Paysandú, Lunes 10 de Agosto de 2009
Locales | 07 Ago Los cementerios familiares en el campo despiertan cierta curiosidad a quienes visitamos esos lugares. En forma recurrente nos sorprenden algunos templos que se yerguen en la vastedad del territorio sanducero, provocando algo de intriga y, por qué no, suspenso al forastero. Esta es la breve historia de un lugar del que se registra escasa información, pero esconde un atrapante pasado. Y los vecinos rescatan descolgados relatos de un tiempo que pasado.
La mañana abría luminosa y radiante, pero el tapiz blanco de los pastos confirmaba la intensidad de una helada que por la madrugada se había hecho sentir. Una tropa de numerosos vacunos y una majada cruzaban presurosas por el costado del camino vecinal, ante la celosa custodia de cuatro paisanos que, bien montados, abrían el camino y marcaban el rumbo de marcha hacia un establecimiento cercano a los campos de Guarapirú. En tanto, unos caballos encabezaban la caravana con particular trote, guiando al resto, que ocupaba un considerable espacio físico a la vera del polvoriento camino vecinal.
No es la primera vez que visitamos Cañada del Pueblo, pero en esta oportunidad descubrimos un lugar que nos despertó cierta curiosidad: sobre la dureza del basalto, un grupo de tumbas y cruces con cierto deterioro. Según comentaron algunos vecinos, se trata de un cementerio que data de 1823.
El gran abandono alejó a los curiosos y ya nadie pregunta por estos olvidados santuarios terrenales.
Allí, según reza la versión oral de los lugareños, descansan los restos de algunos familiares de vecinos del lugar.
En esos relatos se mencionan diferentes apellidos de familias que tienen parte de su pasado enterrado en ese sagrado predio, pero no mucho más.
De hecho, no hay registros que ayuden a conocer con rigor científico ese pasado del que poco se sabe y del que poco se pregunta.
Un muro en piedras, en gran parte destruido, rodea una de las tumbas. Mientras otro sepulcro, rodeado por unas rejas en hierro forjado, marca el perímetro de otra de la tumbas. Un tejido de alambre a medio caer y unas cruces carcomidas por la herrumbre completan la escena.
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