Paysandú, Lunes 10 de Agosto de 2009
Locales | 03 Ago (Por Horacio R. Brum). A lo largo de muchos kilómetros de los campos de Apulia (Puglia, en italiano), el acueducto acompaña la vía del tren. Cruza ríos que tienen más piedras que agua, pasa por suburbios, atraviesa colinas y marca las llanuras con una larguísima línea gris. Para el observador parece ser una vena de vida en esa región del sur de Italia donde, al igual que en Basilicata, Campania, Calabria o Sicilia, los cielos infinitamente azules que tanto encantan al turista cubren el drama de una permanente escasez de agua. Sin embargo, la vena se corta de pronto, en medio de ninguna parte, y el acueducto muestra la gran boca negra de su tubo vacío, que tal vez nunca transportó agua: es una de las casi 400 obras públicas sin terminar que existen en el país, en su mayor parte en el sur.
Desde el tren se ven estaciones nuevas, pero vacías y sin población alguna en los alrededores; puentes que no tienen carreteras y autopistas interrumpidas; también hay estadios olímpicos de polo en pueblos donde nadie practicó jamás ese deporte y los únicos caballos que existen son de tiro, grandes talleres ferroviarios sin trenes para reparar, cuyos trabajadores igualmente cobran sueldo, y orfanatos sin huérfanos. “La Italia interrumpida”, según la llamó el diario Il Corriere della Sera en un reportaje publicado mientras este corresponsal viajaba por Apulia, es el resultado de la corrupción descontrolada, de actividades y conductas mafiosas y de promesas políticas de campaña. No obstante, para quien recorre el país de norte a sur resulta evidente que en las regiones sureñas hay un enfoque de la vida, de la responsabilidad y de los asuntos públicos que crea un ambiente favorable para las causas enumeradas por Il Corriere.
Justo allí --donde la suela de la bota italiana da la vuelta hacia el taco-- está Taranto, un puerto con una historia más antigua aún que la de Roma y por el cual pasaron casi todas las civilizaciones del Mediterráneo. Su centro histórico, la Città Vecchia (Ciudad Vieja), es una isla de no más de diez cuadras de largo y cuatro de ancho, donde los edificios parecen formar una sola masa, calada por callejones y calles angostas. La huella de todos los invasores que se turnaron en el dominio de la ciudad se ve en la superposición de estilos de las iglesias e incluso en las paredes de las casas, muchas veces construidas sobre los cimientos y los muros de edificios más antiguos. La Città Vecchia es un espléndido museo al aire libre, pero lleno de obras de restauración que parecen sin terminar, o que ni siquiera pasaron de la etapa de la erección del cartel que las anunciaba. No se ven muchos obreros activos en esos lugares. Abundan, en cambio, los hombres ociosos sentados en las veredas de los bares, bebiendo cerveza o jugando a las cartas. La paz improductiva es interrumpida cada tanto por jóvenes que obligan a los peatones a pegarse a las paredes de las casas, porque en la mayoría de las callejas de la Ciudad Vieja no hay veredas, al pasar ruidosamente en sus motonetas. Son muchachos saludables, en edad de trabajar, que aparentemente comparten con sus congéneres de los bares el oficio de hacer... nada.
En la estación de trenes de Taranto, un muchachón fornido que caminaba por el andén con zancadas nerviosas recordó a este corresponsal en qué se ocupa una parte de la juventud del sur de Italia, que no tiene buenas oportunidades de estudio o trabajo. Vestido totalmente de negro, exhibía en la espalda de su remera ajustada un gran corazón rojo atravesado por la silueta de una pistola automática: un símbolo de violencia, tan aceptable en estas regiones como en otros lugares podría ser el escudo de un club de fútbol. La Cosa Nostra siciliana tiene la propiedad intelectual de la imagen mundial de la mafia, pero lo cierto es que prácticamente en todas las regiones del sur de Italia actúa una organización criminal de ese tipo. En Apulia es la Sacra Corona; Calabria es territorio de la ‘Ndranghetta’ y en Campania, la Camorra extiende desde Nápoles sus tentáculos a casi todas las actividades de la vida diaria. Son esas estructuras criminales las que dan un propósito, un sentido de pertenencia y un ingreso a los jóvenes desocupados. Baste recordar que la Camorra inventó los asesinatos y robos desde motocicletas, cuyo modelo ha sido imitado por los “sicarios” que matan por encargo en Colombia y por los ladrones que atacan a quienes salen de los bancos en las “salideras” de Buenos Aires.
En la semana que duró la visita a Apulia, las noticias de los medios dieron cuenta del asesinato del lugarteniente de un capo mafioso de Bari, la capital regional, cuyo jefe había sido asesinado un mes atrás; en una ciudad cercana, un auto con explosivos destruyó la sede de un partido político de izquierda, conocido por su lucha contra la mafia; y en Nápoles, cuatro asesinos en moto irrumpieron en la estación de ferrocarril y acribillaron con ametralladoras a un inmigrante rumano inocente, en una operación de venganza que erró el blanco. Sin embargo, los escándalos sexuales del primer ministro Silvio Berlusconi, uno de los cuales involucra a una prostituta de Bari, recibieron más páginas de la prensa y más minutos de la televisión.
