niños por ahora, yo les aviso cuando puedan. ¿No estaremos consiguiendo el resultado opuesto al que salimos a buscar? Por buscar los tres puntos de visitante… ¿no nos estarán metiendo abajo del arco en nuestra propia cancha? Arriesguemos un poquito más. Metamos una falange más de dedo. Hagamos una pregunta un poco más comprometida (mientras vemos pasar eso que nos decía Lennon o mientras buscamos los lentes que tenemos puestos).
¿Estamos formando o deformando a nuestros hijos? Hablo de los trastornos de nuestros niños. Hago una pausa una vez más. Me proyecto. Recuerdo mi infancia y recuerdo que en mi barrio, y en los barrios que rodeaban a mi barrio vivía un niño de nuestra edad que tenía algún tipo de trastorno. Le decíamos el loco. Y era “El loco”. En singular. Porque era el único. Por aquellos tiempos era difícil encontrar a más de uno por barrio, o por escuela o por generación o por ciudad.
Algo pasó mientras estábamos ocupados. ¿Tienen idea de cuántos niños uruguayos del 2009 padecen los trastornos sicológicos de aquel vecino nuestro? ¡¡¡¡Ochenta mil!!!! ¡No alcanza el Centenario para sentarlos en las tribunas! ¡Los estadios de River, Bella Vista, Fénix, Basáñez, Cerrito, Rentistas, Racing, Sud América, Villa Española, Huracán Buceo, Rampla, Miramar y Liverpool llenos de niños trastornados!
¿Qué pasó? Algo hicimos mal. Ellos no nacieron trastornados. Cuando nosotros llegamos al mundo todavía no estaban. Los trajimos nosotros. Es más… cuando los trajimos recuerdo clarito que estaban bien.
No deberíamos hacernos los distraídos. No deberíamos cargar en la madre naturaleza toda la responsabilidad. No vale culpar a Tinelli, a Paco Casal, a Jorge Batlle y a Cotugno. Esa ha sido una buena manera que hemos encontrado de no culpar a nadie. De no culparnos nosotros.
Niños trastornados. ¿De qué hablamos cuando hablamos de trastornos? De violencia escolar, de agresiones que aparecen desde el jardín de infantes. Hablamos de miles y miles de niños en manos de sicólogos. De hiperactividad, de trastornos depresivos y de ansiedad. De falta de autoestima en niños que ven como sus compañeros pasan de clase y los abandonan una vez más.
A ver si queda claro: los niños que están sentaditos en el Nazzasi tienen dificultades de alimentación. Los que están en el Parque Roberto no pueden conciliar el sueño. Los niños del Saroldi no pueden relacionarse convenientemente con el niño que está sentado a su lado. Los de Belvedere tienen conductas adictivas, agresivas, violentas y algunas veces delictivas. Los del Complejo Rentistas tienen problemas de adaptación y bajo nivel de tolerancia al fracaso. Desde los tres y cuatro años los niños uruguayos del 2009 están pasando por la esquina de casa camino a los estadios y nosotros no los hemos visto pasar.
¡80.000 gurises con problemas para conciliar el sueño! ¡No pueden dormir! ¡Se dan vuelta a la noche en sus camitas y no consiguen dormir! Esa te la llevo a los 40… ¡pero ellos tienen cinco!
Los niños del Parque Capurro están medicados. Los del Estadio Olímpico están siendo medicados pero sin tratamiento psicológico. Los que están en el Fossa tienen estrés.
Vamos a hacerla un poquito más difícil aún. ¡Los de la tribuna de atrás del arco en el Méndez Piana están pensando en matarse! Entre el 2000 y el 2007 el palco del Parque Roberto… se mató todo. ¡Se suicidaron 247 niños!
¡Uruguayos Campeones del Suicidio! ¡Uruguay nomá! Este es el único campeonato para el que no necesitamos calculadora. En pocos lugares del mundo se matan tanto como acá.
Al Pereira Rossell llegan por año tres ómnibus repletos de niños. 146 niños menores de 15 años. ¿Por qué llegan? ¡Por intento de autoeliminación! Yo pensaba hablar de la Ritalina. ¡Más vale ni hablar de la Ritalina!
¿Quién es la Ritalina? La Ritalina es un psicofármaco que actúa sobre el niño para que se concentre en clase. Se utiliza para el tratamiento del síndrome de hiperactividad y déficit atencional. Algunos expertos dicen que tiene graves efectos adversos: pesadillas, náuseas, vómitos, disminución o pérdida del apetito y trastornos del crecimiento. Otros dicen que no es cierto. Algunos expertos dicen que produce nerviosismo, hipersensibilidad, anorexia, palpitaciones, dolores de cabeza, cambios de presión y pulso, taquicardia y arritmia cardíaca. Otros dicen que no es cierto.
¿Una generación que crece dopada? ¿Una generación que depende de pastillas? ¿Una generación “corregida” a fuerza de psicofármacos?
Claro… a un país que resolvió siempre sus enfermedades con líquido Carrel, aceite de hígado de bacalao, un “no” que quería decir “no”, papel astraza caliente en el pecho, penitencias dolorosas, pañitos con alcohol en la barriga, una doña que nos “tiraba el cuerito”, leche de magnesia, huevos crudos con malta, un vaso de agua dado vuelta en la cabeza, límites que no se corrían, Vick Vaporub para la tos, rutinas claras en la casa y un tate quieto de vez en cuando… a un país como ese, le resulta muy difícil entender la Ritalina. Aunque sea buena y necesaria.
¡El 30 por ciento de los gurises uruguayos consume Ritalina para combatir el déficit atencional! ¡Tres niños uruguayos de cada diez!
Yo pensaba hablar de la Ritalina. Más vale dejar la Ritalina para otra crónica. Prefiero quedarme con la tristeza de los niños uruguayos del 2009. Es más que suficiente.
Me duele el pecho cuando lo escribo. Ojalá le duela a alguno cuando lo lea. Por Marciano Durán
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