Paysandú, Domingo 16 de Agosto de 2009
Opinion | 14 Ago Recientemente, el presidente venezolano Hugo Chávez decidió “castigar” el atrevimiento de su colega Alvaro Uribe de analizar la posibilidad de instalar bases de Estados Unidos en su país, y dispuso que en lugar de hacerlo desde Colombia, la nación caribeña importe 10.000 vehículos desde Argentina, lo que hizo seguramente restregar las manos de emoción a Cristina Kirchner, parte del eje “solidario” latinoamericano.
En su delirio de reencarnación bolivariana y de “abanderado” de la independencia del subcontinente, Chávez parece olvidar igualmente sus coqueteos con Rusia y su disposición a la instalación de bases de la ex URSS –a la que ha comprado armamento por miles de millones de dólares-- mientras a la vez cuestiona la eventual instalación en Colombia de las de Estados Unidos.
Esta ambivalencia cargada de ideología trasnochada, a veinte años de haberse esfumado la guerra fría sin ninguna guerra, felizmente, sino por el derrumbe de la ex Unión Soviética y sus satélites por su inviabilidad, es un corso a contramano en América Latina, que lamentablemente se ve amenazada por el delirio de liderazgo del mandatario venezolano, quien en base a sus petrodólares apoya y castiga según su talante, como un dios desde el Olimpo.
Claro, está en su salsa junto a otros delirantes como Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, los que junto a Chávez, el ex dictador Fidel Castro en Cuba –ahora con su hermano Raúl en el poder-- quieren marcar el rumbo de América Latina, pretendiendo vender que el subcontinente es una sola realidad, cuando hay tantas situaciones como países y regiones, y con intereses no solo no coincidentes en muchas ocasiones, sino también contrapuestos, a lo que se suman a la vez grandes diferencias culturales, socioeconómicas y hasta étnicas.
Es decir que tenemos países como la propia Bolivia, Perú, Paraguay, Ecuador, con fuerte componente de población aborigen y situaciones sociales muy diferentes a las de Uruguay, y la mayor parte de Argentina y Chile, cuyas realidades no se pueden extrapolar al sur del subcontinente, donde casi el cien por ciento de la población desciende de la colonización europea, y donde el escenario socioeconómico e incluso cultural tiene poco que ver con los esquemas propios de las zonas tropicales de esta parte del mundo. Diferencias que se perciben hasta en el idioma, por cuanto resluta difícil para un uruguayo entender a un venezolano, chileno o méxicano en un diálogo fluido.
De ahí que salvo quienes tienen afinidades ideológicas o trasnochadas solidaridades con el eje que encabeza el comandante Chávez, desde nuestro país y seguramente buena parte de la opinión pública sensata del subcontinente no se vea con buenos ojos el clima seudo “americanista” que viene desde aquellas convulsionadas zonas, apuntando a satanizar al imperialista Estados Unidos y a los gobiernos que no siguen a rajatabla los designios del presidente de la república bolivariana. En tanto, paralelamente Venezuela y Ecuador respaldan con sus acciones, pese a su pretendida prescindencia, la guerra desatada por los Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), grupo narcoguerrillero que pretende desestabilizar al gobierno colombiano y que ha servido de excusa para los conflictos fronterizos y las amenazas de intervención del gobierno de Chávez. Se hace por lo tanto un imperativo desactivar el clima de belicismo que ha alentado el mandatario venezolano, quien en su paranoia no advierte –mejor dicho no le interesa-- que su pretendida “bolivarización” de América Latina, con él como líder natural, no la logró siquiera el propio libertador en su época, y que él por supuesto, dista un abismo de dar la talla del héroe. Pero que sobre todo los tiempos han cambiado, que no hay espacio para redentores egocéntricos, como no lo hubo en su momento para el “Che” Guevara en Bolivia, abandonado por los campesinos a los que pretendía “liberar” contra su voluntad.
Y así es esta América Latina integrada por países y por comunidades distintas, que comparten una región del mundo y una historia muy rica, con diferencias que no pueden ser disimuladas por discursos de ocasión, aunque a muchos les sirva tratar de transmitir la imagen de que somos una misma cosa.
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