La aceptación de lo inaceptable parece ser una característica de la idiosincrasia sureña italiana. Más allá de la simpatía y la calidez de la gente, este corresponsal pasó en el viaje por muchas de las situaciones que se asocian por lo general al desor- den del subdesarrollo: medios de transporte que no cumplen horarios, hoteles que no proveen todos los servicios que dicen proveer o informaciones e indicaciones que no coinciden con lo que hay sobre el terreno. En otros ámbitos se ven playas hermosas que están desapareciendo bajo murallas de edificios de mala calidad y peor gusto, producto de la especulación inmobiliaria; otras están cubiertas por todo tipo de basura, sin que los bañistas ni las autoridades municipales parezcan preocuparse por ello. Grandes complejos hoteleros, del tipo “todo incluido”, se han establecido en el medio de reservas naturales, donde en teoría no deben otorgarse permisos de construcción. Y no parece claro cómo sobreviven en plena temporada turística, con menos de la mitad de sus plazas ocupadas.
Desde el norte ordenado, pujante y razonablemente honesto, el sur es considerado por los propios italianos como la tierra del clientelismo político, de la corrupción y las ideas retrógradas. Un agujero negro donde se pierden enormes sumas del presupuesto nacional sin que se produzca cambio alguno. Lo cierto es que, en su larga historia de ser dominados por poderes foráneos, los sureños desarrollaron una cultura de la desconfianza hacia el Estado y los gobiernos, que dio más valor a las relaciones familiares y de clan como forma de protección. El engaño y la “avivada” fueron vistos con naturalidad, como parte de las estrategias de supervivencia. Los trulli de Alberobello, que actualmente son un atractivo turístico de Apulia y Monumento de la Humanidad, tienen ese origen: en el siglo XV los condes de Acquaviva, señores de la zona, autorizaron a los campesinos que llegaron atraídos por la fertilidad de sus tierras para que levantaran poblados. Además del tributo usual, les impusieron la condición de que las viviendas pudieran ser desmanteladas con rapidez y sin dejar rastro. La razón: evitar que los inspectores del rey verificaran la existencia de pueblos en las tierras de los Acquaviva, porque la corona cobraba un impuesto a los pueblos. Durante casi tres siglos estuvo la gente de Alberobello destruyendo sus casas, unas cabañas de lajas de piedra con techos cónicos, cada vez que llegaban los representantes del trono. Hasta que en 1797 algunos campesinos se atrevieron a denunciar el engaño ante el rey y consiguieron que el pueblo fuera declarado libre del dominio de los condes.
El sur tiene tanto o más capital turístico que el norte de la península italiana, desde sus playas de aguas tranquilas hasta ciudades y villas que dan testimonio de toda la historia de la Humanidad. Por otra parte, sus habitantes han demostrado a lo largo de los siglos una notable capacidad de esfuerzo y resistencia, que también distinguió a quienes emigraron a las lejanas tierras americanas. Sin embargo, las regiones meridionales siguen siendo predominantemente agrícolas y los escasos polos industriales han quedado a medio construir o convertidos en grandes fuentes de contaminación, como las acerías de Taranto. Las condiciones locales disuaden a los inversionistas extranjeros, quienes no están dispuestos a lidiar con políticos venales, sindicatos y empresas proveedoras bajo control mafioso y una población que, en vez de reaccionar con energía para cambiar esas condiciones, opta por creerse víctima de la segregación y los prejuicios del resto del mundo. “No existe allí una voluntad de organización ciudadana”, afirmó un experto en política en uno de los muchos programas periodísticos de la televisión italiana que suelen analizar la situación del sur. Con esto se refería a la inexistencia de partidos que verdaderamente defiendan los intereses regionales --como sí los hay en el norte--, a la falta de un consenso sobre el respeto a la legalidad y al escaso rechazo público a las prácticas de corrupción en la vida diaria.
Sin perjuicio del goce espiritual por las bellezas paisajísticas y culturales del sur italiano, el viaje también dejó algunos puntos para meditar. La historia de la emigración italiana al Río de la Plata es una hermosa gesta, de la cual casi todos los uruguayos y argentinos somos parte. Pero al recorrer Italia de norte a sur no se puede evitar pensar cómo se distribuyeron entre nuestros países las características, virtudes y vicios de una y otra región. ¿Acaso somos los uruguayos más tranquilos, menos expresivos y más formales que los argentinos porque entre nuestros ancestros italianos han predominado los vénetos, los ligures, los piamonteses y tantos otros italianos del norte? ¿Es la marca de los calabreses, los napolitanos o los apulianos la que ha dado a nuestros hermanos de la otra orilla su eterno ciclo de glorias y catástrofes políticas y económicas? Preguntas que pueden servir para un ensayo académico, planteadas en un recorrido en tren por el sur de Italia.
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